xoves, 28 de abril de 2011

Las voces que lucharon contra Franco


Varios de los cantautores que combatieron el régimen rememoran el inicio de las reivindicaciones sociales y políticas en una época en la que cantar adquirió un inesperado poder
JESÚS MIGUEL MARCOS MADRID 20/04/2011
Dar un concierto durante el franquismo era algo similar a desembarcar en Normandía con una pistola y tres balas. No debía ser fácil abordar un recital cuando un administrativo del Gobierno ponía el sello de "censurado" en casi todas las canciones que iba a tocar un músico. Eso le ocurrió a Marina Rossell a mediados de los setenta, teloneando a Ovidi Montllor en Tortosa. "A Ovidi le dejaron tres canciones y a mí, cuatro. Lo que hicimos fue llenar todo el concierto con ellas, repitiéndolas. Era como un loop gigante. La gente alucinaba", recuerda la cantante, una de las participantes en el simposio sobre la canción de autor de los sesenta y setenta que la Fundación Joaquín Díaz organizó en Tiedra (Valladolid) durante la semana pasada.
No deja de ser curiosa la tarea que tenía la Policía en aquellos legendarios recitales: escuchar canciones. Se supone que al músico nunca se le ocurriría variar el orden del repertorio, a riesgo de ser encerrado. De improvisar con las letras ya ni hablamos.
Porque las canciones, cuando el muro del franquismo comenzaba a agrietarse, adquirieron un inesperado poder, tanto que lograron incomodar a un totémico sistema dictatorial. Voz y música, dos elementos sonoros, físicamente inofensivos, produjeron alteraciones imprevistas en una sociedad que, sencillamente, perdió el miedo.
"Cuando ibas a una manifestación, estaba todo el pueblo, yo miedo no tenía. Fue el principio de todas las reivindicaciones civiles, sociales y políticas, algo apasionante", explica Rossell. Eran jóvenes y hasta cierto punto inconscientes. "Pero el miedo era un problema peor que la inconsciencia subraya María del Mar Bonet, precisamente eso era lo que intentaba la dictadura: sembrar el miedo. Muchas de las acciones en las que participamos te podían llevar a conflictos graves, pero no tenías miedo, porque tenías la sensación de hacer cosas importantes, algo urgente".
Todos los que vivieron aquel momento hablan del lirismo crudo de Paco Ibáñez, que también se dejó ver en el simposio, del grito telúrico de Raimon, de la elegante dignidad de Serrat, de las canciones de trabajo de María del Mar Bonet, de la artesanía melódica de Chicho Sánchez Ferlosio... Los jóvenes, especialmente los universitarios, empezaban a escuchar lo que nadie les enseñó en la escuela: se exponían a un mundo cultural desconocido, poético, libre, esperanzador y combativo, con el aura de indestructibilidad que genera el saberse en posesión de la verdad. María del Mar Bonet no cree que "la sociedad estuviera dormida, la sociedad estaba sometida por un régimen que no le gustaba a nadie y contra el que la universidad, el mundo obrero y el intelectual intentaban luchar. Había un fuerte deseo de acabar con el bagaje de opresión del franquismo".
La estrategia de imaginar
Lo que les definió a todos, además de la necesidad de cambiar el curso de las cosas, fue el uso de la poesía. Más que una cuestión de derribar un sistema a pedradas, la estrategia era la de imaginar otro y cantarlo, hasta que su verdad se impusiera como un hecho consumado. Así se expulsaba el miedo y se despertaban las conciencias. "Yo nací en un pequeño pueblo catalán y este movimiento de cantautores me ayudó a explicarme a mí misma lo que yo vivía, me descubrieron un mundo nuevo, me llevaron a hacerme preguntas que de otra forma hubiera sido imposible que surgieran", cuenta Marina Rossell.
Si había que luchar contra Franco con poesía, lo primero era rescatar del olvido forzado a los primeros que lo habían hecho: los poetas republicanos. Paco Ibáñez lo entendió con rapidez y revistió sus canciones con los versos de Lorca, Celaya, Machado, Hernández. "Decían con palabras hermosas y directas todo lo que tú sentías y lo que querías aprender", responde Martirio, integrante de grupo Jarcha a principios de los setenta.
Las armas ya estaban cargadas, solo había que desenfundarlas. "Paco Ibáñez abrió las ventanas a una nueva canción. Tenía esa dimensión política tan importante, aunque luego si analizas las canciones no son tan descaradamente políticas. Era más bien la actitud, el símbolo y el ser síntoma de una inquietud, de una contestación", resalta Amancio Prada, que en los primeros setenta daba sus pasos iniciales en el mundo de la canción en París.
Asistir a un recital en aquellos años se convirtió en una declaración política. Conciertos como combates: algo tienen en común el francotirador que se tumba en la trinchera esperando que el enemigo aparezca en su objetivo y el cantautor que apoya el pie en una silla, empuña su guitarra y comienza a ametrallar fantasmas con versos, en medio de un escenario lleno de sombras. "En aquel momento teníamos una plataforma, podíamos expresar el sentimiento de una sociedad que luchaba. Realmente, éramos la voz de mucha gente. Lo que pasa es que luchábamos con toda una serie de problemas graves, entre ellos la censura. Te podían coger a ti mismo. Muchos cantautores se tuvieron que exiliar", explica Bonet.
En 1971, el régimen franquista le prohibió a Paco Ibáñez actuar en territorio español. Tres años antes, los discos de Serrat eran retirados e incluso, ya en 1975, el cantautor catalán se vio obligado a exiliarse en México durante un año por una orden de busca y captura. Se repetía la historia de la Guerra Civil: los grandes nombres de la cultura no tenían sitio en España. Todavía en 1974, Amancio Prada tenía que eliminar una canción de su primer álbum, la titulada Monorrimo, con letra del poeta leonés Luis López Álvarez.
Una noche en la trena
Los problemas en los conciertos no eran menores. La policía vigilaba todas las actuaciones y no dudaba en actuar si lo creía necesario. A María del Mar Bonet, por ejemplo, la detuvieron después de un concierto en la universidad de Zaragoza. "Sería a finales de 1971 y yo era muy joven, tenía 19 años. Me hicieron un interrogatorio horroroso. Me acusaban de lo que había cantado y yo no hacía más que poner excusas. Estuvimos encerrados una noche. Menos suerte tuvieron los universitarios que organizaron el acto. A ellos los detuvieron unos cuantos días más...", recuerda Bonet.
Los cantautores recuperaron a la Generación del 27 y se dejaron empapar por las principales corrientes artísticas y fenómenos culturales del momento: Dylan, la chanson francesa (Brel, Brassens, Moustaki), la canción latinoamericana (los ecos de Violeta Parra y Atahualpa Yupanqui, el compromiso político de Silvio Rodríguez), Mayo del 68, el pop de los Beatles. De fondo, se mantenía el espíritu comprometido que enlazaba con la canción protesta estadounidense de principios de los sesenta. "Yo creo que la música siempre es comprometida", añade Martirio, "incluso el poema de amor más lírico puede conectar con los sentimientos de forma que te haga reivindicar cosas muy políticas. Al remover los sentimientos, se mueve no sólo lo lírico, sino también lo social y lo político".
Con el final de la dictadura, la música (y el arte en general) vivió una explosión sin precedentes. Según Marina Rossell, "en la Transición se hicieron mejores canciones, menos metafóricas, más directas y mejores producciones. Fue una fiesta. Lo viví como algo apasionante. Como demostración de la apertura aparecieron las Galeuscas, que eran conciertos de músicos de las distintas autonomías".
Desde entonces, la música en España no ha vuelto a tener ese peso político. Acudió al servicio de la gente cuando se la necesitó, pero su carga ideológica decreció con la llegada de la democracia. "Importancia social sí tiene, tal vez mayor que entonces, pero política no. La música en este país se ha enriquecido mucho, pero a los cantores ahora nos cuesta más. Yo echo en falta una canción comprometida. Ahora es cuando hay que hacerla, o no menos que antes", sostiene Amancio Prada.
La sociedad sigue necesitando a la música como instrumento para iluminar la realidad. Quizás lo difícil ahora es definir un enemigo, como lo fue Franco. "Habrá que empezar por la corrupción", concluye Marina Rossell. El futuro está asegurado, entonces.
"Doctor Feelgood no, que Franco está enfermo"
Como suele ocurrir en casi todas las dictaduras que emplean la censura para controlar a sus ciudadanos más díscolos, durante el franquismo se vivieron momentos delirantes motivados por el celo de los funcionarios del Gobierno. Por ejemplo, el periodista musical Carlos Tena tenía previsto hacer un especial sobre el grupo Doctor Feelgood en Radio Nacional de España a finales de 1975, pero le recomendaron que desistiera ya que Franco estaba enfermo en esos momentos y no convenía radiar a un grupo que se llamaba "Doctor". Generalmente, se censuraban las canciones por motivos políticos, aunque en el caso del franquismo se hizo especial énfasis en cuestiones sexuales. Sin ir más lejos, Joan Manuel Serrat tuvo que eliminar el verso "magreando a una muchacha" de su canción ‘Fiesta'.  

