mércores, 30 de xuño de 2010

Muere la mujer del beso en Times Square



EL PAÍS / REUTERS - Madrid / Los Ángeles
ELPAIS.com - Gente - 23-06-2010

El nombre de Edith Shain no nos dice nada, pero el eufórico beso que le dio un anónimo soldado de la Marina de EE UU en Times Square para celebrar el final de la II Guerra Mundial la ha convertido en uno de los grandes iconos de la fotografía y en la protagonista del más famoso de los besos famosos. Su familia ha informado de que la enfermera ha muerto a los 91 años.

La fotografía en blanco y negro del día de la victoria, en la que Shain está vestida con su uniforme de enfermera, la tomó Alfred Eisenstaedt y se publicó en portada de la revista Life. En contra de lo que pueda parecer por lo apasionado del gesto, los protagonistas de la foto no eran pareja. "El muchacho me agarró y yo cerré los ojos. Le dejé besarme, porque había estado en la guerra, luchando por todos nosotros, y me sentí feliz de hacerlo. Después me dejó sola y me marché", contó en numerosas ocasiones Shain. "La gente me dice que cuando yo esté en el paraíso, ellos van a recordar esta foto", comentó por su parte Eisenstaedt, muerto en 1995.

¿Y quién es él?

La identidad de la mujer no se conoció hasta finales de los años setenta, cuando la propia Shain escribió al fotógrafo para decirle que ella era la protagonista del momento épico que Eisenstaedt capturó el 14 de agosto de 1945. La mujer tenía 27 años y trabajaba por aquel entonces en el Doctor's Hospital de Nueva York. Sin embargo, la identidad de él sigue siendo un disputado misterio. Ese día, conocido como V-J Day (Victory over Japon Day), Japón se rindió a las tropas aliadas, acto que puso fin al conflicto más sangriento de la historia universal. Se anunció en el letrero luminoso del Times y, en un estallido de júbilo, la gente eufórica se tiró a las calles a celebrarlo y Eisenstaedt pudo capturar este momento, convertido en sinónimo de la felicidad y de la espontaneidad.

Una curiosidad: el teniente Victor Jorgensen, fotógrafo de la Armada estadounidense, captó exactamente la misma escena desde otro ángulo, con un encuadre ligeramente distinto, y su fotografía fue publicada pocos días después en el New York Times. En esta foto no se ve el pie en alto de la enfermera, símbolo del primer beso. Eisenstaedt fue acusado en numerosas ocasiones de haber trucado y preparado la imagen, pero él siempre lo negó, una versión corroborada por la enfermera. Según el fotógrafo, se dedicó a seguir por la calle a un fogoso marinero que iba besando a toda mujer que se lo permitía. A partir de que se revelada su identidad, Shain participó en numerosos acontecimientos relacionados con la efeméride, como desfiles, ofrendas florales y memoriales en recuerdo de los caídos. En un comunicado, su hijo, Justin Decker, recuerda que Shain "siempre estuvo dispuesta a afrontar nuevos desafíos y a mostrar su preocupación por los veteranos de II Guerra Mundial.

Shain, que falleció en su casa de Los Ángeles el pasado domingo, deja tres hijos, seis nietos y ocho biznietos. Todavía sigue sin identificar el soldado que protagonizó el beso y aún hay varios veteranos soldados de la Marina, hoy octogenarios, que dicen ser el hombre que agarró por la cintura a una desconocida para besarla. Año tras año desde 2004, cientos de parejas rememoran el mítico gesto en el mismo lugar de la Gran Manzana en un acto organizado por Times Square Alliance, una organización sin ánimo de lucro. La propia protagonista participipó en alguno de estos actos. Incluso hay una estatua, realizada por Seward Johnson y titulada Unconditional surrender, que se exhibe durante varios días en la calle donde se realizó la fotografía.

Alemán y judío, Eisenstaedt nació en Prusia (actualmente Polonia) y emigró a Estados Unidos en 1935, donde trabajó para Life desde 1936 hasta 1972. Aunque esta imagen, conocida como The Kiss (El Beso) es su fotografía más famosa, es también muy reconocido por sus retratos de estrellas y personajes de la política como Sophia Loren, Bill Clinton, Mussolini, Hitler, J. F. Kennedy o Hemingway.

