domingo, 30 de outubro de 2011

El Gobierno provisional libio cierra las visitas al cadáver de Gadafi


Caixas de municións no deserto, preto de Sirte
Acabó el denigrante espectáculo. A las 15.30, los guardianes del mercado de Misrata han echado el cerrojo y ha finalizado el peregrinaje de los libios para comprobar que Muamar el Gadafi, y también su hijo Mutasim, están muertos y bien muertos. Cuatro días han estado expuestos a intervalos los cadáveres en una cámara frigorífica del mercado de esta ciudad martirizada por las tropas leales al dictador. Los cuerpos ya comenzaban a expulsar fluidos, lo que ha obligado a sus custodios a colocar plástico bajo los cuerpos que ya están pudriéndose y desprendiendo un insoportable hedor que obligaba a los visitantes, alegres pese a todo, a entrar con mascarilla. No han cumplido los fieles musulmanes con el precepto islámico que prescribe la sepultura de los cuerpos a las 24 horas de la muerte. El odio al tirano y el deseo de humillarle han prevalecido. “Habría que sacarle las vísceras y volverle a coser para poder seguir exponiéndolo al pueblo”, afirmaba el sábado a las puertas de la morgue improvisada el miliciano Abdelaziz. Otro guardián citado por Reuters apuntaba poco después del fin del desfile: “Ya está bien. Nos ha causado tantos problemas muerto como vivo”.
Ahora, el Consejo Nacional Transitorio -presionado por organizaciones de derechos humanos y Naciones Unidas, más que por los países occidentales que decantaron la guerra a favor de los rebeldes- ha ordenado una investigación sobre las circunstancias de la muerte del sátrapa y su hijo. Un proceso que resulta comprometedor para las nuevas autoridades, que han prometido una nueva Libia en la que se respetarán los derechos humanos y las libertades civiles. No han tenido el mejor de los comienzos posibles, por mucho que las atrocidades cometidas por los soldados de Gadafi superen con creces las perpetradas por los insurgentes. Human Rights Watch asegura que en Sirte, ciudad natal de Gadafi y la última ciudad en caer en manos del Consejo Nacional, han sido hallados decenas de cadáveres maniatados. Tampoco es novedad. En Trípoli, en agosto, cuando la capital cayó en manos de los insurgentes, no era difícil encontrar muertos maniatados o con heridas profundas en las muñecas.
El primer ministro dimisionario del Gobierno interino, Mahmud Yibril, ha asegurado tajantemente que Gadafi no fue asesinado, que cayó víctima de una bala perdida, probablemente de alguno de sus hombres. Poco a poco va matizando sus palabras. Pero casi ningún compatriota le cree. La gran mayoría está convencida de que el autodenominado “rey de reyes” recibió un disparo a sangre fría. En un vídeo difundido ayer, aparece un hombre con pelo rapado, rodeado de otros milicianos, que es felicitado mientras se enorgullece, arma en mano, de haber sido el autor del presunto asesinato. Seguramente ignora que se trata de un crimen de guerra.
En el caso de Mutasim quedan todavía menos dudas. Uno de los más importantes jefes militares del régimen, el vástago del autócrata aparece en un vídeo hablando con jóvenes sublevados contra la dictadura en aparente buen estado, tranquilo, fumando y bebiendo agua.
-“Bebe agua y levanta la cabeza. Los días de lujo han terminado”, le espeta un joven.
-“No hablo con adolescentes. ¿Cómo te llamas?”, contesta Mutasim.
-“Pronto lo verás, perro”, zanja el joven.
El jueves, este y otros muchos enviados observaron el boquete que Mutasim presentaba en la garganta. Yacía junto a su padre y el jefe de las fuerzas armadas, Abu Baker Yunes Jaber.
Lo que deparará la investigación, reclamada por organizaciones de derechos humanos y Naciones Unidas, es una incógnita. Algunos mandos de los alzados contra Gadafi prometían que impedirían que se le hiciera una autopsia al cadáver que tiene dos orificios de bala: uno en la sien y otro en el estómago. Ayer se anunciaba que se había realizado, aunque se desconoce el resultado.
Pero hay una certeza: las declaraciones en un juicio de Gadafi serían sumamente comprometedoras para algunos dirigentes libios que tratan de hacer carrera política, y también para los dirigentes occidentales que le agasajaron hasta hace muy pocos años. “Sabemos que ahora muchos países reprueban el crimen, pero sus dirigentes sabían muy bien lo que Gadafi hacía contra nosotros. Y entonces callaban. Ahora nos han ayudado a liberarnos de él. Estas cosas tan sucias no son nuevas, y no nos importa tratar con ellos. Estos países quieren nuestro petróleo y nosotros queremos vendérselo”, comentaba el sábado en Misrata Mohamed Darwish, un piloto de líneas aéreas.
Ahora queda por enterrar al dictador. Su cadáver será enterrado este martes en una zona del desierto junto a su hijo, según ha adelantado a la agencia Reuters un portavoz del Consejo Nacional de Transición, aunque no ha revelado el lugar exacto. Dicho portavoz ha asegurado que han organizado un "entierro simple" al que asistirán clérigos musulmanes.
Muchos en Misrata desean que sea sepultado en el cementerio de los invasores de la ciudad. Pero otros optan por la solución Bin Laden. “Tendrían que meter el cuerpo en una bolsa y tirarlo al mar”, explicaba el sábado el miliciano Abdelaziz, el que optaba por extraer el estómago, hígado, riñones y corazón a Gadafi. En algo parecen de acuerdo Yibril, que no ha conseguido imponer su autoridad a los insurrectos de Misrata para gestionar el entierro de Gadafi, y los rebeldes: todos quieren impedir que la tumba del dictador se convierta en lugar de peregrinaje. Finalmente, anoche, un funcionario del Consejo aseguró que los cuerpos de Gadafi, su hijo y el exjefe del Ejército ya habían sido retirados del mercado de Misrata y que los restos del dictador serán enterrados en un lugar secreto en el desierto hoy martes.

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