Malasia abre un reformatorio para homosexuales


66 adolescentes considerados "amanerados" ya han ingresado en el centro, donde se intentará que no "terminen siendo gays" con clases de educación física o de religión
EFE/PUBLICO.ES Kuala Lumpur/Madrid 20/04/2011
Malasia ha abierto el primer reformatorio del país dedicado a inculcar maneras masculinas en adolescentes con un comportamiento amanerado "para evitar que terminen siendo homosexuales".
El centro, que es estatal, ha sido creado en uno de los Estados más conservadores del país, en Terengganu. Hasta la fecha ya ha ingresado un primer grupo de 66 chicos de edades comprendidas entre los 13 y 17 años, según ha informado el diario Star
Los muchachos han sido derivados al internado después de que sus maestros, desde sus respectivos colegios, observaran formas supuestamente afeminadas. Allí serán sometidos durante un mínimo de cuatro días a clases de "educación física y de religión" y recibirán consejos de sus tutores sobre la forma de actuar con masculinidad
El director de educación del estado de Terengganu, Razali Daud, ha asegurado a la prensa que los cursos tienen como objetivo que estos adolescentes, con rasgos amanerados, "terminen siendo gays u homosexuales". "Tal comportamiento afeminado no es natural y afectará a sus estudios y a su futuro. No es una cura de un día para otro. No podemos obligar a los chicos a cambiar, pero queremos que sepan las opciones que tienen en la vida. Algunos chicos afeminados terminarán como travestis o como homosexuales, pero queremos hacer nuestro mejor esfuerzo para controlar dicho fenómeno", ha explicado un funcionario del país, según recoge la web Universoweb.com.
Estas palabras y la iniciativa no han tardado en recibir críticas por parte de los grupos comprometidos con la igualdad de género, mientras que el Gobierno central de Kuala Lumpur ha pedido el cierre inmediato del reformatorio por transgredir la ley de protección del menor. "Con esto lo que se hace es promover los prejuicios y la homofobia", ha asegurado el Grupo Conjunto para la Igualdad de Género.
En Malasia, el sexo entre personas homosexuales está prohibido y aquellas declaradas culpables de practicarlo pueden ser condenadas a penas de hasta a 20 años de cárcel por los tribunales de Justicia.
Actualmente, el líder de la oposición y ex viceprimer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, está siendo juzgado de nuevo por sodomía, delito por el que un tribunal le condenó a 15 años prisión, aunque fue liberado tras casi siete años de encarcelamiento.

A outra Transición


O CGAI presentou un documental que dignifica e humaniza a imaxe das persoas coas que a heroína acabou tras ser protagonistas do movemento contracultural e politicamente contestatario dos 80
MONTSE DOPICO . SANTIAGO
Sergi Dies e Laia Manresa propuxéronse recrear nun documental a época da chegada da heroína a Barcelona sen mostrar unha soa xiringa. Afastándose do tópico do ionqui degradado. Achegando un retrato humano dunha "xente moi válida", a que protagonizou o movemento contracultural daquel tempo.
E o resultado desta arela é Morir de día, unha cinta que onte proxectou o CGAI en A outra transición, un ciclo que continúa -e remata- hoxe ás 20.00 horas coa proxección de Venid a las cloacas, de Daniel Arasanz, unha película que indaga na poesía urbana dun dos grupos de punk-rock máis representativos da transición, La Banda Trapera del Río, representada polo seu cantante, Morfi Grei.
Dies e Manresa, montador e guionista, respectivamente, de Joaquim Jordá, fixeron Morir de día case por encargo. Quixeron acabar un proxecto iniciado por este cineasta, que faleceu no 2006. "Evitamos a imaxe que nos veu dada polos medios de comunicación, pola opinión xeral da sociedade. Porque sempre se puxo o foco no mesmo sitio, de xeito que a imaxe que se proxecta é simplificadora. Non é que sexa falsa, pero produce discursos falsos, ó mirar só certos aspectos", explicou Sergi Dies.
O documental alicérzase no recordo de catro persoas: Pau Maragall -irmán de Pascual, coñecido como Pau Malvido-, o poeta e pintor Pepe Sales, Mercé Pastor -compañeira do músico Pau Riba- e Juanjo Voltas. "Non quixemos propór unha tese pechada, senón achegar información para que o espectador poida interpretala. Pero canto máis avanzabamos, máis claro quedaba que se estaba a falar de xente que os entrevistados definían como o máis brillante, o máis interesante... Xente moi válida", salientou.
Persoas que arelaron vivir dou-tra maneira. Libres. Con toda a intensidade posible. Xente inqueda, creativa, politizada, entusiasmada cos cambios que se adiviñaban no tardofranquismo. E decepcionada co que veu, e non veu, despois, nunha supostamente modélica Transición. Foi, esta, a época da emerxencia da droga, que entrou a través das clases medias e altas. As mortes, a marxinalidade, a exclusión, chegaron despois.
"Era a clase alta a que podía viaxar, a que coñecía a actualidade do movemento contracultural mundial. Xente que pensou que, tras unha ditadura militar de case 40 anos resultado dun golpe de Estado, se recuperaría a normalidade democrática, acadándose unha representatividade real de todos: movementos obreiros, estudantil, movementos veciñais... Pero o que pasou foi que se pactou o mantemento dos residuos do poder golpista, e ademais moita xente sentiuse excluída, maltratada, non representada polas organizacións políticas, sindicais... que foron legalizadas", comentou. Así se instalou o desencanto.
DATOS
Da espontaneidade á organización
"Ó franquismo non lle preocupaban as drogas, senón as ideas: o comunismo... A xente viaxaba e traía a droga de Ámsterdan, de Tailandia... Gustáballes, e compartíana cos amigos. Era unha cousa autoxestionaria, de modus vivendi. Nos 80 todo mudou: veu o castigo, a persecución, e da espontaneidade particular pasouse á organización, ó que que se chama mafias. Hai que lembrar que España produciu, e produce, opio para Bayer, que a heroína se vendeu como remedio para o arrefriado...", salientou.
ELEMENTOS
Unha ampla investigación
Ademais das entrevistas con familiares e amigos dos catro protagonistas ausentes, o documental apoiouse nunha ampla documentación: diarios, artigos, libros, debuxos, cancións, fotos, cartas... "O tabú, o que dirán, segue a funcionar moito. A xente non tiña problema en falar con nós, sempre que non amosásemos a súa cara. Na confidencialidade, a imaxe que nos daban era completamente distinta da que dan os medios, esa da xente perigosa capaz de facer calquera cousa que canto máis lonxe mellor", subliñou. cascascascas
Un aspecto reivindicado
Un dos obxectivos da película é reivindicar o movemento contracultural barcelonés, non tan coñecido como a "movida madrileña". "Eu creo que o motivo é que en Barcelona toda esa eclosión cultural tiña unha dimensión máis politizada. Cuestionaban o xeito no que se estaba a entender a reconstrución democrática. Temos unha imaxe moi festiva, inofensiva politicamente, da movida", indicou. O documental chega ata o 92, e o intento por parte do concello de afastar do centro todo o que non conviña ensinar.