El Kurdistán turco vuelve a un camino sembrado de muertos



JUAN CARLOS SANZ - Madrid
ELPAIS.com - Internacional - 22-06-2010

"No hay ninguna salida pacífica para la cuestión kurda sin reconocimiento de los derechos del pueblo kurdo", aseguraba hace un mes ante un grupo de periodistas europeos en el Parlamento de Ankara Sebahat Tuncel, diputada del Partido por la Paz y la Democracia (BDP), antes Partido de la Sociedad Democrática (DTP, ilegalizado en diciembre de 2009), para dar a entender que el diálogo entre el Gobierno del primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el nacionalismo radical kurdo estaba irremediablemente roto. Tuncel logró un escaño por Estambul en 2007 que le salvó de una larga condena de cárcel tras haber sido juzgada el año anterior. La fiscalía turca le acusó de pertenecer al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), organización considerada terrorista tanto por EE UU como por la UE, y de servir de enlace en el interior de Turquía con las bases de la guerrilla independentista en el norte de Irak.

La rigidez de su mensaje y la frialdad de su expresión confirmaban ya entonces, cuando el PKK acababa de romper un alto el fuego unilateral de un año de duración, y que los duros habían vuelto a tomar el control del ala política del nacionalismo radical. Las elecciones legislativas de 2007 no supusieron solo la victoria aplastante del islamismo moderado y reformista de Erdogan frente al aparato laico y kemalista del Estado. También significaron el regreso al Parlamento de diputados kurdos después de más de una década de exclusión. El Gobierno de Ankara puso en marcha la llamada "iniciativa democrática": un programa de descentralización para el sureste de Anatolia y de reconocimiento de la identidad cultural kurda. Aunque al final, la intervención del Ejército turco en el norte de Irak dio al traste un año después al proceso de apertura.

Oraciones para dejar de ser gay



ALEJANDRA S. INZUNZA - Madrid
EL PAÍS - Sociedad - 20-06-2010

Diez Padres Nuestros y diez Aves Marías. 75 miligramos de Ludiomil diarios y otros 20 de Dogmatil. Àngel Llorent se sometió durante 10 años a este tratamiento para dejar de ser gay. "Tenía que rezar si veía a un chico guapo en la calle", explica este catalán que quería ser heterosexual porque creía que estaba enfermo. Dejó su trabajo y a sus amigos. Cambió de vida. Por un tiempo fue un ex gay. No funcionó. Intentó suicidarse.

José L. se sometió hace tres años un tratamiento laico en una clínica de Madrid. Acudía a terapia una vez por semana e iba a retiros con otros ex gays. "Fue terrible. Me lavaron el cerebro. Yo creía que estaba enfermo y sentía culpa", cuenta José, que pide mantener el anonimato. Este abogado de 35 años siguió las teorías de Aquilino Polaino, el experto de la Universidad Complutense que en 2005 fue invitado por el PP al Senado para explicar los daños que pueden causar a los hijos las parejas gays. Polaino, a quien este periódico intentó contactar pero se encuentra de viaje por México, defiende las "terapias reparativas" y considera que la homosexualidad surge entre hijos de familias disfuncionales. La psicóloga Patricia M. Peroni, que no accedió a una entrevista, y Jokin De Irala, de la Universidad de Navarra, han escrito libros y ofrecen conferencias en las que afirman que la homosexualidad puede revertirse.

La familia de Paco León: fusilados, huidos o arruinados



NATALIA JUNQUERA - Madrid
EL PAÍS - España - 20-06-2010

El Luisma, el desternillante ex yonqui de la serie Aída, miraba de frente a la cámara, muy serio. "Me han fusilado. No tuve juicio, ni abogado, ni sentencia...". Paco León (Sevilla, 1974) fue el único de los 15 artistas que participaron en el vídeo contra la impunidad de los crímenes del franquismo presentado esta semana que no tuvo que memorizar un guión para meterse en la piel de una de sus víctimas. Paco León era Joaquín León, su bisabuelo, y conocía bien su historia: "Lo detuvieron en Sevilla, mientras tomaba café en un bar. Veía pasar a chavales de 16 y 17 años vestidos de falangistas y con fusiles. Dos de ellos entraron en el bar y uno le dijo al otro: 'A este hay que detenerlo, que es muy republicano'. Había sido alumno suyo. Lo reconoció enseguida".

La familia de Manuel, el tercer hermano, decidió vestirse de luto y actuar como si él hubiera muerto. Manuel se escondió. Primero, en casa de otro maestro, y cuando a este le iban a quitar la vivienda y el puesto de trabajo, en un escondite construido detrás de un armario en su propia casa. "Pasó dos años encerrado y aquel sufrimiento de estar siempre asustado, sabiendo lo que le esperaba, le atacó el estómago. Vomitaba sangre... Un médico amigo se atrevió a operarle en casa", relató en el año 2000 Antonio a Richard Barker, un filólogo neoyorquino que quiso investigar la represión franquista en el pueblo donde veraneaba, Castilleja del Campo. "Dijeron que iban a hacer un canje con la Cruz Roja. Mi tío no se fiaba, pero al final salió", explicó Antonio. Era una trampa. Se lo llevaron a la cárcel de Sevilla. "Lo fusilaron en una camilla porque estaba tan débil que no podía ponerse en pie para el pelotón", relata José León García, sobrino de Manuel. Su hija estaba presente.

