xoves, 20 de xaneiro de 2011

Jean Genet, castrado por la censura


La obra del autor francés fue prohibida por el órgano represor del franquismo y perseguida, como ocurrió con 'Diario de un ladrón', hasta 1976
PEIO H. RIAÑO Madrid 05/01/2011
La formación al margen de la ley y la entronización de una sórdida ópera de presos, soldados, siervos y vagabundos tenía todas las papeletas para quedarse a las puertas de la Dirección General de Propaganda durante la dictadura franquista. Y así tumbó la censura una tras otra, incansablemente, las obras de Jean Genet (París, 1910-1986) que varios de los grandes editores en ciernes trataban de publicar en este país, mientras él se recreaba en la elaboración de un personaje que alardeaba de traidor, ladrón y homosexual. Uno de los más originales y sólidos novelistas franceses del siglo XX fraguaba a finales de los cuarenta una extraordinaria obra sobre criminales y sexo angustioso y España castraba a aquel genio arrebatado, del cual hace unas semanas Francia celebraba los cien años de su nacimiento.
Una vez pasados los fuegos artificiales, aquí el mejor homenaje que se le puede hacer al autor de Querelle de Brest (1947) es recordar cómo la censura le tenía todavía bajo cuchillo en 1974. El 22 de marzo de ese año, uno de aquella tribu que firmaba los expedientes de represión como "lectores", desautorizaba la impresión de 3.000 ejemplares de Diario de un ladrón (escrita hacía 25 años): "Se trata de la misma obra que fue denegada en su día a la editorial Anagrama [cinco años antes de este informe]. Como no han cambiado las circunstancias y el texto es un verdadero canto a las aberraciones sexuales, crimen y vida inmoral, de la que se diría se siente orgulloso el autor, además de contener ataques a España y nuestras instituciones por transcurrir gran parte de la narración en nuestro país, a mi juicio procede tener el mismo criterio de la ocasión anterior y considerar la obra no autorizable".
Si pensamos que en 1946 también se prohibía la importación y publicación del Ulises de James Joyce, no extraña que un ataque tan severo contra las técnicas coercitivas de la familia, el ejército, la escuela, el sistema judicial, la cárcel y la Iglesia pudiera recalar entre las librerías de aquellos años. Sin embargo, es curioso comprobar cómo los censores levantaban la mano ante la trascendencia de la trayectoria reconocida de otros autores como Yukio Mishima (Tokio, 1925-1970), quien compartía con Genet, además de su homosexualidad, su gusto por el teatro antes que la novela. "Es uno de los más grandes escritores japoneses contemporáneos, ha sido publicado en varios idiomas y recomendado por la Unesco[] Un poco nostálgico", escribía en 1962 sobre El pabellón de oro un censor entregado al criterio del máximo organismo internacional del patrimonio cultural.
Tampoco encontraron signos de subversión contra la moral católica del régimen en el Autorretrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde; Mrs. Dalloway, de Virginia Woolf; La bella y la bestia, de Jean Cocteau, o Una temporada en el infierno, de Rimbaud, a la que señalaron como el retrato de una "vida desequilibrada, apasionada e inquieta". Eso sí, nunca tragaron a Tennessee Williams ni a Truman Capote. De Desayuno en Tiffany's tachan y desautorizan la novela un año después de su publicación mundial por ser "morbosa y deshonesta", donde "el vicio de Lesbia ocupa buen lugar". Tres días después, la lee un nuevo censor: "Nada gana, ni el buen gusto ni la literatura, con esta obra".
Incluso el guión convertido en novela del Evangelio según Mateo, de Pier Paolo Pasolini, pasa el corte en 1965, sobre todo, debido al reconocimiento que tres años antes obtiene la película. "El tema, planteo y resultado de este filme ha sido últimamente discutido en todos los sentidos. En general, y pese a la filiación ideológica del autor, la crítica, incluso la católica, se ha pronunciado en sentido favorable", escribe el censor sobre el libro que llevaba introducción de José Monleón.
Miedo al genio
Algo parecido debieron pensar cada vez que les llegaba una nueva petición de publicación de Diario de un ladrón, de Genet. La primera vez que se encontraron con el texto fue por la solicitud de Jorge Herraldepara publicarlo en su editorial, diez años después de su aparición en Francia. La ficha de expediente del escritor francés demuestra que el verdadero peligro de Genet no eran sus temas, su universo macerado al calor de la voluptuosidad, sino su maestría al contarlo.
Aquellos ilustres cuervos sentenciaron a Genet al olvido para impedir su contagio: "La finalidad de esta obra literaria es la de poner de manifiesto la profundidad, la anchura e incluso la sublimidad, como vividas, de la abyección, de la inmundicia, de la aberración y del crimen, cuando uno se entrega a ellos en cuerpo y alma. Muy bien. Pero el caso es que la obra resulta excesivamente cochina, y como, además, por lo que se refiere a los homosexuales y pederastas (que es lo más frecuente en esta novela), se despiertan muchas vocaciones en nuestro tiempo, creo será mejor anteponer otros valores más sublimes que el valor literario de la obra. NO PUEDE PUBLICARSE".
