sábado, 12 de marzo de 2011

Y la máquina empuñó el pincel


Reino Unido redescubre la obra de D.P. Henry, medievalista y pionero del arte por ordenador
ANTONIO FRAGUAS - Madrid - 07/03/2011
Publicó un estudio sobre "las dimensiones histórico-lógicas" de la obra de San Anselmo de Canterbury De grammatico (siglo XI) y también fue un pionero en el arte con computadoras y el diseño gráfico. Es el británico Desmond Paul Henry (1921-2004), remoto profesor universitario experto en filosofía medieval, que inventó en su casa hace ahora 50 años su primera máquina de dibujar. Para ello modificó una máquina militar de la Segunda Guerra Mundial (contienda en la que además participó); un artilugio que iba montado en los bombarderos modelo Lancaster y servía para fijar sobre mapas los blancos. La máquina modificada de D. P. Henry comenzó a realizar cientos de dibujos extrañamente hipnóticos sin los que hoy no sería posible entender el arte generado por ordenador. Ahora el Museo de Ciencia e Industria de Manchester (MOSI, en sus siglas inglesas) le dedica una retrospectiva que, dada la juventud y el -hasta ahora- escaso predicamento de esta disciplina, sirve también como ejercicio de arqueología del presente.
Henry utilizaba una computadora analógica (una especie de ampliadora fotográfica con brazos, tres rotuladores, tuercas y rodamientos) en la que no podía introducir datos (no podía programarla) pero sí configurarla para que dibujara sobre la base de una determinada rutina. Un dibujo podía tardar unas tres horas en culminarse. "Vio claramente el potencial para crear un arte elegante, generado por una máquina", señala Douglas Dodds, comisario del departamento de la Palabra y la Imagen en el Victoria and Albert Museum de Londres . "Se anticipó a los artistas digitales que le sucedieron y que utilizan sofisticados algoritmos para crear obras en constante evolución que aparecen en papel o en pantalla", prosigue Dodds.
Alejado de los círculos artísticos londinenses, Henry era un personaje al margen con un enorme mundo interior que parecía necesitar pocas cosas para ser feliz. Compró por 50 libras esterlinas (unos 58 euros al cambio) la máquina militar y la tuvo en casa nueve años. "La montaba, la desmontaba... hasta que un día decidió realizar unas modificaciones para que dibujara", relata al teléfono su hija y comisaria de la exposición del MOSI, Elaine O'Hanrahan. De ella es el mérito de que el trabajo de D.P. Henry no haya quedado relegado al olvido.
Hubo unos años (en la década de los sesenta) en que este creador sí presentó su obra en público y obtuvo cierta receptividad por parte de una sociedad que comenzaba a abrirse a lo nuevo. Expuso en galerías y bibliotecas de Manchester y en 1968 algunas de sus obras (y una de sus máquinas) fueron mostradas en la Cybernetic Serendipity, una exposición de arte y tecnología hoy considerada como punto seminal del computer art. Un curioso recorte de prensa de la época relata que Henry llegó 90 minutos tarde a su primera exposición individual en la galería Reid de Londres porque no encontró un lugar en el que afeitarse. Pasada esta etapa de efímera popularidad, el medievalista volvió a sus clases de filosofía y el artista excéntrico regresó a su sótano.
"Ajustaba la máquina, ponía música clásica y dejaba que el artilugio funcionara horas y horas. Yo entraba a hurtadillas en el estudio y me ponía bailar. Solo teníamos vetada la entrada cuando descabezaba una de sus siestas. Se dormía y dejaba a la máquina dibujando", comenta con nostalgia O'Hanrahan. En un artículo de la época, Henry declaraba: "Pintar con una computadora me da mucho tiempo para filosofar".
Los errores
Su hija y heredera apunta que lo que más interesaba a su padre eran los errores de la máquina. Los recibía con alborozo: el error era quizá el nexo secreto entre la especialización filosófica de D.P. Henry (la lógica escolástica) y esta forma de expresión artística. "No le gustaba tener el control total de la máquina, y tampoco podía tenerlo. Prefería que la máquina decidiera cómo concluir la obra", añade. Pero este creador no se quedó en sus máquinas. "En un punto las abandonó y empezó a interesarse por otros materiales para generar imágenes: productos químicos, restos de hojas de té, hollín e incluso crema para bebés", indica su hija.
El arte por ordenador es hoy en día algo cotidiano y el interés por sus pioneros va en aumento. "En un principio la mayor parte del computer art no fue bien recibido por muchos de los críticos, comisarios e historiadores de los sesenta y los setenta, pero una nueva generación está ahora redescubriéndolo y empezando a apreciar su relevancia en el arte digital y el diseño contemporáneos", señala desde el Victoria and Albert Museum Douglas Dodds. Esta institución, por cierto, atesora entre sus fondos de arte por ordenador obras de los españoles Manuel Barbadillo y Jaume Estapa . Junto a nombres como los de Ben Laposky, Herbert Franke y John Whitney, D. P. Henry abrió camino donde no lo había y, como recuerda Dodds, utilizó una máquina pensada con un fin militar para crear algo bello.

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