mércores, 5 de maio de 2010

Crónica de una juventud estrangulada por Mao Zedong



EL PAÍS - Madrid
ELPAIS.com - Cultura - 30-04-2010

No era más que un bebé pero su padre se empeñó. Se asomó a la cuna y le pidió que dijera sus primeros balbuceos. Y no quería oír "papá" ni "mamá". "Par empezar, di: presidente Mao Zhuxi". El pequeño, claro, no hizo más que repetir "Ma-má" y "Pa-pa". Pero a su progenitor no le hizo ninguna gracia que el pequeño no supiera articular el nombre del insigne líder comunista y montó en cólera. La violencia de su reacción (¡No te pido que digas Papa, sino Mao Zhuxi, idiota!") da una idea del sometimiento del pueblo Chino ante la dictadura del Gran Timonel en plenos años 50.

Sin ánimo de reivindicar ninguna ideología, Li, ex dibujante de propaganda para la República Popular China y con una trayectoria de 30 años en el noveno arte, describe de primera mano los trastornos que sufrió la población del mayor país del mundo. A través de su relato, compuesto por más de 200 páginas de trazos expresionistas en blanco y negro, Li recuerda cómo siendo un niño creció en la adoración al líder comunista, convertido por la propaganda oficial en casi un ser semidivino. Las sentencias de su Libro rojo son aprendidas y memorizadas obsesivamente. Los niños son adoctrinados en el parvulario: "El pensamiento de Mao Zedong es la alegría de la revolución/ el que se opone a él, ése es nuestro enemigo!", repiten al unísono. Mientras, se crean las grandes comunidades populares, piedra angular del movimiento del Gran salto adelante.

En su carrera para rivalizar con occidente, el Partido Comunista chino inicia una frenética producción de acero para superar a la de Reino Unido y alcanzar al gran rival capitalista, Estados Unidos. En su empeño, el país parece convertirse en unos "grandes altor hornos", a costa de imponer las colectivizaciones, deforestar el territorio y devastar la fertilidad del suelo chino. De manera que el joven Kunwu asiste, también, a la salvaje hambruna que duró de 1959 a 1961. En medio de escenas de horror en la lucha por la supervivencia, el narrador recuerda cómo uno de sus tíos muere tras recibir una cornada de una vaca a la que intentaba robarla el forraje, o cómo otro tío, totalmente desesperado, intenta comer tierra. "Los historiadores", recuerda el narrador, "no se ponen de acuerdo sobre las cifras de muertos, ¿5, 8 o 10 millones?". Perecieron esas mismas masas a las que Mao llamó "los héroes de la Revolución". El recorrido de Li continúa, con pulso notarial pero sin caer en el tremendismo, hasta 1976, cuando el relato se cierra con la muerte del impenitente Gran Timonel.

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