Pakistán por dentro, contado desde fuera


ANA GABRIELA ROJAS 16/04/2011
Un escritor e intelectual reputado de 96 años y una novelista de 37 reconstruyen en sendas novelas la historia de la partición de su país hace más de sesenta años. Él lo hace desde India y ella desde Londres
Son las siete de la tarde y es la hora del whisky para Khushwant Singh. Cada día se toma un vaso grande sentado en su sillón favorito en su casa en Nueva Delhi. A sus 96 años cumplidos en febrero -a los que él agrega siempre uno- este hombre es un testigo honorario de la historia de India y Pakistán. Una prueba es la partición de estos dos países plasmada en la novela Tren a Pakistán (Libros del Asteroide). Ha escrito tantas novelas que él mismo ha perdido la cuenta y cada semana, todavía con bolígrafo, escribe su columna "con malicia contra todos", que se imprime en varios periódicos de India. Disminuido por la edad y visiblemente cansado, el escritor asegura que ya está "podrido por dentro" y que el trago es lo único que ahora le remite a la felicidad. Aunque lo dice con una sonrisa y ánimo de agradar, como cuando repite una de sus frases más célebres: "Siempre he dicho que no creo en el amor sino en la lujuria. Es lo más honesto".
Singh nació en 1915 en una pequeña aldea (Hadali) del ahora Pakistán. Fue abogado en el tribunal de Lahore. Con la independencia y la partición del subcontinente en 1947, le recomendaron que huyera hacia India, por ser de origen sij, aunque él ya hubiera renegado de la religión muchos años atrás y la mayoría de sus amigos fueran musulmanes. Desde muy joven se considera agnóstico y opina que para creer en una religión "hay que ser retrasado mental".
Un par de días antes de que se trazara la línea que dividiría a los países, Singh partió hacia Nueva Delhi. "Cerré mi casa y le di las llaves a mi mejor amigo. Pensé que volvería pronto, pero no fue así. Ya solo volví como huésped", dice señalando la foto de su amigo sobre el aparador. Se lamenta mucho de que los dos países tras su separación y después de sufrir tres guerras "sigan siempre en una absurda tensión, a pesar de que la gente es la misma, somos como hermanos, unidos por la historia y la cultura, pero divididos por la religión". Se considera a sí mismo "pro-Pakistán" a pesar de considerar que "es un Estado fallido, una víctima de la violencia fundamentalista y que lamentablemente se mantiene solo por el poder del ejército". Aborrece que los dos países tengan armas nucleares, pero piensa que "al menos India tiene un Gobierno responsable".
Cree que para los liberales, y muchos escritores, es difícil vivir en Pakistán por la creciente islamización. "Sin embargo, hay muy buenos contadores de historias, quizá en parte por la desilusión que están sufriendo de lo que pasa en su país". Entre las voces que reconoce nombra a Bapsi Sidhwa, Nadeem Aslam, Hanif Qureshi o Daniyal Mueenuddin. Todos, como él, han pasado épocas fuera de Pakistán.
Apenas salió como refugiado de Pakistán a India, fue diplomático en Reino Unido y en Canadá, pero lo dejó porque "no había mucho trabajo que hacer", así que regresó a la capital india. Fue entonces cuando pensó en escribir sobre la partición. En un mes terminó Tren a Pakistán, una referencia en la historia de los dos países. "La escribí por desilusión, por tristeza. No estaba de acuerdo con la teoría de las dos naciones, en la que los musulmanes y los hindúes tenían que vivir en diferentes países". Los futuros primeros ministros Jawaharlal Nehru de India y Muhammad Ali Jinnah de Pakistán habían prometido que tras la división todo estaría bien, asegura. "Pero no tenían ni idea del horror que iba a ocasionar: casi diez millones de personas fueron desarraigas y un millón asesinadas. No creo que el mundo haya visto algo de esta magnitud".
A pesar de todo, Singh acepta que la partición "era inevitable, no había mucha opción". Los musulmanes, liderados por Jinnah y su agrupación política, la Liga Musulmana, temían que con la partida de británicos, la mayoría hindú tomaría venganza sobre la minoría islámica que había dominado India durante siglos. "El odio había crecido durante los años, aunque estuviera escondido, como si fluyera por debajo de un río. Pero la división de los países y el intercambio de la población hizo que la ira emergiera: para los hindúes era bueno matar musulmanes". Los sijs quedaron de lado de los hindúes. "Siempre han estado muy cerca las dos comunidades y las creencias son muy parecidas", dice el escritor, que ha dado clases de religión comparativa.
En la matanza "no puedo decidir a quién culpar", y así logró escribir un texto equilibrado. Singh es de los pocos autores respetado en los dos lados de la frontera de los países enemigos. Reconoce que fue Mahatma Gandhi el único que previó que la división de la India británica iba a traer un desastre e intentó evitarla: "Gandhi insistió a Nehru en que aceptara a Jinnah como primer ministro para que Pakistán no se escindiera, pero no accedió: era muy ambicioso y veía a Jinnah como su rival". De los horrores que vivió en carne propia, no había tomado notas, pero tenía todo en su cabeza. Había visto un tren que transportaba cadáveres de sijs de Pakistán a India o se había cruzado con un grupo de sijs que acababan de masacrar una aldea musulmana. Singh eligió escribir ficción "porque tiene más impacto". A la aldea ficticia llamada Mano Majra, que queda justo en la frontera de los países recién divididos, el horror de la partición no ha llegado. Sus habitantes, mitad sijs mitad musulmanes, reciben información solo de tercera mano. Pero ellos se sienten muy alejados de lo que está pasando: han vivido siempre juntos, como hermanos. ¿Por qué se verían afectados? Sin embargo, empiezan a cruzar desde Pakistán trenes llenos de cadáveres de sijs. Singh asegura que no es su mejor novela, pero reconoce el valor histórico: "Siempre es mencionada en charlas sobre la partición. Tiene el peso de la no ficción en forma de ficción".
Singh es admirado porque rechazó uno de los más grandes reconocimientos de India, el Padma Bushan, por el asedio del Ejército al Templo Dorado -máximo centro religioso de los sijs- que ordenó Indira Gandhi en 1984 y que dejó más de 500 muertos. Gandhi fue asesinada cuatro meses después por su guardaespaldas. "Yo me indigné profundamente por la pérdida de vidas humanas, independientemente de su religión".
El autor termina su whisky. Y cuenta orgulloso que nunca en su vida ha comprado una botella: la gente sabe cuánto le gusta y siempre las recibe como regalo.