La lista de Franco para el Holocausto



JORGE M. REVERTE
DOMINGO - 20-06-2010

Al final de la II Guerra Mundial, el régimen de Franco intentó con relativo éxito confundir a la opinión pública mundial con la fábula de que había contribuido a la salvación de miles de judíos del afán exterminador nazi. No solo era falso lo que la propaganda franquista pretendía demostrar. En la España del dictador hubo la tentación de contribuir a acabar con el "problema judío" en Europa.

Esos elementos son falangistas entusiastas de la represión, que hay muchos. Porque continúa en funcionamiento la Delegación Nacional de Información e Investigación, con sedes en muchos municipios españoles. Hay más de tres mil agentes del partido repartidos por toda la geografía nacional, que elaboran sin descanso expedientes sobre sospechosos. En el año anterior han escrito más de ochocientos mil informes y han elaborado fichas sobre más de cinco millones de ciudadanos. Los miembros de las delegaciones hacen informes constantes sobre la situación política en cada lugar, sobre el estado de la opinión pública, y sobre los antecedentes políticos de cualquier ciudadano que aspira a un puesto de trabajo. Y tienen el privilegio de participar en interrogatorios policiales y torturas en comisarías o cuartelillos.

Mientras a los de las repúblicas bálticas se les mata en bosques o se les enrola por la fuerza en destacamentos de trabajo, en Varsovia sigue habiendo un gueto poblado por decenas de millares de judíos polacos que absorben recursos alimenticios, que obligan a dedicar numerosas tropas a controlarles. No es barato liquidar el problema judío. Los responsables de cada área ocupada se las ven y se las desean para cumplir con una orden muy vaga, la de que cada uno se las tiene que arreglar para matar a sus judíos. Pero eso no es fácil. Hans Frank, el gobernador general de Polonia, ha mostrado su desesperación hace pocas semanas: "No podemos fusilar a esos tres millones y medio de judíos, no podemos envenenarles, pero tenemos que ser capaces de dar pasos para encontrar una forma de llegar al éxito en el exterminio".

Es 20 de enero y en el palacio de Wannsee, junto al lago de aguas cristalinas, Heydrich ha reunido a los quince mejores expertos en matanzas porque ha recibido la orden de poner de una vez en marcha la "solución final" de ese problema. Hay que tomarse en serio el asunto, y ordenar los métodos, convertir el empeño en un sistema industrial eficiente en resultados concretos y en términos de economía. Y la consigna debe carecer de elementos que permitan la duda. A partir de ahora está claro que lo que procede es matar a todos, absolutamente todos, los judíos que se encuentran en territorios del Reich o en zonas conquistadas. No solo en esas áreas, sino también en el resto de Europa. Porque quedan muchos judíos en países rendidos o aliados. En casi ninguno de ellos se va a encontrar ningún problema para aplicar la solución. Sí en Italia, que es un aliado dubitativo en este asunto, pero no hay quejas sobre la actitud de Francia.

O outro expolio de Meirás


A revolta labrega que entre 1933 e 1936 enfrontou os veciños de Meirás coas autoridades civís e relixiosas supuxo o preludio do expolio.

DANIEL PRIETO 20/06/2010

A represión nos anos posteriores á revolta

Ahistoria de como o pazo máis famoso de Galicia se converteu nunha icona do franquismo é episodio ben coñecido. Aínda hoxe, as Torres de Meirás, situadas no municipio coruñés de Sada, continúan sendo un símbolo do antigo réxime. As súas portas, pechadas á cidadanía a pesar de que o inmoble foi declarado Ben de Interese Cultural, exemplifican á perfección esa situación. O que non é tan coñecido é o feito de que, nos anos 30, unha desputa polas terras da antiga propiedade de Emilia Pardo Bazán rematou nunha revolta labrega que enfrontou os campesiños desa parroquia coas autoridades civís e relixiosas. O episodio está directamente vencellado co suceso que virá despois, co expolio das terras dos labregos para duplicar a contorna do recinto, que sentenzou os seus actores a un castigo brutal. A alta burguesía coruñesa afín ao réxime empregou o eufemismo de “doazón” para cualificar o roubo.