Sólo una semana más tarde vuelve a confirmarse el juicio contra una de las grandes novelas, en las que Genet apuntaba la estrecha relación entre los delincuentes y las flores, ya que la fragilidad floral procedía de la misma naturaleza que la insensibilidad del criminal. En Diario del ladrón, la violencia, la traición, la histeria y la cobardía son formas de heroísmo. Los ojos del órgano represor lo veían inaceptable pero probable. Lo temieron porque la realidad no le era tan extraña al relato de Genet, y como si el censor ya tuviera constancia de quién era y qué hacía el escritor francés, apuntaba: "Novela típica de Genet. Autobiográfica. Historia de sus tiempos de mendigo, criminal, pederasta, etc, etc. Un canto a la homosexualidad, el delito, la suciedad, la coprofilia, etc, etc. [] y como además todo ello está muy bien escrito y por tanto resulta más convincente, creo que sobran los motivos para no autorizar la traducción de esta obra, sin la que el lector español puede pasar perfectamente".
Contra la homosexualidad
Aquella sociedad feudal ignoró que la obra de Genet fraguó el reconocimiento de Jean Cocteau, de Sartre y Simone de Beauvoir, que lo definió como un matón genial, un ser dogmático y libre. Sartre le dedicó su estudio sobre Baudelaire (1947) y lo consagró en su San Genet, comediante y mártir (1952). En Nueva York, nueva capital universal después de la Gran Guerra, Sartre presentó a Genet como el verdadero genio literario francés y la crítica norteamericana lo situó entre Proust y Céline. Mientras, en España no pasó de escritor maldito cuyo mayor delito a los ojos de la censura fue su abierta homosexualidad en obras como Santa María de las flores (1943), Milagro de la rosa (1946) y Pompas fúnebres (1947).
Y eso no cambió en años. En 1976 lo intenta la editorial Planeta. Las cosas han cambiado o, al menos, en apariencia; el 19 de mayo, el ya Ministerio de Información y Turismo Dirección General de Cultura Popular pasa un informe escrito todavía por una de aquellas siniestras mentes: "Autobiografía novelada de un homosexual. Es un canto constante a las aberraciones sexuales, al crimen y a la vida inmoral. Trata de forma irreverente a la Iglesia católica. Toda la obra es inmoral. A juicio del lector, salvo superior criterio, la obra DEBE SER DENUNCIABLE", sentenciaba en mayúsculas.
Cinco meses después de la muerte del dictador, la censura seguía mordiendo, aunque los trámites entonces ya obligaban a separar el "informe" de las "observaciones". Y los censores se camuflaron en democracia con los vestidos de la retórica, para no mostrar su veneno. Las observaciones se hacían apelando cínicamente a "un punto de vista estrictamente jurídico" para escribir en el último párrafo la sangría más obscena en nombre de la sanidad moral: "Lo conflictivo de la obra se centra en la descripción sin ningún recato del fenómeno homosexual. No existen ciertamente descripciones obscenas o directas; pero todo el libro es una exaltación a la homosexualidad, sin crítica alguna, que hace que su contenido deba considerarse socialmente peligroso e incluso incurso en la figura delictiva del escándalo público".
Con los años y la insistencia pasaron las obras de teatro Las criadas y Estricta vigilancia, de la que en su expediente de 1973 se cuenta que es una obra de teatro "insípida, sin el menor interés, reiterativa e irrepresentable". La censura había puesto el listón de Genet muy alto: en esta pieza ni siquiera se advirtieron "intención política alguna". Les decepcionó hasta cuando no se encontraron con el salvaje Genet.
Tennessee Williams, otro crucificado más
"De las tres obras de teatro que se recogen en este volumen, ‘Un tranvía llamado deseo' figura según los antecedentes como prohibida por la censura de teatro", sentencia el censor que confirmaba la prohibición de esta obra de teatro en 1953. La pieza de Tennessee Williams, Premio Pulitzer en la categoría de Drama en 1948, considerada como una de las obras más importantes de la literatura estadounidense, cuenta la vida altanera de Blanche DuBois, una dama sureña con delirios de grandeza.
Así que aquel censor advertía que el libro que reunía las tres obras podía publicarse, siempre y cuando se suprimieran todas las tachaduras que señalaba en ‘Un tranvía llamado deseo'. Para el siniestro personaje, una lectura tenía menos peligro que una representación teatral, pero los caminos de la censura son inexplicables: "El tema y el tipo central de la trama son francamente duros desde el punto de vista moral. Pero el lector estima que siempre que no se representen en público, sino que sirva exclusivamente de lectura a los aficionados de la literatura, puede autorizarse su publicación".
Insiste con ‘Verano y humo', que también lleva muchísimas tachaduras, en que la censura de teatro se aplique, pero no para el "literato aficionado". Sobre papel puede publicarse. Por otro lado, ‘El zoo de cristal' es calificado como "un problema de clase media inferior, completamente inocuo y puede autorizarse". El lápiz rojo se cernió sobre la obra de Williams por ser considerada "extravagante". La perversión de los censores hizo que también se refugiaran en criterios más allá de la moral para legitimar su actividad. 

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