El alma de los supervivientes
Por Jesús Aguado
HIROKO TANAKA, la protagonista de Sombras quemadas, vive en Nagasaki cuando los norteamericanos arrojan su segunda bomba atómica sobre Japón, en India cuando esta se divide en dos países (India y Pakistán), en Pakistán cuando los afganos luchan contra los invasores soviéticos y en Nueva York cuando el atentado contra las Torres Gemelas. Convertida al islam por amor, va sobreviviendo a estos escenarios del odio perdiendo amantes, maridos o amigos (y costumbres, paisajes o sabores) sin renunciar por ello a la lealtad, la hospitalidad, la integridad, la solidaridad o el pensamiento, es decir, sin renunciar a su humanidad con todos susmatices y contradicciones.
Kamila Shamsie ha reconstruido, alrededor de la accidentada biografía de Hiroko Tanaka (uno de los personajesmás hondos y mejor delineados que uno haya leído en mucho tiempo), la historia de la segunda mitad del siglo XX a partir de sus pedazos: preguntándole a las sombras y a los cascotes, a las víctimas y a los verdugos, a la razón y a la sinrazón, al corazón y a sus esquirlas. Tren a Pakistán, de Khushwant Singh, se sitúa en ese año 1947 que también protagoniza la parte central de Sombras quemadas. En una pequeña aldea india situada cerca de Pakistán, las comunidades sij y musulmana conviven en paz a pesar de las noticias de matanzas mutuas que llegan hasta ellas. Los hindúes, los musulmanes y los sijs, en efecto, convierten esa doble diáspora (hindúes y sijs que huyen de Pakistán, musulmanes que huyen de India) en carnicerías que acabaron dejando un millón de muertos a uno y otro lado de esa frontera repentina. Pero cuando se fijan en esa aldea, que es también un paso ferroviario estratégico, los distintos poderes del lugar, sus habitantes son arrastrados por el cruel torrente de los acontecimientos.
Singh, uno de los intelectuales más respetados de India, consigue, sin embargo, que sean las emociones y las creencias sencillas de las humildes gentes que recorren las páginas de su novela las que acaben narrando esos sucesos, no la política, la religión o los fundamentalismos que surgen de ellas. Es por eso, por ser las personas el centro de la acción por lo que el mensaje último de esta hermosa novela, en medio de los sufrimientos y lasmasacres que cuenta, es de esperanza y de paz. Sombras quemadas y Tren a Pakistán cuentan, cada una desde un lado de la frontera, una historia parecida: la de cómo sobrevivir sin perder el alma a los periódicos desatinos criminales del mundo.
Tren a Pakistán. Khushwant Singh. Traducción de Marta Alcaraz. Libros del Asteroide.
Barcelona, 2011. 248 páginas. 16,95 euros. Sombras quemadas. Kamila Shamsie. Traducción de Victoria Malet Perdigó. Salamandra. Barcelona, 2011. 384 páginas. 20 euros. Edición en catalán: Ombres cremades. Traducción de Anna Llisterri. Edicions 62. 472 páginas. 20 euros.

La firme y poderosa mano de Alfred Döblin


JOSÉ MARÍA GUELBENZU 16/04/2011
Narrativa. Final de la Primera Guerra Mundial. Los marineros de la flota de Kiel se sublevan ante la orden de enfrentarse a la Armada británica. Se inicia el paso de la monarquía del Reich alemán a una república pluralista, parlamentaria y democrática tras la abdicación del káiser Guillermo II. Los revolucionarios, de ideas socialistas, fracasarán ante la oposición de los socialdemócratas del SPD, quienes, finalmente aliados con el Comando Militar Supremo, la burguesía y los afines al káiser, sofocarán el levantamiento espartaquista. Noviembre de 1918 es el título de la trilogía que escribió Alfred Döblin, autor de Alexanderplatz, una de las novelas más notables del siglo XX, sobre los acontecimientos que de un año para otro cambiaron el curso de la historia alemana.
Noviembre de 1918, que Edhasa ha empezado a traducir y publicar en cuatro volúmenes, el primero de los cuales es este Burgueses y soldados, es una obra maestra del realismo narrativo de la primera mitad del siglo XX. Sitúa la acción de este primer volumen en Estrasburgo, en el momento en que la firma del armisticio incluye la entrega a Francia de Alsacia-Lorena y los estrasburgueses se ven divididos entre quienes han de abandonar Alsacia y situarse tras la línea marcada por el acuerdo y quienes reciben con alborozo la llegada de las tropas francesas. Döblin narra el asunto desde el interior de la sociedad estrasburguesa, incluyendo a las fuerzas de ocupación alemana, a partir de los sucesos del día a día, los rumores ciertos y falsos, los saqueos, la presencia de marinos revolucionarios llegados ex profeso y la posición de la Entente que amenaza con no aceptar una Alemania bolchevique.
No hay protagonistas destacados entre estos burgueses y soldados, aunque algunos se singularizan más que otros. Los personajes pertenecen al conjunto, al entorno, su integración en él es total; para ser más exactos: emanan de él y ésta es la primera virtud del relato. La narración es decidida y admirablemente expresionista; en ella se advierte la influencia del cine -que en Alemania dio lugar a su magnífico cine expresionista, encabezado por el gran Fritz Lang- y la escritura, tanto en su montaje de escenas como en el conjunto de sus imágenes, se atiene a esa fórmula. El relato se extiende, en este primer volumen, desde la noticia de armisticio hasta el último día de la retirada total de tropas y civiles alemanes y la entrada de los franceses en la ciudad, narrando en paralelo ambos movimientos. En todo ese tiempo, la vida transcurre mostrando las heridas de una guerra de posiciones que ha terminado, aunque aún los afectados no lo vean con claridad, con el Ancien Régime. La elección de los variados personajes, las relaciones entre sí, la confusión, el dolor, el arribismo, las humillaciones, la miseria económica y moral, la desesperanza, el conformismo, el autoengaño... todo se va acumulando sobre ellos de manera que ofrecen un cuadro soberbio del fin de una guerra atroz para todas las partes, una guerra de posiciones que no condujo sino a una matanza sin sentido y al comienzo de la humillación alemana que dará lugar a la barbarie nazi y a la Segunda Guerra Mundial. Y todo se va exponiendo de manera admirable, por medio de unos pocos personajes principales y muchos secundarios muy bien elegidos y construidos, con una expresividad y una precisión extraordinarias, por la firme y poderosa mano de Alfred Döblin.
Hay además capítulos informativos muy bien integrados en la narración, como, por ejemplo, la descripción de la organización del territorio imperial de Alsacia-Lorena en el capítulo 'Los últimos días alemanes en Estrasburgo' o el que incluye la espléndida sátira del papel de los intelectuales con la revolución. También son un hallazgo los capítulos que contraponen el Estrasburgo liberado con el Berlín que está asumiendo la derrota. Y, como ha de ocurrir en una ficción histórica, se integran en la narración personajes reales como Maurice Barrés, el mariscal Foch o la figura del líder espartaquista Karl Liebknecht. El resto de la trilogía -cuya publicación anuncia Edhasa en tres volúmenes más- proseguirá en la proclamación de la República de Weimar con el socialdemócrata Friedrih Ebert al frente y hasta la detención y muerte de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, líderes de la Revolución traicionada.
Esta obra es, sin duda, una cumbre del realismo en el siglo XX y, al mismo tiempo, un ejemplo admirable de la absoluta modernidad de su autor por la variedad de recursos estilísticos que emplea con envidiable soltura, precisión y autoridad. Una lectura, además, que viene al pelo para imaginar lo que sería un relato de la España del siglo XX realizado con este rigor, inventiva, talento y sentido del riesgo y de la modernidad como el que emplea su autor para dar una lección de lo que es relatar un episodio trascendental de la Historia Moderna integrado en una ficción ejemplar.