A revolta labrega de 1933-1936 saldouse con 50 procesados, tres asasinatos e numerosos represaliados, e acadou unha notabe repercusión mediática en todo o Estado. O historiador local Manuel Pérez Lorenzo, que estaba realizando unha investigación sobre os irmáns Picallo, quedou fascinado coa revolta de Meirás e encontrouse con que o seu propio bisavó, José Monzo Ríos, participara na mesma. Outro dos dirixentes máis destacados da mobilización foi Francisco Babío Portela, o avó de Carlos Babío, edil do BNG en Sada, que leva anos recabando información sobre todo o relativo a Meirás. Tanto Babío como Manuel representan o espírito dos seus antecesores. Ambos os dous levan loitando toda a súa vida por recuperar a memoria silenciada de Meirás.

Todo comezou cando José Gayoso Barral regresou de América, onde amasara unha gran fortuna. Mercoulle as terras á última propietaria do pazo, Blanca Quiroga Pardo Bazán. Os 22 ferrados de extensión estaban subarrenadados á súa vez a dúas familias de campesiños, as de Juan Carballeira e Eduardo López Barral. En 1933, o emigrante retornado decidiu dobrar a renda que debían pagar os usufructuarios: un ferrado de trigo por cada un de extensión. “Abonar esa nova tarifa era algo inasumible para os agricultores daquela”, explica Manuel Pérez. Gayoso negouse a calquera negociación malia a insistencia dos labregos, que decidiron acudir á Xustiza para denunciar o abuso que se estaba a cometer con eles. Moitos tiñan en arrendo as terras desde había máis de 200 anos, segundo Xoán Antón Suárez Picallo.

Ao principio o xulgado de Sada deulle a razón aos campesiños. Pero Gayoso mantivo unha reunión co maxistrado, José Pérez Pazos, e este cambiou de opinión ao pouco. Os veciños presentáronse entón no Xulgado de Betanzos, que tamén fallou a prol do propietario. As dúas familias labregas foron expulsadas das terras acusadas de impago. Pero Carballeira e Barral estaban afiliados ao Sindicato de Profesións Varias de Meirás –adscrito á CNT– e existía unha gran solidariedade entre os labregos da zona, que mantiñan contactos cos anarquistas da bisbarra. O sindicato apoiou os afectados desde o comezo, e aconselloulles volver ás terras.

O propio Gayoso acudiu entón a Meirás acompañado do xuíz de Sada e unha parella da Garda Civil, que entrou nas casas dos veciños para requisar e destruir os apeiros de labranza. A reacción dos veciños foi inmediata. O 23 de abril de 1933, un cento deles tentaron tomar as terras. A Benemérita freou en seco a súa tentativa arrestando a varias persoas, que foron postas en liberdade tras escoitar as argumentacións dos sindicalistas. A partires deste momento, as principais cabeceiras españolas da época fanse eco dos sucesos que estaban a acontecer en Meirás. O periódico da CNT de Madrid mesmo resposta ás virulentas críticas cara os campesiños dos medios máis conservadores, como El Ideal Gallego ou ABC.

A situación de tensión era tal que os gardas decidiron acampar en torno ás parcelas para manter alonxados os labregos. O día en que os axentes ían ser relevados, as mulleres aproveitaron para acudir ás terras e sementalas acompañadas dos seus fillos, para evitar recibir danos físicos. Pouco despois, uns cincuenta campesiños volven ao ataque e tentan recuperar de novo as terras. Prodúcese entón a detención doutros cinco campesiños, que son trasladados á cadea de Betanzos.

Nese momento acontece un dos capítulos máis incribles desta historia, xa que numerosos veciños de Meirás e das parroquias colindantes realizan unha manifestación que transcorre desde Sada a Betanzos. Portan unha pancarta co lema Queremos a liberdade dos nosos presos. As forzas da orde interveñen e, nesta ocasión, son arrestadas 50 persoas, entre elas varios anciáns e unha nena de once anos que foi absolta. As demais debían presentarse no xulgado cada quince días, e cinco foron encarceradas durante varios días. Dos 50 procesados, 27 eran mulleres. “Isto dá boa mostra da relevancia da participación feminina nos acontecementos”, indica Manuel Pérez.

O sindicato de Meirás imprimirá un manifesto no que salienta que a loita de Meirás “contra o ricacho Gayoso” é a loita “contra todos os explotadores dos labregos, contra todos os que rouban o produto do noso traballo”. Ademais, o manifesto reflicte que “os xuíces e as súas leis, os gobernadores e os seus alcaldes, a Garda Civil e os seus fusís, os curas e os seus sermóns, todos están interesados en someter aos pobres en beneficio dos ricos”. “Non retrocederemos. A axuda que nos prestáchedes, labregos da comarca, faille tremer ata os ósos aos nosos explotadores”, prosegue o texto, que alenta os veciños. “A potente enteireza das mulleres de Meirás e Mondego ao sementar as terras, a brutal acometida dos negros tricornios lanzándose á carga sobre as nosas compañeiras, todo esto servirá para estreitar máis as nosas filas, lanzándonos ao ataque ata vencer”.

