venres, 13 de maio de 2011

Tributo a un paraíso rockero


El domingo, 15 bandas rinden homenaje al Agapo, histórico bar y sala de conciertos de Malasaña que cerró hace 16 años
IÑIGO LÓPEZ PALACIOS - Madrid - 05/05/2011
"Mira, mi madre no quería morirse sin ir al Vaticano. Pues con 16 años, en 1989, mi Vaticano era el Agapo. Yo vivía en Vitoria. Un día, mi instituto organizó un viaje a Madrid para ver El Prado. Por la noche conseguí escabullirme. Llegué allá a primera hora. Acababan de abrir. Me temblaban las rodillas de la emoción. Y cuando entro, me lo encuentro vacío. Fue un bajonazo". El David, de hoy, con 40 años, se ríe de ese disgusto. Algo que ocurría con frecuencia, según cuenta Santi Camuñas, uno de los dueños del local. "Pasaba mucho. Veías entrar a los chavalitos que peregrinaban desde provincias, llegaban demasiado pronto y se llevaban una decepción. Porque aunque abríamos todos los días a las diez, las primeras horas no había nadie. Pasábamos el tiempo oyendo discos y jugando a billar con los colegas. Era a partir de las tres, cuando cerraban los bares de Malasaña, que se petaba hasta las cinco".
Moraleja fundamental de esta historia: El Agapo era un bar al que se peregrinaba. Y eso es algo que deja huella. El próximo domingo se celebra en la sala Rock Kitchen, como cierre del Festimad, la Agapo Flashback Experience, una mezcla de concierto y fiesta homenaje en la que 15 grupos que se autodenominan "agaperos" y un puñado de Djs recordarán a ese desaparecido bar. Si no tienen ya entrada, olvídense de ir. No queda ni una disponible.
En parte por la nómina de grupos que participan, entre los que están bandas en activo como Sex Museum y otros reunidos expresamente para la ocasión, como Los Macana, Glutamato Ye-Yé o Las Ruedas. Pero también por la ocasión de recordar de los habituales de un lugar que cerró hace 16 años dejando para muchos un recuerdo imborrable. Como dice Josele Santiago, de Los Enemigos, otro de los grupos que se unen para el concierto: "A mí me sacan el Agapo y se me queda la vida coja y sin fundamentar".
Era un lugar que levantaba todo tipo de pasiones. Véanse dos casos opuestos de clientes, que quieren permanecer anónimos. Uno, por no parecer pelota: "Era un garito de la leche Era especial, nuestro CBGB. Allí tenías la sensación de que estaba pasando algo. Era un lugar de agitación, de actividad continua. Es una contribución fundamental a eso que llaman la cultura de Malasaña". Otro, por no figurar como rencoroso: "El Agapo cerraba más tarde y era más grande que casi todos los demás bares de rock and roll. Por eso, las chicas del Ramonas siempre acababan en el Agapo. Y por eso, nosotros también. Pero casi nunca todo lo revueltos que nos hubiese gustado. Allí confluía toda la aristocracia canalla del lugar, que era bastante extensa, repetitiva y conocida. Músicos, aspirantes a músicos y tipos que tenían pinta de músico. Gente mucho más interesante que nosotros, con los que no se podía competir. Por eso no me gustaba el Agapo. Por eso, cuando mi mujer echa de menos el Agapo, me sigue sin gustar y me alegro de que derribasen el edificio, aunque se olvidasen de hacerlo con todos aquellos individuos dentro".
No lo derribaron. Ahora mismo el número 22 de la calle Madera, en pleno barrio de Malasaña, es una lonja buscando destino. Nadie diría que durante casi diez años, de mediados de 1985 a finales de 1994, fue el centro de la vida nocturna del rock madrileño. "Los Enemigos tocaron cuarenta y pico veces. Los Sex Museum, treinta y tantas. Los Ronaldos dieron allí su primer concierto... grupos como Siniestro Total o Burning tocaban tres días. El aforo era pequeñito y tocaban grupos a los que podíamos pagar y que no iban a crear problemas de orden público. Llegamos a meter 230 personas", recuerda Marisa Ruiz. Ella fundó el bar junto a su dos hermanos, Quique, ya fallecido, y Álvaro, después de cerrar otro que tenían en Tirso de Molina . "Ahí se gestó la idea de montar algo más rockero. Porque allí ya nos habíamos hecho con una clientela específica. Los aledaños de los que iban al Rockola: gente más underground. Más rockera y menos de La Movida".
Sin embargo alguno de los conciertos más míticos no fueron estrictamente rock and roll. Como el de unos incipientes Ketama. O Pata Negra con la formación que incluía a los dos hermanos Amador, Rafael y Raimundo. Cuentan que esa noche la cola bajaba toda la calle, hasta más allá de la esquina con Pez en la que aún está el Teatro Alfil. ¡Un miércoles a las dos y media de la mañana! "Fue para celebrar el cumpleaños de Raimundo. Comenzó a las tres de la mañana, porque era la hora en que acababan las sesiones de grabación de Blues de la frontera. Raimundo empezó con un abrigo de leopardo y acabó en calzoncillos a las seis de la mañana. A raíz de aquello se puso de moda entre los flamencos. Allí se juntaban con los rockeros, los punkis y los modernos. Aparecía el Agujetas o el mismo Camarón, que estuvo varias veces en el Agapo".
La segunda mitad de los ochenta fue su edad dorada. Era el lugar donde se podía ver a Joe Strummer, de The Clash, tomando una copa. O a Johnny Thunders o a los Fleshtones, que una noche vinieron de tocar en otra sala y terminaron haciendo coros con Sex Museum. El sitio donde actuaban grupos garageros, una variante del rock de los sesenta cruda y rítmica, venidos de Australia o Suecia. "Éramos famosos porque las bandas que venían a tocar hablaban de nosotros como del paraíso rockero", dice Camuñas. Presumen incluso de que algún músico estadounidense se enamoró en su barra y ya no dejó Madrid.
En los noventa, los dueños del Agapo querían crecer y abrieron otra sala más grande, Revolver. Los tiempos estaban cambiando. "Las cosas se fueron endureciendo bastante con el famoso concejal Matanzo. Los tres últimos años no hubo conciertos porque se nos exigió una insonorización que era prácticamente imposible de cumplir. Se complicó aún más porque el dueño del local enfermó y murió. Un día se nos retiró la licencia y ya no pudimos continuar", recuerda Marisa Ruiz. Es entonces cuando pasó de ser visita obligada para los rockeros a convertirse en leyenda. O así lo recuerda David, aquel peregrino vasco. "Después del chasco no tuve la oportunidad de volver. Y cuando leí que habían cerrado me dio un poco de rabia. Al final, me había perdido mi Vaticano".

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