Washington se interpuso entre Franco y el Rey


Kissinger prohibió toda gestión para que el dictador cediera el poder a don Juan Carlos durante su larga agonía. Fragmento del nuevo libro de Charles Powell, basado en papeles desclasificados y testimonios
17/04/2011
Evidentemente, el reformista más importante de todos era el propio don Juan Carlos, gracias a cuya buena relación con Stabler la Administración de Ford pudo conocer de primera mano sus planes de futuro. A principios de septiembre de 1975, el príncipe comentó al embajador [de Estados Unidos en España, Wells Stabler] que, a pesar de haber visitado a Franco en Galicia durante el verano en varias ocasiones, no había podido averiguar si tenía intención de cederle el poder en vida, aunque la publicidad oficial que se le estaba dando a sus actividades parecía revelar un deseo de continuidad. Don Juan Carlos se mostró consternado por la detención de varios oficiales acusados de pertenecer a la Unión Militar Democrática (UMD) en julio (sobre todo la del comandante Julio Busquets, a quien conocía personalmente), y también comprensivo con las inquietudes profesionales que les animaban, si bien era evidente que algunos -como el comandante Luis Otero, a quien definió como un simpatizante marxista muy influido por los acontecimientos en Portugal- tenían objetivos políticos que iban mucho más allá de la mera modernización de las Fuerzas Armadas.
Impresionado por la aparente pujanza de la Unión Militar Democrática (UMD) -a la que atribuía unos cuatrocientos simpatizantes-, el príncipe comentó que si hasta entonces había pensado que contaría con el apoyo de los militares durante unos cuatro años, ahora empezaba a creer que, si no se producía un cambio de régimen pronto, ese plazo de tiempo podría verse muy reducido. A don Juan Carlos también le preocupaba el poder creciente de Solís, que había sido nombrado ministro secretario general del Movimiento en junio de 1975, tras la muerte en accidente de carretera de Fernando Herrero Tejedor, a quien consideraba un enemigo declarado de la democratización del sistema. Mirando al futuro, el príncipe le adelantó que su primer Gobierno tendría que estar formado por hombres que no hubiesen sido ministros con Franco, para demostrar de inmediato su voluntad de cambio, si bien reconocía que el ritmo del mismo no podría ser demasiado impetuoso. Aunque Stabler no pudo arrancarle el nombre de su candidato preferido a la presidencia del Gobierno, sí dedujo que en ningún caso sería un militar.
Stabler siguió muy de cerca la agonía final del dictador, a quien vio por última vez en el acto celebrado el 12 de octubre de 1975 en el Instituto de Cultura Hispánica, con ocasión de la Fiesta Nacional. Curiosamente, el deterioro de la salud de Franco dio lugar a un insólito acto de desobediencia en el seno de la propia Embajada estadounidense. El 21 de octubre, el embajador tuvo noticia de rumores cada vez más insistentes sobre la muerte de Franco, pero tras consultar a varias fuentes seguras, pudo cerciorarse de que eran falsos. Poco después acudió a verle el agregado de Defensa, reiterándole la existencia de dichos rumores, que Stabler se apresuró a desmentir. Esa tarde, cuando el embajador telefoneó personalmente al número dos de Kissinger, Hartman, para comentarle la existencia de dichos rumores, para su asombro este le comunicó que acababan de recibir un mensaje en formato CRITIC, reservado para la transmisión de noticias especialmente urgentes, anunciando la muerte de Franco, que el Departamento de Estado había divulgado de inmediato. Increíblemente, el agregado había enviado el mensaje sin consultar a Stabler a pesar de haber comentado el asunto con él, y de no haber sido porque tenía previsto jubilarse poco después, este le habría cesado de inmediato. Curiosamente, el Departamento de Defensa se molestó mucho con el embajador por haberle obligado a telegrafiar a Washington asumiendo la responsabilidad por lo ocurrido. Al parecer, la actuación del militar se debió simplemente a su deseo de poder atribuirse la primicia de la noticia de la muerte de Franco ante sus superiores. Sin embargo, a los ojos de Stabler el incidente vino a confirmar lo absurdo que resultaba el hecho de no poder controlar las comunicaciones de los funcionarios no diplomáticos de la embajada, como los agregados militares o los adscritos a la estación de la CÍA.
Ansioso por conocer de primera mano el estado de salud de Franco, el 22 de octubre por la tarde Stabler se entrevistó en La Zarzuela con el príncipe, que le informó con su candor habitual que Franco había sufrido dos infartos en los últimos cinco días. Don Juan Carlos había coincidido con el marqués de Villaverde en una cacería tras el primer infarto y este le había comentado que estaba haciendo planes para abandonar España y escribir un libro sobre su suegro, cuyas ventas le proporcionarían los ingresos suficientes para jubilarse en el extranjero. Según el príncipe, la familia de Franco era partidaria de que se retirase y le entregase el poder cuanto antes, opinión que también compartían la mayoría de los ministros, así como algunos generales a los que había consultado.
Arias Navarro había visitado al jefe del Estado el día anterior y para asombro de todos, este había insistido en recibirle vestido y en su despacho. El presidente había intentado convencerle de que abandonase su puesto, pero Franco le había contestado que los médicos eran unos ignorantes y que no era necesario tomar ninguna medida excepcional. En vista de ello, el príncipe pretendía que Stabler trasladase a Kissinger la conveniencia de informar a Arias Navarro de que Washington vería con buenos ojos un traspaso de poderes inmediato. Don Juan Carlos tenía la sensación de que su proclamación sería bien recibida por amplios sectores de la sociedad española, incluido el PSOE, cuyo secretario general le había hecho saber que su partido le otorgaría el beneficio de la duda, por lo que no exigiría un referéndum sobre la Monarquía. El príncipe decía ser consciente de la necesidad de tomar pronto medidas que demostrasen su afán liberalizador, e incluso comentó a Stabler que dudaba que Arias Navarro pudiese seguir al frente del Gobierno, aunque no quiso pronunciarse sobre su posible sustituto. Al despedirse, don Juan Carlos prometió mantenerle informado y le animó a telefonearle directamente si lo deseaba.