“O cura pretende queimar a igrexa para despois arrincarvos as pesetas coas que facela de novo. Nada de queimar igrexas, queimade os curas ladróns. Colonos do cura de Meirás, ese porco con sotana davos o ceo a cambio do que vos rouba, non lle paguedes nin un céntimo a ese ladrón”, conclúe o texto.

E é que o conflito recruécese tras o trunfo da dereita nas eleccións xerais de 1933, desta vez a causa da Igrexa. Tras a aprobación da Lei de Arrendamentos Rústicos, o crego de Meirás, Benigno Mayo, aproveita para adoptar unha estrataxema semellante á do arribista Gayoso. O cura pretende sacar máis rendementos das terras, pero os campesiños de Meirás mantéñense unidos. A finais do período republicano, os labregos toman a casa reitoral, da que expulsan ao cura e penduran unha bandeira republicana. Convírtena no seu cuartel xeral durante varios meses, e incluso empregan a porta principal como taboleiro de anuncios.

Tras o golpe de Estado de 1936, as persoas que participaron nestes feitos quedarán marcadas para sempre, ao igual que as súas familias, e serán obxecto dunha dura represión.

Algunhas fontes orais recollidas por Manuel Pérez sinalan que o ilustre sindicalista e xornalista Xohán Antón Suárez Picallo foi un dos líderes da revolta, que participou nas reunións que os labregos de Meirás mantiñan no domicilio de Francisco Babío Portela. Ademais, Picallo publicou en 1935 en A Nosa Terra un artigo sobre o tema e solicitiu no Goberno Civil unha copia dos estatutos do sindicato de Meirás, o que fai pensar que participou na revolta. .

María Jesús Vega: “Tomamos decisiones de vida o muerte”


“La situación es dramática; falta dinero y personal. En Kenia, los somalíes mueren antes de entrar al refugio”

CRISTINA AMIGO Actualizado 20/06/2010

A finales del año pasado, 43,3 millones de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares huyendo de la violencia y los conflictos armados. Se trata del mayor número de desplazados desde mediados de los años 90. En el Día del Refugiado, y, después de casi 20 años trabajando en asentamientos, la portavoz de Acnur en España, María Jesús Vega, advierte de que se están viviendo situaciones dramáticas. La última, los cientos de miles de uzbekos que huyen de la violencia interétnica en Kirguistán.

Cifras que se remontan a mediados de los 90, ¿por qué?

Principalmente porque se está prolongando la situación de refugiado. Normalmente, regresan a sus hogares un millón de personas al año. En 2009, solo volvieron 250.000 porque no se están dando las condiciones de seguridad para que retornen con dignidad y sin que su vida corra peligro. Los conflictos que parecían iban a culminar o estaban en vías de resolverse, como en el sur de Sudán o en Irak, están estancados.

¿Ha cambiado mucho en estos años el perfil del refugiado?

Ha cambiado el perfil del refugiado, pero, sobre todo, ha cambiado mucho la naturaleza de los conflictos. Ya no son guerras entre países sino conflictos internos de grupos rebeldes contra fuerzas gubernamentales. La población civil sufre más porque está en el medio del campo de batalla, el espacio humanitario se reduce y nosotros tenemos muchísimos problemas de acceso. Acnur se creó hace 60 años. Nuestro mandato era por cinco años y, desgraciadamente, en 2005 decidieron dejarlo con carácter permanente. La gente sigue abandonando sus casas por miles.

Una vez que se identifica una situación de emergencia, ¿cuál es el dispositivo que pone en marcha Acnur?

Lo primero que hacemos es una evaluación para saber cuantas personas están afectadas, cuál es el perfil de esa gente y qué permisos necesitamos para poner en marcha un operativo. A nivel diplomático, debemos pedir las autorizaciones correspondientes a los gobiernos para montar el dispositivo y luego buscar subvenciones, porque dependemos en un 98% de fondos voluntarios. Luego hacemos acopio de materiales de ayuda humanitaria que tenemos de reserva en lugares estratégicos desde los que montamos puentes aéreos. Tenemos equipos especializados que se pueden desplegar en 48 horas y llegar a cualquier lugar.

¿Cómo se organiza la vida en los asentamientos de refugiados?

