xoves, 15 de outubro de 2009

Romanticismo a carboncillo

Ángeles García- El País- 15/10/09

Para Caspar David Friedrich (1774-1840), impregnar de romanticismo el mundo consistía en potenciar sus cualidades: conceder a lo cotidiano un sentido profundo, un aura misteriosa a lo ordinario, la dignidad de lo desconocido a lo familiar y un destello de infinitud a lo finito. Los 70 dibujos y acuarelas que a partir de mañana se exponen en las renovadas salas de exposiciones de la madrileña Fundación Juan March logran exactamente eso.

Y conservan intacta la capacidad de sobrecoger de los óleos con los que el artista alemán fijó la "noche estrellada" del Romanticismo. En la distancia corta de los dibujos y las acuarelas, Friedrich puebla sus mundos de vegetación, arquitecturas, de ruinas, de objetos de trabajo de los campesinos y pescadores del norte de Europa. La presencia humana es escasa. Y, de cuando en cuando, surgen siluetas de, en una hermosa pirueta, inspiración casi japonesa.

Friedrich sostenía que la tarea del pintor de paisajes no se podía limitar a la fiel representación del aire, el agua, las piedras o los árboles. "Es el alma y los sentimientos del artista lo que se tiene que reflejar", decía. Si se hace caso a esa idea, las cabañas vacías, los riscos pelados, los troncos de árboles muertos o la ropa tendida junto a los castaños hablan de un Friedrich profundamente solitario.

Tiene algo de acontecimiento único esta exposición pequeña, exquisita. En España, su obra fue objeto de una gran muestra en el Prado hace una década. Predominaron allí las pinturas de gran formato. Ahora se fija el foco en una faceta desconocida del artista. La comisaria Christina Grummt ha querido mostrar cómo todas esas turbulencias, ese tumulto del alma romántica que después aparece en la pintura, está ya en el germen de los dibujos, pese a que éstos trascienden la función de bocetos preparatorios de los óleos.

Su minuciosidad y delicadeza explican los motivos por los que este artista es el maestro más célebre de un movimiento, el Romanticismo, apasionado también en los detalles. Son dibujos y acuarelas recopiladas entre un sinfín de hojas sueltas y cuadernos, a partir de la visión de esa naturaleza poderosa que definió el movimiento a caballo entre los siglos XVIII y XIX.

Recopilados, formaban un depósito de dibujos pictóricos, un tesoro desperdigado. Cada uno de los papeles expuestos iba acompañado de breves anotaciones hechas con lápiz en las que precisaba la fecha y las circunstancias de ese día concreto (la temperatura, los vientos, indicaciones sobre el lugar, su estado de ánimo y asuntos acaecidos...). Así ocurre en el millar largo de dibujos que se conserva. En cambio, casi nunca firmó ni fechó sus óleos. Es como si la pintura fuera el mundo de lo público y el dibujo, un refugio para lo privado.

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