Fiel a su palabra, al día siguiente el príncipe pidió a Areilza que se entrevistara con Stabler para informarle de los últimos acontecimientos. Franco había sufrido un nuevo infarto esa misma mañana y por la tarde Villaverde había comentado a don Juan Carlos que el daño que había sufrido era irreversible, y su muerte, inminente. En vista de ello, el médico había pedido a su esposa, Carmen, que convenciese a su padre de que había llegado el momento de abandonar la jefatura del Estado. También tenían previsto acudir a El Pardo el presidente del Gobierno, el de las Cortes y los tres ministros militares, que le pedirían que firmase un documento a tal efecto. Si todo se desarrollaba como estaba previsto, don Juan Carlos podría ser proclamado rey el 27 de octubre, dirigiéndose al país por televisión al día siguiente. Según el escenario descrito por Areilza, que luego no se cumplió, el monarca aceptaría la dimisión de Arias y nombraría un Gobierno completamente nuevo, que incluiría a representantes de la oposición moderada. El nuevo presidente no sería ni un militar ni un dirigente de una asociación política y Motrico
[alusión al título nobiliario de Areilza] dio a entender a Stabler que su candidatura era una de las que barajaba don Juan Carlos.
Kissinger tuvo noticia de los rumores sobre la posible muerte de Franco volando de camino a Pekín. El 21 de octubre de 1975, el secretario de Estado se entrevistó con Deng Xiaoping, a quien comentó en tono jocoso que no era probable que el dictador español cediese el poder a don Juan Carlos porque "a la señora Franco le gusta demasiado el palacio como para abandonarlo". Dada la gerontocracia propia del régimen comunista chino y el apego al poder de sus máximos dirigentes, la observación del norteamericano -y la hilaridad con que fue recibida por su interlocutor- resulta cuando menos chocante.
A Kissinger le sorprendió que su segundo, Hartman, le telegrafiase poco después en apoyo de la tesis de Stabler, según el cual la Administración debía responder favorablemente a la petición de ayuda de don Juan Carlos e informar a Arias Navarro de que apoyaba un inmediato traspaso de poderes. Hartman procuró convencerle con el argumento de que, de esta forma, la opinión pública española identificaría a Estados Unidos con los cambios deseados por quienes pronto gobernarían el país, aunque reconoció que correrían el riesgo de ser acusados de inmiscuirse en un asunto interno excepcionalmente delicado. A Kissinger no debió agradarle la posibilidad de ser acusado de pretender derrocar a Franco y al día siguiente su segundo recibió un lacónico cable desde Tokio, según el cual "el secretario no autoriza -repito, no autoriza- a Stabler a hacer una aproximación a Arias en estos momentos".
Franco sufrió un nuevo episodio cardiaco el 24 de octubre, del que Stabler tuvo conocimiento puntual por boca de Solís, el ministro secretario general del Movimiento, que se mostró convencido de que el jefe del Estado se disponía a abandonar el poder. Esa misma tarde, Areilza le informó de que don Juan Carlos había visitado a Franco por la mañana, llegando a la conclusión de que su vida "se estaba apagando". El príncipe había abandonado definitivamente la idea de declararle incapaz, ya que el procedimiento previsto para ello era muy complejo y podía suscitar el rechazo de los franquistas más ortodoxos. Al día siguiente, La Zarzuela informó a Stabler de que el estado de Franco había empeorado repentinamente y que se estaba "hundiendo rápidamente". El 27 de octubre, Areilza le visitó de nuevo en nombre de don Juan Carlos, para explicarle el desarrollo de los acontecimientos que se producirían tras la muerte de Franco.
El príncipe daba por hecho que los Gobiernos europeos no enviarían delegaciones de fuste al funeral, pero confiaba que en su proclamación las democracias occidentales estarían representadas al más alto nivel. Según Motrico, don Juan Carlos tenía intención de nombrar a un civil como presidente de su primer Gobierno y a un militar como vicepresidente, con autoridad sobre los representantes de las tres armas, como paso previo al nombramiento de un ministro de Defensa. El príncipe había recibido recientemente a los tres ministros militares y al director de la Guardia Civil, el general Ángel Campano, que le habían reiterado su lealtad. Areilza también le explicó que don Juan Carlos había enviado un emisario a Lausanne para evitar que don Juan cuestionara su legitimidad al producirse su proclamación; por su parte, el conde de Barcelona había manifestado su apoyo personal y moral, aunque se abstendría de bendecirle públicamente hasta que no diese pasos concretos de signo democratizador. (...)
El debate que se había producido en Washington sobre quién debía representar a Estados Unidos en el funeral de Franco y en la proclamación de don Juan Carlos pocos días después dice mucho de los dilemas de la Administración en relación con España. Como ya vimos, cuando el embajador Rivero suscitó este asunto por vez primera en el verano de 1974, recomendó que fuese el propio Nixon quien asistiera a ambas ceremonias, lo cual fue considerado excesivo por el Departamento de Estado. Un año después, los diplomáticos sugirieron que la delegación norteamericana fuese presidida por un miembro del Gobierno, pero Ford prefirió que lo hiciese el vicepresidente Rockefeller. A principios de noviembre, aprovechando la misión que don Juan Carlos le había encomendado en Washington en relación con la crisis del Sáhara, Prado y Colón de Carvajal logró que Kissinger convenciese a Ford de que asistiera al tedeum que haría las veces de ceremonia de coronación, a condición de que coincidiese con un viaje que tenía previsto realizar a Europa a mediados de mes. (...) Sin embargo, al prolongarse la agonía de Franco varios días más allá de la estancia de Ford en Europa, con gran disgusto de La Zarzuela, al final el viaje tuvo que suspenderse. Ello supuso que, a diferencia de las grandes democracias europeas, la Administración norteamericana estuvo representada por la misma persona en el funeral de Franco el 23 de noviembre y en el tedeum celebrado en la iglesia de los Jerónimos que marcó la proclamación del rey cuatro días después; así pues, Rockefeller se vio en compañía de Imelda Marcos y Augusto Pinochet en el primero y del duque de Edimburgo y los presidentes de Francia y Alemania en el segundo. (...) En suma, hasta el último momento la Administración de Ford procuró invertir en el futuro posfranquista sin distanciarse un ápice de la dictadura, una política cuya sutileza probablemente no fue apreciada por la opinión pública española.
Stabler quizás se estaba engañando a sí mismo al escribir a sus superiores que "el hecho de estar en contacto con todos los grupos no extremistas, tanto del establishment como de la oposición, no ha pasado desapercibido en Madrid".
De haber sido informado, seguramente no le habría agradado saber que Kissinger había aconsejado a principios de noviembre -a través de Prado y Colón de Carvajal- que excluyese del futuro juego político no solo a los comunistas, sino también a los socialistas y que procurase "no avanzar más allá del centro". Al parecer, Ford había hecho suya esta postura y unos días después aprovechó su encuentro con el primer ministro luxemburgués, Thorn, para comentarle que el futuro rey "sin duda tendrá que desplazarse hacia el centro, pero esperamos que no lo haga con tanta rapidez que desestabilice toda la situación".