El interés de todos es que regresen lo antes posible con los suyos, con su cultura, con su idioma. Pero cada vez más vemos situaciones de desplazamiento prolongado. Tenemos ejemplos de campamentos de más de cinco años, más de diez y más de treinta años, como el de los saharauis. En Kenia, hay somalíes que llevan desde el año 91. En Tailandia, en Myanmar, también llevan dos décadas. Entonces, de lo que se trata es de organizar la vida como en un pueblo, un gran pueblo, a veces, con más de 300.000 personas. Lo primero que hacemos es que los propios refugiados escojan a su líder, que haya un porcentaje igualitario de hombres y mujeres representándoles. Ellos trabajarán con los miembros de Acnur, que organiza la colaboración con los gobiernos –dan protección– y las organizaciones no gubernamentales.

¿Con qué problemas se encuentran?

Principalmente, son problemas de financiación. Si no hay donaciones nos vemos obligados a hacer recortes en alimentos y en agua. En vez de 14 litros de agua recomendados, a veces, no llegan a nueve; la escolaridad también queda reducida porque hay que cubrir necesidades básicas. A veces hay que tomar decisiones muy, muy difíciles, de vida o muerte en muchos casos.

¿Con la crisis la situación se ha agravado mucho?

Lo estamos notando mucho. Los alimentos se han encarecido. También los carburantes. Y las donaciones han bajado. Nos encontramos con que los costes se han incrementado considerablemente, pero la ayuda es ahora más necesaria que antes. Si no, la gente se muere. Estamos viviendo situaciones muy, muy duras. Por ejemplo, Kenia es un país extremadamente generoso para dejar pasar a todos los que huyen de Somalia. Pero en Somalia hay un millón y medio de desplazados internos y 500.000 fuera del país. Están en una zona desértica, aislada, no pueden salir del campo, no tienen permiso de trabajo, dependen exclusivamente de la ayuda internacional. A nosotros nos falta personal. Hay miles de personas esperando a ser registradas, a que se les dé una tienda de campaña, una ración de alimentos. La gente se muere en el proceso.

Más de mitad de los desplazados son dentro del país. En concreto, 27,1 millones. Y la mayoría, en Colombia.

También es una situación muy complicada. No cruzan la frontera porque no pueden y no cuentan con la protección de su país. Colombia lleva 40 años de conflicto silencioso, complejo. Los actores armados van cambiando de región, hay gente que se desplaza una y otra vez, hay reclutamiento forzoso de menores, poblaciones indígenas que están desapareciendo y población afrocolombiana que también está siendo víctima de desplazamiento masivo.

Un trabajo muy duro...

He estado en Colombia, en Kenia. Es un trabajo duro, pero a la vez muy gratificante cuando ves que la gente se reunifica y salva la vida.

Tres vidas bajo el niqab


El debate del velo integral. Cuatro localidades catalanas han vetado el uso de estas prendas que algunas mujeres defienden. Zohra, Fátima y Saleha explican sus motivos para vestir el velo integral. Las tres mujeres aseguran que se lo quitan para identificarse cuando es necesario

MAGDA BANDERA EL VENDRELL (TARRAGONA) 20/06/2010

Lo flipo. En todo el año pasado, mi madre sólo se puso una cosa de negro. Le gusta ir de colores", explica Kautar, de 10 años, con los ojos fijos en las fotos que repasa en el ordenador. Es hija de Zohra Nia, una de las tres mujeres que lleva niqab en El Vendrell, un municipio de Tarragona de 35.000 habitantes que el pasado 11 de junio votó a favor de prohibir su uso en instalaciones municipales. "Busco fotos de castells [castillos humanos]. Mis hermanos y yo estamos en el grupo de mi pueblo. Yo soy la anxaneta, la que saluda desde arriba. Una vez, mientras subía, todos temblaban y me pidieron que bajara, pero dije que no y que no. Y lo conseguí. Después dijeron: ¡Qué narices tienes! Eres una campeona'".

Zohra sonríe al escuchar a la niña. Le da miedo que suba tan alto, pero "se lo pasa muy bien y así se integra", dice. Está sentada en el salón de su casa, con ropas cómodas y el rostro descubierto. A pesar de llevar siete años en España, el castellano de esta marroquí de 38 años no es fluido y prefiere que su amiga Hanane traduzca.

Las dos mujeres acaban de volver de pasear. Es mediodía y se les ha hecho tarde. Por eso, Abdel, de 16 años, ha decidido hacer la comida: "Aprendí a cocinar porque a veces venía tarde de balonmano y no había nada. Y pensaba: ¡Joder, con el hambre que tengo!". Sara, la mayor de los cuatro hermanos, confirma que lo hace bien. Tiene 18 años y cubre su cabello con hiyab desde los 15.

