venres, 1 de abril de 2011

Ácidos ecos de la sociedad vienesa


Una antología rescata 'La Antorcha' de Karl Kraus, la revista centroeuropea más relevante de la historia - Sus páginas retratan el declive del imperio austrohúngaro
IGNACIO VIDAL-FOLCH - Barcelona - 28/03/2011
Karl Kraus fue un hombre singular. En el despacho abarrotado de libros y periódicos donde pasaba la mayor parte del día leyendo y escribiendo tenía también instalado el diván donde dormía y se tumbaba a leer. Durante 30 años, desde 1899 hasta poco antes de su muerte, en 1936 (a consecuencia del ataque a su débil corazón que sufrió tras ser arrollado por un ciclista) se dedicó de manera exclusiva a esos menesteres, con una perseverancia y tenacidad extraordinarias. No tenía esposa ni hijos. Unas rentas de familia le permitían dedicarse exclusivamente a su vocación. Gran parte de su tiempo lo dedicaba a la revista La Antorcha, de la que El Acantilado publica una cuidada antología.
Con esta edición ya se puede considerar cabalmente representado entre nosotros a Karl Kraus, por mediación de Adan Kovacsis, que a principios de los años noventa ya tradujo Los últimos días de la humanidad (Tusquets), su colosal e irrepresentable obra teatral / apocalíptica sobre la I Guerra Mundial; y en el año 2003, Dichos y contradichos (Minúscula), una colección de aforismos y fragmentos de variada índole. Para contextualizar la personalidad y la obra de Karl Kraus en la Viena de la primera mitad del siglo XX tenemos además los testimonios de la autobiografía de Elias Canetti (Galaxia Gutemberg), las páginas de José María Valverde en su Viena fin del imperio (Planeta) y el ensayo sobre la Viena de Kraus -también recién publicado por El Acantilado- de Sandra Santana, El laberinto de la palabra. De estos libros proceden los datos de este artículo sobre el director, redactor único y corrector ("se preocupaba de cada coma, y buscar erratas en la revista era arriesgarse a volverse loco", dice Canetti) de aquellos cuadernos de cubierta roja que fueron la revista periódica más importante de la historia centroeuropea.
La Antorcha se autofinanciaba mediante los ingresos de las ventas y suscripciones. Colocaba cerca de 30.000 ejemplares por número, y aparecían dos o tres cada mes. A veces la revista era muy gruesa, otras veces delgada. Al principio contaba con algunos colaboradores, pero pronto Kraus se percató de que se bastaba y se sobraba para llenar él solito todas las páginas. Además de esta exigente actividad era un conferenciante muy cotizado. Parece que escucharle era una experiencia electrizante, cautivadora.
Los beneficios de las cerca de 700 conferencias que pronunció iban destinadas a diferentes obras de caridad. La única debilidad (por llamarla así) humana que se le conoce, documentada por la caudalosa correspondencia con Sidonie Nádhérny, a cuya publicación él dio su conformidad, fue su inclinación sentimental hacia esta dama aristócrata, propietaria de una mansión con un parque encantador, adonde Kraus se retiraba con frecuencia para descansar durante algunos días de su absoluto sentido de la responsabilidad respecto a la verdad mistificada incesantemente por la prensa y los literatos a los que combatía con implacable hostilidad.
En la guerra de las ideas y en la execración y burla del periodismo filisteo, de la justicia injusta, de la estupidez pánfila y satisfecha del pequeñoburgués, Kraus no tomaba prisioneros. Su actitud y su estilo han dejado una huella profunda en las letras de su país, y lo mejor y lo peor de uno y otro se detecta en autores como Thomas Bernhard o Elfriede Jelinek. Se erigió en conciencia moral de "Felix Austria" en los años del incomparable florecimiento de las letras y las artes, en la Viena de Joseph Roth, Schnitzler, Wittgenstein, Freud, Hoffmansthal, Schoenberg, Kokoschka o Schiele, tan bien retratado por Zweig en El mundo de ayer, y hasta vísperas de la II Guerra Mundial.
A su compromiso y su rigor y coherencia en la defensa de los valores humanistas y en la crítica de vicios sociales e hipocresías políticas, solo cabría reprocharle una combatividad tan extrema e implacable que demolía con la misma saña la tara pequeña e insignificante y la injusticia clamorosa. Se puso casi siempre del lado correcto (salvo por ejemplo en la consideración del intelecto de la mujer, al que dedica frases grotescas), denunció la dinámica suicida que condujo a la I Guerra Mundial, y advirtió desde el principio del potencial aniquilador de la ascensión de Hitler cuando esta era todavía resistible. Leyendo su selección de artículos llama la atención (melancólicamente) la vigencia de muchos de sus escritos y de sus observaciones sobre el papel de los medios de comunicación y de la literatura, por ejemplo, en la difusión de las lindezas de lo que hoy llamamos "bonismo" y entonces "filisteísmo"; o la persistencia de debates como por ejemplo el de la publicidad de la prostitución en los periódicos: La prensa como alcahueta, ¡de 1903!
Esta antología es meritoria también porque da el tono, en solo 500 páginas, de las docenas de miles que publicó la revista a lo largo de 30 años; incluye textos fundamentales (como el ya citado Moralidad...) o parte del ensayo de 300 páginas sobre el poder nazi, entre otros de tono más ligero, satíricos y cómicos. Ya que al fin y al cabo Kraus era, según Canetti en el último de los papeles que dedicó a su memoria, "el mayor escritor satírico de expresión alemana".

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