Desde 1975, los sindicatos han convocado cinco paros
generales. El de 1988, contra Felipe González, marcó la ruptura entre PSOE y
UGT
ANTONIO AVENDAÑO Sevilla 29/09/2010
Ni los analistas ni las propias hemerotecas parecen ponerse del todo de
acuerdo en el cómputo de huelgas generales de la democracia española. La
relación que suscita más consenso cifra en cinco las movilizaciones generales:
1985, 1988, 1992, 1994 y 2002, pero hay quien suma a todas ellas una sexta
huelga, más temprana, que habría tenido lugar en 1978, si bien aquella protesta
no fue específicamente española, sino de alcance europeo, y Europa quedaba
todavía políticamente muy lejana.
Sí es opinión unánime, en cambio, que la gran huelga general de la
restauración democrática fue la de 1988 contra el Gobierno de Felipe
González. UGT y CCOO consiguieron literalmente paralizar el país. Eran
tiempos de gran pujanza económica y los sindicatos no estaban dispuestos a
aceptar el abaratamiento del despido o el Plan de Empleo Juvenil, que pretendía
abrir de par en par las puertas al empleo precario. La contundencia del éxito
de la convocatoria fue tal que obligó al Gobierno socialista a rebajar
sustancialmente su agenda de recortes sociales y a impulsar políticas
redistributivas de cierto alcance. Aunque aún habría gobierno socialista para
ocho años más, el 14 de diciembre de 1988 marcó en el mandato de Felipe
González un amargo punto de inflexión cuyo filo más dramático fue la ruptura
entre PSOE y UGT.
Pero tres años antes de aquel legendario 14-D, las Comisiones Obreras
que dirigía Marcelino Camacho ya lo habían intentado en solitario con
una convocatoria que no consiguió paralizar el país, aunque logró hacerse notar
en las grandes empresas industriales del país. Fue un aviso, pero difícilmente
podía asustar a un Gobierno que estaba en su primer mandato con una mayoría
aplastante en las dos cámaras y un apoyo social abrumador.
Felipe González aún tendría que soportar dos huelgas generales más, en
1992 y en 1994, pero ninguna de las dos lograría emular a la de 1988. La
bandera sindical no era en ambos casos muy distinta que unos años antes: contra
el recorte de prestaciones sociales y la reforma laboral. Pero eran tiempos de
crisis y los márgenes de concesión ya no eran los de 1988.
Y en 2002 le tocó a Aznar. También ahí los sindicatos torcieron el brazo
del Gobierno, que tuvo que guardar en un cajón el decretazo en la
protección del desempleo aprobado por la vía de urgencia semanas antes de la
huelga. También para José María Aznar fue el comienzo del fin. Pero él
aún no lo sabía.
1985. Un
ensayo general con desigual seguimiento
De las huelgas generales de la democracia, la de 1985 fue la única
convocada en solitario por CCOO. Aunque también se sumaron sindicatos
minoritarios, entre ellos el vasco ELA-STV, no lo hizo la poderosa UGT. La
fallida protesta era contra la Ley de Pensiones que establecía dilatar de dos a
ocho años el periodo para calcular la pensión. Los cinturones industriales de
Madrid, Catalunya o Galicia sí se hicieron eco del llamamiento, pero no así
otros sectores clave como el de los transportes, cuyos centros neurálgicos
fueron firmemente custodiados por la policía. La derecha, entonces nucleada en
torno a Alianza Popular, no apoyó la huelga, pero no logró ocultar su sincera
complacencia ante la convocatoria.
1988. El
país se paralizó y el Gobierno negoció
Si el Gobierno de Felipe González albergaba el 13 de diciembre alguna
esperanza de que fracasara la huelga convocada para el día siguiente, sus
ensueños se desvanecieron a las doce en punto de la noche, cuando la señal de
TVE se cortó en pleno Telediario 3. Los sindicatos empezaban a ganar la
partida. De hecho, la del 14-D acabaría convirtiéndose en la ‘huelga perfecta':
no hubo incidentes de mención, el país se paralizó y el Gobierno se vio
obligado a retirar su Plan de Empleo Juvenil. Se retrasaba así la implantación
de los llamados contratos basura, que no obstante siguieron acechando hasta
colarse unos años más tarde en la legislación laboral española. El Gobierno,
además, imprimió un acusado giro social a sus políticas redistributivas. Las
heridas abiertas en el seno de la familia socialista tardarían años en
restañarse.
1992. Media
huelga nunca será una huelga entera
Al hacer el cómputo de huelgas generales durante los años de gobierno
del Partido Socialista alguien tuvo la ocurrencia de afirmar que a Felipe
González le había hecho no tres huelgas, sino dos y media. La media fue la de
1992. La convocatoria fue de media jornada y, como era previsible, resultó más
bien un fracaso, aunque su bandera era similar a la de otras convocatorias:
protestar contra el recorte de los subsidios del desempleo. En el espectro
político sólo Julio Anguita interpretó que la huelga había sido un éxito,
aunque el hoy redivivo Francisco Álvarez-Cascos no desaprovechó la ocasión para
airear el "récord de huelgas generales" de los gobiernos socialistas.
Fue un duro revés para los sindicatos.
1994. Sólo
paró la industria y la construcción
Dos años después de la huelga que coincidió con la Expo de Sevilla y los
Juegos Olímpicos de Barcelona, los sindicatos mayoritarios volvieron a
intentarlo. La fecha elegida fue el 27 de enero y tampoco esta vez los
resultados se aproximaron a la rotundidad de la victoria del 14-D. Los
sindicatos protestaban contra la reforma del mercado laboral y la congelación
de los sueldos de los funcionarios, así como contra la disminución del poder
adquisitivo de las pensiones. El Gobierno proponía recortes y los sindicatos
seguían intentando impedirlos, pero tampoco esta vez lo consiguieron. Paró la
industria y la construcción, pero no los centros de El Corte Inglés (en la
imagen, uno de los de Madrid).
2002.
Por fin le tocaba el turno a la derecha
Y por fin le tocó a la derecha. Desde los años ochenta, el partido
conservador había observado como un espectador neutral sólo en apariencia los
sucesivos paros generales contra los gobiernos de la izquierda. A la altura de
2002 el Ejecutivo de José María Aznar había reunido méritos más que suficientes
para concitar las iras sindicales. Su pretensión de recortar fuertemente la
protección del desempleo desencadenó una dura protesta de largo alcance que la
intensa propaganda gubernamental no logró minimizar. A primera hora de la
mañana el portavoz del Gobierno, Pío Cabanillas, proclamó sin sonrojarse que la
huelga había sido un fracaso. Cabanillas creía estar describiendo la situación,
pero su diagnóstico era tan inverosímil que en realidad estaba cavando su tumba
política.
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