Tan pronto como Zohra supo que El Vendrell se planteaba la prohibición, decidió explicar por qué cubre su rostro ante la presencia de un hombre que no es de su familia o para salir a la calle: "Dicen que es un símbolo de esclavitud y que quienes lo llevamos estamos sometidas, pero el velo no se puede imponer. En mi familia nadie lo usa, pero a mí me gustó desde niña y me lo puse a los 18 años. Para mi marido fue una sorpresa, pero si le gusté con hiyab también tenía que gustarle con niqab. Es cosa mía, mi modo de vivir mi fe".

Hanane se va tras insistir en la necesidad de dejar de hablar del niqab y trabajar por la convivencia. "Hay miedo a lo desconocido y es lógico, como también lo es que se prohíba el niqab en los espacios municipales. Zohra no tendrá problemas, porque siempre se ha descubierto para identificarse cuando ha ido al centro cívico o al ayuntamiento. Otra cosa sería prohibirlo en la calle. Entonces no saldría", dice. Y sería una pena, porque le encanta ir a ver castells y animar a su hijo cuando tiene partido.

De repente, Doua, de 6 años, aparece en el salón con una cámara de plástico. Juega a grabar a la familia. "Es que ahora mi madre es famosa", dice Abdel. Sin embargo, algunos vecinos aseguran que nunca la han visto y parecen incómodos al hablar de ella. Todo lo contrario que a la propietaria de la frutería de su calle, que la llama por su nombre.

Zohra quiere demostrar que ha elegido libremente usar el niqab. "Han ido a preguntarle a mi marido a la mezquita y él les ha dicho que me pregunten a mí, que para eso soy la que lo lleva. Entiende mi lucha", argumenta. Ahora son sus hijos quienes se alternan en la traducción. Zohra sonríe ante los comentarios sobre su collar azul, de cuentas de plástico gigantes. Combinan con el estampado de su falda. Y con el de su blusa, aunque ambos no tienen nada que ver entre sí y le dan un aire de zíngara. "Me encantan los colores. Por eso intento modernizar el niqab. También busco ropas que dejen ver que soy una mujer y que no llevo nada oculto. Entiendo que la gente pueda tener miedo si no saben qué hay debajo del velo, pero nunca he tenido problemas", añade.

Finalmente, llega el pan y Sara presume de que lo ha hecho su madre en el horno que tienen en la terraza: "Las baguettes se han puesto muy caras". El padre, herrero de profesión, tiene poca faena últimamente. "La crisis...", suspiran. La joven intentará echar una mano pronto. En septiembre empezará un curso de puericultura y luego buscará trabajo o estudiará enfermería.

El pan se convierte en cubierto en las manos de Abdel. "A mis amigos de castells les he enseñado a comer así. Los invitamos a la fiesta del cordero", recuerda. Su madre remarca que a la familia le encanta "que vaya gente a casa, hermanos musulmanes y hermanos que no lo sean".

Vuelve a decirlo al día siguiente, cuando el fotógrafo va a retratarla. Pero entonces su aspecto es totalmente distinto. Cuesta recordar el rostro de la mujer de risa fácil que sólo unas horas antes prometía apuntarse a un curso de español para comunicarse mejor.

Zohra ha preparado té y dulces caseros. Además, ha envuelto dos panes para sus invitados. Aún están calientes. Antes de despedirse, pregunta: "¿Hoy no te quedas a comer? He cocinado yo".

Unos ojos tras la cortina

La única mujer que lleva velo integral en Cunit vive cerca de la playa de esta localidad turística de Tarragona, de 13.000 habitantes, y suele vérsela en el parque con sus hijos. Sin embargo, en el ayuntamiento, que votará el día 28 una moción para prohibir su uso, ni siquiera saben si usa burka o niqab. "Sólo sé que va toda de negro y que incluso lleva guantes", explica un técnico. Sí conoce las razones por las cuales la senadora y alcaldesa, Judith Alberich (PSC), decidió impulsar la moción. "Más allá de la realidad que exista ahora mismo, rechazamos el burka porque atenta contra la igualdad de las mujeres", repite.

Lo mismo opina Remei Dorado, una estudiante de Derecho de 20 años que lee en una terraza. "No se trata de prohibir su uso por un problema de seguridad ciudadana, sino de visibilidad de la mujer musulmana", argumenta. A continuación, señala la calle donde vive: "No se relaciona con nadie. No abrirá la puerta".

