El autor
escribe dos relatos nuevos para su trilogía sobre la contienda, que se reúne
por primera vez en un solo volumen
PEIO H.
RIAÑO Madrid 01/12/2011 08:00
En los
cuentos de Juan Eduardo Zúñiga (Madrid, 1919) se escucha la radio y se acarician
los periódicos, los niños leen libros mientras en la calle se escuchan himnos
de guerra y las fotografías se llevan en el bolsillo alto de la camisa,
"cerca de donde el corazón se mueve". En los relatos de Zúñiga
siempre hay una ventana a la que sus personajes se asoman, irremediablemente,
para asumir que es el final del refugio de lo privado. Hay una cita con la
muerte, que corre por la calle. "Le atrae el balcón porque allí afuera
será donde ocurra todo, y de fuera vendrán las noticias de acontecimientos que
él, sin duda, recordará pasados muchos años. Y tendrá que contar cómo los vivió
y si le dañaron o le hicieron madurar. También contará que a la vez leía
cuentos cuyo ambiente y los personajes que lo cruzaban le parecían más bellos,
más nobles, más atractivos que todo cuanto a él le rodeaba. En los libros
encontraba la libre imaginación", explica la voz que narra la vida de un
joven que quiere escapar de la Guerra Civil, que todavía no ha desangrado
España.
Este
fragmento corresponde, también, a uno de los dos nuevos relatos que ha incluido
Juan Eduardo Zúñiga en la trilogía por la que pasará a la historia de la
literatura española: Largo noviembre de Madrid, Capital de la gloria
y La tierra será un paraíso, que ahora Galaxia Gutenberg/Círculo de
Lectores publica reunidos por primera vez en un solo volumen. Los 34 cuentos
sobre la Guerra Civil que componían estos tres libros, escritos en 1980, 1989 y
2004 respectivamente han sido revisados por su autor y alterados por la
incursión de Caluroso día de julio (en Largo noviembre de Madrid)
e Invención del héroe (en Capital de la gloria), de reciente
creación.
Ese muchacho
que abre las páginas de un libro, buscando el afecto en las personas imaginadas
que no encuentra en su entorno, pero es interrumpido por las canciones,
fusiles, banderas rojo y negro, por el odio. "Nos templó la miseria/
sabremos vencer o morir/ noble es la causa de librar/ al hombre de su esclavitud/
Quizá el camino hay que regar/ con sangre de la juventud", escucha como
fatal premonición de su destino en los primeros días de la contienda. Le
reserva para el aplicado muchacho el peor de los desen-laces: el deber de
comprender la enseñanza más cruda. "Ha de saber que el viento ardiente de
las necesidades sopla furioso en una época, y en otra, cede y se aplaca y viene
a ser palabras de himnos olvidados", escribe con su prosa precisa y con la
substancia moral del sufrimiento de las vidas anónimas del conflicto. Zúñiga
fue el primero en empezar a recordar cuando nadie quería refrescar.
Los grandes
infiernos
"A mí
me interesa más el drama que la comedia. Y las personas que sufren, que pueden
ser vencidas por la vida pero que tienen un gran caudal de sentimientos bajo
esa vida opaca. Estos son los personajes, efectivamente, que pueblan mi
obra", explicaba el autor recientemente tras la salida de su anterior
volumen de relatos, Brillan monedas oxidadas. "El oído es la
materia de la creación literaria. No se puede ser escritor sin intentar atrapar
la vida, sin ser capaz de oír no sólo los matices de la lengua sino también los
repliegues del corazón", asegura.
Fernando
Valls, director de la editorial Menoscuarto y profesor de Literatura Española
Contemporánea en la Universidad Autónoma de Barcelona, explica que la
importancia de Juan Eduardo Zúñiga estriba en haber sabido "humanizar la
Guerra Civil y sus consecuencias". "Ha contado como pocos, con un cierto
simbolismo de base realista, la vida cotidiana durante la guerra y los primeros
años de posguerra, pero también los secretos del alma humana, como el egoísmo,
el miedo, el hambre, la desolación, el recuerdo o las pasiones. En estos
libros, el autor ha querido dejar constancia tanto de lo vivido como de lo
imaginado, a través de las ilusiones y esperanzas de las gentes
sencillas", revela el especialista en narrativa breve acerca de la visión
crítica de nuestro autor.
Nadie ha
fotografiado la Guerra Civil como lo ha hecho Juan Eduardo Zúñiga. Es un
maestro de la descripción, de las pasiones y del entorno. En Invención del
héroe, el otro relato que incorpora a esta sublime trilogía, parte con una
escena casi fílmica de un jardín envejecido, para hurgar en las falsas
esperanzas y los mitos de barro de una población desahuciada. Y rinde homenaje
a la fotografía bélica a través de uno de sus personajes: "La verdad es
que las fotos no engañan, los fotógrafos captan lo auténtico".
El
tono implacable de estos relatos responde a la actitud de quien no pidió
permiso para recordar, en medio del ejercicio del olvido programado para
transitar hacia la democracia. "Pasarán unos años y olvidaremos todo; se
borrarán los embudos de las explosiones, se pavimentarán las calles levantadas,
se alzarán casas que fueron destruidas. Cuanto vivimos, parecerá un sueño y nos
extrañará los pocos recuerdos que guardamos", se lee en el arranque del
primero de los relatos, Noviembre, la madre, 1936. Desmonta ese
hipotético entierro de la memoria, ese falso sueño, al final del mismo cuando,
en voz de la protagonista, escribe: "Todo pervivirá: sólo la muerte
borrará la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que fueron los años
que duró la contienda".
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