El amigo americano, de Charles Powell. Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Precio: 24 euros.

mércores, 27 de abril de 2011

Retorno a Chernóbil


Cerca de 3.500 personas trabajan para cerrar el sarcófago de la central nuclear, uno de cuyos reactores estalló hace 25 años. EL PAÍS visita las ciudades fantasma de la zona de exclusión
PILAR BONET | Chernóbil (Ucrania) 17/04/2011
En el cuarto de siglo transcurrido desde el accidente de Chernóbil, la central nuclear ucrania y sus alrededores se han transformado en un espacio en el que se entretejen realidades y mitos. Chernóbil, a 120 kilómetros al norte de Kiev, fue clausurada en 2000, catorce años después del accidente. Sin embargo, mientras las cargas radiactivas de su interior no sean almacenadas de forma estable y segura, la central sigue siendo un problema pendiente.
Un consorcio internacional ha comenzado a construir la nueva cubierta para el sarcófago que protege el reactor número 4, el que hizo explosión en la madrugada del 26 de abril de 1986. La futura cubierta, en forma de arco de 105 metros de altura, impedirá las filtraciones de agua y también las fugas de radiactividad. Con su protección y la ayuda de robots, tal vez un día sea posible acometer el desmontaje del reactor. La semana próxima, los donantes internacionales se reúnen en Kiev. Su fin es conseguir 740 millones de euros para acabar de financiar la infraestructura necesaria para la seguridad de Chernóbil y el almacenamiento de sus residuos.
De momento, las excavadoras remueven la tierra junto a la central y el polvo que levantan ha incrementado el nivel de radiación, según constata, dosímetro en mano, el biólogo Igor Chizhevski, mi guía en un viaje por la zona de exclusión de 30 kilómetros. El periplo de dos días cuesta 470 dólares e incluye una pernoctación en Chernóbil: su casco urbano está situado a 15 kilómetros de la central a la que ha dado su nombre. Lo organiza una de las agencias autorizadas por el Ministerio de Emergencias.
La zona de exclusión en torno a Chernóbil tiene un radio de 30 kilómetros, donde trabajan cerca de 3.500 personas. La mayoría se desplaza desde Slavutich, la ciudad (fuera de la zona de exclusión) que sustituyó a Prípiat como lugar de residencia de los trabajadores del sector nuclear.
Prípiat fue fundada en 1970 a poco más de un par de kilómetros de la central y cuando ocurrió el accidente tenía casi 48.000 habitantes. Todos ellos fueron evacuados en contados días en un éxodo que afectó a 130.000 personas, sumadas otras localidades cercanas. La que fuera una ciudad confortable y bien abastecida es ahora un paraíso para los fotógrafos, no solo por ilustrar el triunfo de la naturaleza sobre lo urbano, sino también por las imágenes que inspira. En una escuela, sobre un pupitre, hay un tocadiscos con un disco (la sinfonía 40 de Mozart) y un cuaderno del curso 1983-1984 entreabierto por una página en la que alguno de los pedagogos escribió: "El grupo está formado por 36 personas...". En una guardería, todas las muñecas han sido disfrazadas con máscaras antigás. Son "naturalezas muertas", composiciones forzadas en un escaparate de ruinas.
Prípiat fue acuñando su imagen de ciudad fantasma. Tras ser evacuada, la localidad funcionó parcialmente durante más de una década. Igor Chizhevski cuidaba unos invernaderos experimentales desde 1993 y también iba a la piscina. Los nadadores eran tantos que había que "pedir hora", explica frente a un agujero de 25 metros de longitud, aún forrado de azulejos. Cuando la central de Chernóbil se cerró en 2000, las actividades cesaron simplemente porque se cortó el suministro energético.
En Prípiat estaba Yupíter, una fábrica militar secreta identificada solo con un número. Camuflada como productora de magnetófonos, Yupíter "hacía piezas para la industria de defensa", afirma Nina, que trabajó en aquella empresa. Tras el accidente, los talleres de Yupíter siguieron abiertos. "Los años noventa fueron terribles. Los sueldos eran de miseria", explica. En Yupíter se instalaron "unidades de especialistas en energía atómica que participaban en la descontaminación de la central", explica Vladímir Jolosha, presidente de la agencia estatal responsable de la zona de exclusión.
En los talleres desmantelados de Yupíter quedan filtros, válvulas y roscas esparcidos por el piso de cemento. Las instrucciones de seguridad que aún pueden encontrarse entre los escombros llevan fechas de los noventa. "Se llevaron el metal para venderlo. No por afán de lucro, sino por desesperación. Había que sobrevivir", dice Nina, que hoy cobra el equivalente a 280 euros como encargada de la residencia de Chernóbil. En los noventa, su sueldo no llegaba a los 10 dólares. En teoría, está prohibido sacar objetos de la zona sin los debidos controles de radiación, pero el contrabando de metales, maderas, ladrillos y enseres ha sido un fenómeno crónico.
Todo lo que podía ser vendido ha desaparecido en Prípiat: barandillas, bañeras y radiadores de metal, cañerías, cables y muebles. Desafiando el tiempo, queda el papel: periódicos con las consignas del Partido Comunista, libros de marxismo, juegos infantiles de inspiración militar y escudos de la URSS.
La zona evoca un inquietante parque temático. Hay en ella barcos abandonados que transportaron materiales para construir el sarcófago y cementerios de vehículos y aviones usados en las tareas de descontaminación, como el de Rossoja, el más grande. El entorno más secreto, al que no llegamos, tal vez fuera Chernóbil-2, una ciudad militar al servicio de unas instalaciones de radar ultramodernas que podían detectar los lanzamientos de cohetes en Estados Unidos. Fantasmales son las siluetas rojizas que debían convertirse en el quinto y el sexto reactor, y el gigantesco silo que debía almacenar el combustible utilizado. Este proyecto de 1999, auspiciado por el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo e iniciado por la empresa francesa Framatome, nunca llegó a terminarse y "constituye un monumento a la incompetencia y también al derroche por los que nadie ha respondido", afirma una fuente europea del sector energético.
En la zona de exclusión viven unas 210 personas, de las cuales cerca de 100 residen en Chernóbil. Otras hacen turnos, como Nina, que pasa 15 días en esta localidad y 15 días en Kiev. La residencia donde trabaja fue erigida para los especialistas, pero aloja también turistas. Siete mil visitantes vinieron a Chernóbil en 2010, y este año se esperan más. Nina trae sus provisiones y procura no probar los alimentos locales. Los turistas comen en la cantina de los trabajadores de la central.
En las aldeas derruidas viven familias que se resisten a marcharse o que regresaron tras ser evacuados, como Vasili y Motrona Lavrienko, que recibieron casa en Kiev, pero volvieron a Teremtsí, su aldea, situada en un lugar idílico, en la confluencia del río Prípiat con el Dniéper. Los Lavrienko trabajaron en los servicios de navegación fluvial hasta que estos fueron suprimidos, porque no eran rentables y porque Bielorrusia "vendió sus lanchas a Nicaragua", según cuenta Vasili, que a sus 55 años es el más joven del pueblo. En Teremtsí, dice, viven 30 personas. La familia Lavrienko es trabajadora y hospitalaria. Su jata (modesta vivienda rural ucrania) está ordenada y limpia. Motrona nos ofrece un plato de aromático pescado frito. Lo han pescado en el Dniéper y no deberíamos comerlo sin medir su radiación. Teremtsí es un entorno relativamente limpio.
Los Lavrienko pagan por la electricidad, que era gratuita antes del accidente. La cocina es calentada por un horno de leña e iluminada por una bombilla de bajo consumo. "Nos la trajo nuestra hija", afirma Vasili. La hija, de 40 años, y la nieta, de 20, viven en Kiev. Desde que subió el precio de la gasolina vienen menos a Teremtsí. "Mi hija quiere venir aquí cuando se jubile, y mi nieta se crió aquí", afirma Motrona. Los Lavrienko tienen su propio huerto, sus gallinas, un cerdo y una yegua. Se desprendieron de la vaca porque el buey más próximo estaba a 25 kilómetros, en territorio de Bielorrusia. Según la normativa, los Lavrienko son ilegales en su propia casa. En la práctica, son una realidad aceptada por las autoridades. Camionetas de abastecimiento recorren los pueblos de la zona y venden leche, aceite, mantequilla, pan y otros comestibles a los campesinos.
Al caer la noche, el silencio es absoluto en el pueblo de Chernóbil, aunque el alcohol fluye en abundancia entre los trabajadores que se reúnen tras la jornada en un café. Todos se preparan para celebrar el 25º aniversario. Repintan la iglesia y el monumento a los bomberos que fueron víctimas de la radiación, cuando les enviaron a la central sin la protección adecuada.
En Kiev, Yuri Andréyev, presidente de la Unión de Chernóbil de Ucrania, calcula que miles de personas (la cifra que suele manejarse es de 25.000) murieron por causas vinculadas de forma directa o indirecta con Chernóbil. Los "liquidadores" (profesionales de distintas especialidades que combatieron la catástrofe) forman un contingente de 219.000 personas en Ucrania, señala Andréyev, un ingeniero que era jefe de turno del segundo bloque el 25 de abril de 1986. Andréyev recibió una dosis de radiación de primer grado, pero la aguantó "de pie" sin pasar por la clínica. Posteriormente tuvo que ser operado de un tumor en las cuerdas vocales. Andréyev acusa al Gobierno de haber liquidado los programas de construcción de viviendas para inválidos y de paralizar la evacuación de las familias que residían en zonas contaminadas fuera del perímetro de la zona. Andréyev prepara una manifestación de protesta porque el Gobierno quiere desvincular las subidas de pensiones de las compensaciones a los veteranos de Chernóbil.
Mientras tanto, en otro barrio de Kiev, Mijaíl Grishankov y Valentín Odégov opinan que ya es hora de poner orden en la proliferación de liquidadores. Los dos son miembros de la asociación Hermanamiento, que integra a veteranos de Chernóbil y de Afganistán. Cuando ocurrió el accidente eran oficiales de destacamentos especiales del Ministerio del Interior. A Odégov le mandaron a apagar un incendio sin informarle de la naturaleza radiactiva del mismo, pero a los pocos días le hicieron volver a Kiev "para asegurar el orden público en la carrera de bicicletas del 1 de mayo". A Grishankov le mandaron a evacuar a la población. "Metía a la gente en autobuses casi con lo puesto, rodeaba el pueblo de alambre de espino, ponía un centinela para que no saqueasen el pueblo", cuenta.
Los ucranios están hoy divididos sobre la energía atómica. Un 66,2% opina que las centrales nucleares de su país no son seguras, frente a un 27,1% que opina lo contrario, según una encuesta del Instituto de Gorshenin realizada en marzo. Un 54,9% teme que la avería en la central de Fukushima pueda repercutir negativamente en su salud y un 5,2% vincula el futuro de Ucrania a la energía nuclear. Un 38,7% es partidario de las energías alternativas; un 28%, de explotar los yacimientos propios de gas y petróleo, y un 17,4%, de apoyar la industria del carbón. Además, un 81,9% de los ucranios consideran peligrosa la central de Chernóbil y el 85,1% se oponen a la construcción de un depósito de residuos radiactivos en su país.
Ucrania tiene cuatro centrales nucleares que producen cerca de un 50% de toda su electricidad. Kiev, sin embargo, se replantea la ambiciosa estrategia que preveía la construcción de 20 nuevos reactores de un millón o más de kilovatios cada uno para 2030. Esta estrategia está en proceso de "corrección" y sus objetivos van a "rebajarse", señala Natalia Shumkova, vicepresidenta de la compañía EnergoAtom, dependiente del Ministerio de Energía. Las correcciones, matiza Shumkova, tienen que ver con las realidades económicas y son anteriores a Fukushima. Del accidente en la central japonesa, Ucrania "está sacando todas las conclusiones organizativas y técnicas pertinentes, pero debemos esperar un poco para hacer planes. Debemos reflexionar antes de tomar decisiones que afectan al desarrollo energético, la economía y el destino del Estado", afirma.

