sábado, 10 de abril de 2010

La pequeña Galicia de Norteamérica



PAOLA OBELLEIRO - A Coruña
EL PAÍS - 08-04-2010

"Se ponga como se ponga tu maestra, dile que vuelva a estudiar, que chien [perro en francés] se dice can". No había duda posible para el hombre, marinero de Sada (A Coruña) reconvertido en taxista tras casarse con la viuda de un capitán en Saint-Pierre, la principal isla del lejano archipiélago francés del Atlántico norte. En el hoy último bastión galo de América del Norte, a unos 25 kilómetros al sur de la isla canadiense de Terranova, gallego, castrapo y francés se entremezclaban alegremente durante las más de tres décadas en las que los congeladores del Finisterre español dominaron la pesquería del bacalao en aquellas gélidas aguas.

Reimundo Pérez destaca la "importante labor social" que se desempeñaba en las ondas y en el Talamares, pegado al dispensario español hoy desaparecido que sostenía el Instituto Social de la Marina. Barrié de la Maza, dueño de la factoría de bacalao Pesba que dominó hasta hace poco el puerto coruñés, "envío dos máquinas para proyectar películas y cada poco 100.000 pesetas en libros para alimentar las bibliotecas flotantes de los barcos y de la propia Pastoral". Los alemanes y los rusos también envían discos y libros para sus compatriotas embarcados, aunque lo que dominaba "era el gallego". Los vascos, pioneros allí de la pesca del bacalao, fueron rápidamente superados por los gallegos de media decena de puertos, desde A Coruña, Vigo, Ribeira, Vilagarcía, Escarabote (Boiro), Cangas o Bueu.

El hielo cercaba a menudo, en aquel Atlántico norte, los bous y las parejas, dos sistemas de arrastre de los bacaladeros. Pero la cálidez predominaba en las relaciones humanas y "muchas amistades" se tejieron entre gallegos y habitantes de Saint-Pierre, "que lavaban la ropa de los marineros cuando hacían escala". Reimundo Pérez, que a su retorno a Galicia colgó los hábitos, estudió Derecho y trabajó en el muro, la lonja coruñesa, hasta su jubilación en 2005, anhela que se reanuden lazos entre los gallegos que allí estuvieron y los habitantes de Saint-Pierre. "Yo estoy al día de lo que pasa en la isla, me envían cada mes un resumen de noticias", cuenta. Pérez, de 67 años, sigue en contacto con muchos de sus amigos de Saint-Pierre, algunos instalados en Francia. Otros mantienen correspondencia con sus antiguos huéspedes.

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