mércores, 14 de abril de 2010

LOS REBELDES DE PEKÍN No le pueden callar



JOSE REINOSO
DOMINGO - 11-04-2010

Un día de cielo semiazul. Una calle popular, a pocos metros de la avenida de Fuxingmenwai, que corta Pekín de este a oeste. Un edificio gris. Ni pobre ni rico. Allí, en esa torre, en el apartamento 602, vive uno de los hombres más temidos por el Gobierno chino a pesar de sus 77 años, como atestigua la presencia permanente de dos agentes de paisano en el vestíbulo del edificio, que anotan la identidad de quienes le visitan.

El hombre se llama Bao Tong. Un nombre que no dice nada a la mayoría de los chinos. Como tampoco lo dice el de Zhao Ziyang, secretario general del Partido Comunista Chino (PCCh) durante las manifestaciones a favor de la democracia de Tiananmen, en 1989, de quien Bao fue el más estrecho colaborador. El Gobierno se ha ocupado de borrar sus apellidos de la memoria colectiva china. Zhao fue defenestrado por el máximo líder del país, Deng Xiaoping, por negarse a respaldar el envío de los tanques a la plaza pequinesa, que finalizó en una matanza, y fue puesto bajo arresto domiciliario -luego, vigilancia- hasta el final de sus días en enero de 2005. Con él cayó también Bao, entonces miembro del Comité Central del PCCh, director de la Oficina de Reforma Política y autor de los discursos en los que el reformista Zhao apoyó la negociación frente a las protestas estudiantiles.

Sentado en un sillón frente a un ventanal, vestido con pantalón de chándal, un jersey azul oscuro y zapatillas deportivas, Bao Tong recuerda sus encuentros con Liu Xiaobo antes de su detención. "Me tenían prohibido recibirle en mi apartamento, así que nos veíamos en una casa de té", dice mientras encadena un cigarrillo tras otro. "Liu pidió la eliminación de los privilegios del Partido Comunista, y tiene razón. Yo le apoyo, y cuando vienen funcionarios del Gobierno a visitarme, les digo que si han sentenciado a Liu Xiaobo, también deberían sentenciarme a mí. La estrategia de Mao era 'si uno está contra ti, golpea a uno; si 10 están contra ti, golpea a 10'. La de los líderes hoy es matar a la gallina y asustar a los monos. Es de una gran hipocresía. Como no pueden golpear a 10 de una vez, golpean a uno para mostrarlo a los demás. Los chinos no son ciudadanos en este país".

Manos finas. Ojos brillantes. Delgado. Las zapatillas, desatadas. Bao Tong prosigue la conversación sin hacer pausa, haciendo gala de una excelente memoria cuando vuela hacia el pasado, hacia su encarcelamiento el 28 de mayo de 1989 y aquellos días de tumulto y sueños de democracia perdidos que marcaron lo que hoy es China. "Lo ocurrido en 1989 fue una tragedia. El presidente de la Comisión Militar Central tomó la decisión de enviar tanques y más de 200.000 soldados armados. Fueron utilizadas balas explosivas, que están prohibidas por los tratados internacionales. Los estudiantes pedían 'castigar la corrupción y construir un sistema democrático'. El entonces secretario general del partido, Zhao Ziyang, decidió resolver la situación de forma pacífica. Yo sé lo que ocurrió porque participé en las reuniones del Politburó".





Hablaron demasiado alto

Muchos son quienes rechazan en China el Gobierno totalitario del PCCh. Pero son pocos si se compara con el ingente tamaño de su población, más preocupada por mejorar sus condiciones de vida o seguir las pautas de Deng Xiaoping -"hacerse rico es glorioso"- que por lograr unas libertades que nunca han tenido. Quienes alzan la voz demasiado alto -ya sea para pedir pluralidad política, reivindicar libertades religiosas o denunciar la corrupción o los abusos- acaban en la cárcel, son víctimas de maltrato e incluso tortura, o terminan callando para no seguir sufriendo las presiones de las autoridades.

Liu Xiaobo es uno de los casos más representativos. Este escritor de 54 años, que participó en las protestas de Tiananmen, fue condenado en diciembre pasado a 11 años de prisión por su papel en la elaboración de la Carta 08, un manifiesto que pide profundas reformas democráticas. Liu fue acusado de "incitar a la subversión del poder del Estado". Anteriormente pasó 20 meses en la cárcel y fue internado 3 años en un campo de trabajo. Centenares de intelectuales de todo el mundo, como el ex presidente checo Václav Havel, los escritores Salman Rushdie y Umberto Eco y varios premios Nobel de Literatura, han pedido su liberación. En enero pasado fue propuesto para el Nobel de la Paz de 2010 por Václav Havel y el Dalai Lama, entre otros. "El Gobierno chino ha endurecido el trato a los disidentes. El Partido Comunista no respeta la Constitución china", asegura por teléfono su esposa, Liu Xia.

Otro de los disidentes que han sufrido duras condenas recientemente es Guo Quan, un profesor universitario que fundó un partido opositor clandestino. Fue sentenciado a 10 años en octubre pasado por "subversión del poder del Estado". Su carta abierta al presidente chino, Hu Jintao, en 2007 pidiendo elecciones y sus críticas a la respuesta gubernamental al terremoto de Sichuan -mayo de 2008- provocaron la ira de las autoridades.

La misma acusación se empleó contra Hu Jia, de 36 años, un reconocido defensor de los enfermos de sida y del medio ambiente que simpatizó con las víctimas de Tiananmen. Hu Jia, licenciado en Economía, denunció los Juegos Olímpicos de Pekín como una farsa y un "juego político". En abril de 2008 fue condenado a tres años y medio de cárcel. En diciembre del mismo año, el Parlamento Europeo le concedió el Premio Sájarov de derechos humanos.

Tan Zuoren, de 55 años, fue sentenciado a cinco años en febrero pasado, también por "subversión", tras haber denunciado la construcción defectuosa de muchas de las escuelas que se derrumbaron durante el terremoto, sepultando a miles de niños. Tan fue acusado de atacar al PCCh en artículos sobre las manifestaciones de Tiananmen. Ai Weiwei, uno de los artistas más prominentes de China y gran crítico del Gobierno, que quiso asistir a su juicio en agosto pasado, fue golpeado por la policía en el hotel de Chengdu (capital de Sichuan) en el que se alojaba. Los agentes se presentaron en su habitación a las tres de la mañana y no le dejaron salir hasta que terminó la vista.

Otro opositor, el abogado Gao Zhisheng, de 44 años, que a finales de marzo dio señales de vida tras más de un año en paradero desconocido, dijo, sin embargo, el miércoles pasado a la agencia Associated Press que abandona su activismo para intentar reunirse con su familia, que huyó en enero de 2009 de China y se refugió en Estados Unidos.

Gao propugnó una reforma constitucional y ha defendido casos muy sensibles, como los miembros del ilegalizado movimiento de inspiración budista Falun Gong. En 2006 fue condenado a tres años de cárcel por subversión, pero la sentencia fue suspendida por cinco años. Antes de su desaparición dijo que durante su detención en 2007 recibió descargas eléctricas en los genitales y le aplastaron cigarrillos encendidos cerca de los ojos. Esta semana, Gao pidió perdón por "defraudar" a quienes le han apoyado y dejó entrever que ha llegado a un pacto con las autoridades para poder contactar con su familia y quizá algún día reunirse con ella.

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