Poco después de llamar al telefonillo, aparecen unos ojos envueltos en las cortinas de una ventana. Al cabo de unos segundos, asoma la cabeza de un hombre. "Mi mujer no entiende el idioma", aclara, y se ofrece como traductor.

Fátima, marroquí de 26 años y tres hijos, oculta su rostro y silueta bajo un niqab negro desde que se casó, hace ocho años. La razón la explica su marido: "Una mujer buena y joven está más tranquila tapada cuando va por la calle y hay mezcla de hombres y mujeres, así no la molestan. Con la médica y en el ayuntamiento sí se lo quita para que la identifiquen", asegura. Y aprovecha para preguntar si también se prohibirá llevarlo en la calle. Está "preocupado".

También tiene respuesta para explicar por qué Fátima no habla una palabra de castellano. "En casa sólo usamos el árabe y no tiene tiempo para ir a cursos. Los niños dan mucho trabajo, pero el mayor va a enseñarle el idioma. La médica siempre insiste en que tiene que aprender", dice. Fátima sonríe. Apenas ha susurrado un par de monosílabos durante toda la conversación. En casa, viste ropas frescas y claras. Sobre el cabello, un pañuelo.

¿Entonces con quién se relaciona? "Con sus amigas marroquíes y con la familia, tenemos parientes cerca. Sale mucho. Cuando se queda tres días en casa, se pone nerviosa", cuenta. Mientras, su hijo menor juega en las escaleras. "¿Ves? Dan mucho trabajo", dice el padre.

Cabeza de familia

La mayor parte de los bares de Campclar, un barrio en las afueras de Tarragona, están llenos exclusivamente de hombres el jueves por la tarde. Es muy probable que siempre sea así, porque en algunos de ellos ni siquiera hay baño de mujeres. Beben té a la menta, y juegan al parchís y a las damas, pero la mayoría ve el partido del Mundial entre Nigeria y Grecia. Cuando marca Kalu Uche todos los marroquíes gritan: "¡África, África!".

Sentadas en una de las plazas que separan los edificios pintados de azul, un grupo de gitanas jóvenes opina sobre el niqab de su vecina. "Da miedo verla tan negra, y con este calor", dice una. Otra le hace un guiño y en tono guasón se ofrece a ir a buscarla "con un cuchillo de 50 centímetros, que el barrio es peligroso". Ya en serio, afirma que debería descubrir su rostro, "porque los tiempos han cambiado. Además, así se verá si tiene moratones". En seguida se autocorrige y pide que la respeten: "Estas cosas no se pueden obligar. Las mujeres tradicionales necesitan su tiempo".

Saleha abre la puerta con gestos lentos y media sonrisa. Su rostro, redondo y pálido, es similar al de su hija mayor. Pronto salen al rellano su sobrino veinteañero, que está de visita, y otro de los tres hijos de esta marroquí de 31 años, que llegó a España hace 12.

Su castellano es precario, pero entiende las preguntas e indica a su sobrino qué debe traducir: "Que no digan que mi marido me obliga a ponerme el niqab. Empecé a usarlo por voluntad propia cuatro años después de casarme y soy viuda desde hace cinco. A mí no me manda nadie". ¿Sus razones? "Por motivos religiosos y para ir más tranquila por la calle. A veces noto que cuchichean a mis espaldas. Pero me da igual. Yo hago mi vida".

Y no es fácil. Le cuesta mantener a toda la familia con la pensión de viudedad. El padre murió en un accidente laboral. "Era albañil", explica la niña. El sobrino sigue en segundo plano. Al preguntarle si cree que está aumentando la islamofobia, encoge los hombros con una sonrisa.

Las protagonistas

Zohra
38 años. Marroquí nacida en Tánger y residente en El Vendrell. Casada con cuatro hijos.

"El velo no se puede imponer. En mi familia nadie lo usa, pero a mí me gustó desde niña y me lo puse a los 18 años. Es mi modo de vivir la fe. Para mi marido fue una sorpresa. Intento modernizarlo, que sea de colores y que se note que debajo hay una mujer".

Fátima
26 años. Marroquí residente en Cunit. Casada con tres hijos. Habla su marido.

"Una mujer buena y joven está más tranquila tapada cuando va por la calle y hay mezcla de hombres y mujeres, así no la molestan. Delante de la médica y en el ayuntamiento sí se quita el velo para que la identifiquen"

Saleha
31 años. Marroquí residente en las afueras de Tarragona. Viuda con tres hijos.

"Que no digan que me obliga mi marido. Empecé a usar el niqab cuatro años después de casarme y soy viuda desde hace cinco. A mí no me manda nadie. Lo llevo por motivos religiosos y para sentirme más tranquila. No me importa que la gente cuchichee"