sábado, 15 de xaneiro de 2011

La reina Isabel en su laberinto


Isabel Burdiel elabora una biografía política, espléndidamente tramada, profunda y rica en detalles, y ofrece un gran fresco de un tiempo en el que el liberalismo doblegó a la Corona hasta obligarla a reconocer la necesidad de un compromiso con el Parlamento
SANTOS JULIÁ 01/01/2011
En los tiempos que corren, produce una inmensa satisfacción abrir las páginas de un libro de historia que se lanza, desde sus primeras líneas, a la imposible pero siempre necesaria empresa de contar las cosas del pasado tal como realmente ocurrieron: "María Cristina de Borbón llegó a Madrid con un objetivo preciso: debía proporcionar descendencia a su tío, el rey de los españoles, que había enterrado ya a tres esposas sin lograr un heredero". De carácter vivaz y expresión agradable, con nociones de historia, geografía y gramática y rudimentos de francés, de pintura y de música, a la recién llegada le gustaba montar a caballo y era despierta, elocuente e ingeniosa.
Estupendo: ya sabemos por dónde habrá de transcurrir este relato, que va, en efecto, de gente de carne y hueso, de la que se anota con delectación hasta el último detalle sobre una impresionante base documental. Es, por cierto, la historia de una mujer o, mejor, de dos mujeres y de sus, con frecuencia, tormentosas relaciones: de Isabel, desde luego, pero también de su madre, María Cristina. Y hay mucho además de biografía de las gentes que las rodeaban: ayas y tutores, generales y políticos, cortesanos y embajadores, curas y monjas, maridos y amantes, de cada uno de los cuales se ofrecen retratos tan vivos y apuntes tan penetrantes que parece como si la autora hubiera pasado años enteros en la Corte, testigo de escenas de amor y odio, de crisis políticas y de algaradas populares o insurrecciones militares.
Pero esto no es todo: sobre estas dos biografías, Burdiel va construyendo una original interpretación del periodo conocido como "la era isabelina". Para eso no bastaba ser una reconocida biógrafa: a ella debemos una primera aunque incompleta biografía de Isabel II, un impagable retrato de Mary Wollstonecraft Shelley y un precioso ensayo, titulado La dama de blanco, sobre la biografía como género historiográfico. Se necesitaba, además, ser una experta politóloga, como ya había mostrado en La política de los notables, su primer estudio sobre el sistema de partidos de los años treinta del siglo XIX, y conocer al dedillo los entresijos de la revolución liberal, interpretada tantas veces como pacto entre un sector de la aristocracia y una ascendente pero débil burguesía en el que la Corona habría jugado como fiel de la balanza.
A nuestra biógrafa y analista no le satisface ese tópico y bucea en los usos de la Corona por los partidos con su inevitable correlato de los usos que de los políticos hace la Corona. Esta inmersión en la política desde las cámaras regias la lleva a una conclusión que enriquece nuestra visión del moderantismo: la Corona fue parte de un proyecto de reversión de la ruptura liberal, sostenido en personajes y sectores del Partido Moderado y en las maquinaciones tramadas entre los cortesanos y los maridos y amantes de las reinas. Y en este punto, brilla Juan Donoso Cortés, aquella lumbrera que alimentó el pensamiento político católico hasta fechas recientes y que aquí se revela, en su correspondencia con Muñoz, como un arribista fascinado por el poder, un tipo más bien zafio, que en sus tratos con la reina se comporta -dice Burdiel- como un proxeneta reaccionario.
Sin capacidad para manejar del todo a la reina, pero con suficiente poder para no dejarse manejar del todo por ella, la política española acabó por introducirse en un laberinto por el que la misma Isabel andaba -como dijo a Pérez Galdós- "palpando las paredes, pues no había luz que me guiara: si alguno me encendía una luz, venía otro y me la apagaba...". Perdida en su laberinto, la larga pugna entre liberalismo y absolutismo, entre Gobierno y Parlamento, entre Corona y partidos culminará en la decisión de expulsar a esta imposible señora. Burdiel muestra hasta qué punto jugó en la trama de la revolución llamada Gloriosa la imagen construida de la reina como negación de la "honra de España", o sea, hasta qué punto fue decisivo el hecho de que el primer monarca constitucional fuera una mujer, política y sexualmente muy activa, a la que, hija al fin del absolutismo, nunca le entró en la cabeza la idea de Estado, como pensaba, aunque no se lo dijo, don Benito mientras la entrevistaba en su destierro.
Biografías políticas de primera calidad se constituyen así en sólido cimiento para la interpretación de toda una época. Entre el arranque con la llegada de María Cristina a Madrid y el epílogo con Isabel en el Palacio de Castilla de la Avenida Kléber. de París -donde "tras una afección respiratoria relativamente breve e indolora, murió sentada, rodeada de sus hijas"-, esta obra monumental, espléndidamente tramada, con soltura y viveza narrada, rica en detalle y más profunda de lo que aparenta en análisis de partidos, de género, de educación y de culturas políticas, se despliega como el gran fresco de un tiempo en el que el liberalismo, como concluye Burdiel, doblegó a la monarquía borbónica hasta obligarla a reconocer que Corona y Parlamento estaban obligados a llegar a un compromiso.

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