Aqueles “frívolos” revolucionarios


‘Desembarco dos 80’ reúne fotografías, discos, vídeos e publicacións hoxe moi difíciles de atopar
IAGO MARTÍNEZ 20/04/2011 - 00:53 h.
Lois Pereiro e María Xosé Bravo
A movida coruñesa, tal e como a contan na exposición Desembarco dos 80, empezou cun concerto dos Ramones no Riazor de 1981 e acabou, máis ou menos, cando tiña que acabar. Xosé Manuel Pereiro estaba alí. Ao principio: “Soaron mellor Los Suaves, pero estaba mal visto dicilo”. E ao final: “Cando as institucións retomaron o control”. O decano do Colexio de Xornalistas, entón vocalista de Radio Océano tras o alcume de Jonhy Rotring, é o comisario dunha mostra que rescata na sala de exposicións de María Pita até o vindeiro 19 de maio os cascallos de toda unha época. “Cando A Coruña foi posmoderna”, di o subtítulo. De cando á noite se perpetraban fanzines e polo día se definía o sistema político que padecemos.
“Ao saír do franquismo”, recorda Pereiro, “os medios e as institucións queríanse poñer axiña à la page. Tivemos sorte, porque esa explosión de creatividade coincidiu co punk e non co rock sinfónico, así que non era preciso ter dous anos de piano. Era abondo con querer tocar. E por enriba de todo iso, os oitenta non serían o que foron se non fose porque había ansia de consumo cultural. A receptividade era moi grande”.
Un par de entradas daquel concerto de novembro de 1981, con Los Suaves abrindo e 700 pesetas de entrada, inauguran o primeiro bloque da mostra, Todo empezou cos Ramones. Era o tempo do primeiro concurso de rock da cidade, con Loquillo e Ordovás entre os membros do xurado. Como agora, algúns revoltados arrepoñíanse contra a especulación – “Salvemos a Cruña!”, lese nun cartel– e unha parte da sociedade galega estaba preocupada polo Estatuto de Autonomía. Daquela, porén, Los Pegamoides posaban no salón de plenos e o socialista Francisco Vázquez aínda non gobernara con man de ferro en María Pita.
Novos tempos, novos templos é un discreto percorrido fotográfico polos locais onde se investían aquelas noites: Playa Club, Punto 3, Zyx, O Patacón –co logotipo orixinal deseñado polo pintor Correa Corredoira– ou o pub Alalámpara, onde aparecen varios membros de Radio Océano. O primeiro e único disco da banda de Pereiro e Santiago Romero, de feito, protagoniza o seguinte apartado da exposición: A banda sonora do futuro. E co xa mítico Nin falta que fai (1986), outros álbums, singles, fotografías e carteis de Los Dramáticos, Metro, Viúda Gómez e Hijos, Los Doré, Gabinete Caligari, Miguel Ríos, Ilegales, Los Refresticos ou mesmo, estirando algo a década, Los Eskizos.
A dos oitenta foi, cando menos na Coruña, a década do atlantismo, unha gamberrada semiótica entre Risco e Pessoa que tiña na revista La Naval o seu mascarón de proa. En Desembarco dos 80 reúnese a colección completa da publicación que dirixía Suso Iglesias –catro números xa inencontrábeis–, tanto en papel como dixitalizada. A ela e aos traballos plásticos que provocou – “O que queda desa época son os creadores”, concede Pereiro– dedícanse os bloques Cadernos de bitácora e Cruzadas atlánticas. De Patiño e Menchu Lamas a Chichi Campos ou Xosé Díaz. Das sereas deseñadas para a revista ás outras bandeiras galegas encargadas para o desembarco orixinal, o das autodenominadas Forzas Atroces do Noroeste nas xornadas Galicia: chove sobre mollado de Santander (1986).
Mentres os seres atlánticos coqueteaban cun imperialismo pangalaíco e retranqueiro, había outros mundos. Outros oitenta. A sección A Coruña. Faro da modernidade recorda algunhas desas tribos a través de publicacións como La Galga, El lado salvaje, La Koz de Galicia, 21 inadaptados, Flip-land, Escape, Uso Externo, Luzes de Galiza, Trilateral, La Favorita ou Das Capital.
Hai unha foto na mostra que testemuña o paso de La Fura dels Baus pola Coruña. Todo o mundo olla para os performers agás Lois Pereiro. Non é mala metáfora. “Pasaba por alí”, recoñece o irmán do poeta. “Estaba na célula pensante de La Naval, era o fiel da balanza, pero tivo máis continuidade que a década. Haro Ibars pode ser unha metáfora dos oitenta, el non. Era menos frívolo ca nós”.
Do poeta monfortino amósanse textos publicados en La Naval e Luzes de Galiza, varias fotografías de Vari Caramés, Xosé Abad e Xurxo Lobato e unha presa de orixinais, como os cadernos nos que esborranchou a súa única novela, Náufragos do paradiso (Xerais, 2011), e o que recolle a parte final de Conversa ultramarina (Positivas, 2010), que segue inédita en galego. Tamén hai un guión. Unha das súas múltiples traducións para a Televisión de Galicia: “Chamo para informar dunha morte. Son Sue Ellen Ewing”.