domingo, 7 de abril de 2013

Gitanos, la vergüenza de la Republique


Por: Miguel Mora | 05 de abril de 2013

La imagen de arriba fue tomada el pasado 15 de febrero en el campamento gitano de Ris-Orangis, a media hora de París. Los inmigrantes rumanos recibieron ese día al artista sevillano Israel Galván y a sus compañeros Bobote y Caracafé (en la imagen), que bailaron para ellos en solidaridad por el apartheid que sufrían 13 de los niños que vivían en el campamento, obligados por el alcalde socialista a dar sus clases en un anejo del gimnasio del colegio municipal, separados de los alumnos franceses -o no gitanos-.
Gracias a la generosa mediación del periodista de la revista Mouvement Jean-Marc Adolphe, bloguero de la web Mediapart, el Teatro de la Ville donde actuaba Galván invitó a algunas mujeres del campo a ver el espectáculo Lo Real, una mirada del bailaor al exterminio de los gitanos -Porraimos- y un homenaje nada complaciente a la alegría vital que ayuda a los romaníes a soportar sus fatigas. Un par de días después, EL PAÍS publicó un reportaje titulado "Apartheid gitano cerca de París", en el que se contaba la historia y la fiesta que organizaron los espléndidos voluntarios de la Asociación Perou, que habían construido una iglesia-escuela de madera en el campo para ayudar a integrarse a los gitanos.
El 1 de abril, al amanecer, la policía derribó el campo de Ris-Orangis con su iglesia-escuela incluida, y desalojó a sus más de 200 habitantes, incluidos 40 niños. Muchos de ellos tuvieron que buscar refugio en una iglesia cercana ante la negativa del ministerio del Interior a facilitarles un alojamiento alternativo. Así quedó el campamento tras la visita de la policía, que invocó razones sanitarias para desmantelar las chabolas, que a diferencia de otros lugares tenían agua y luz (foto Mouvement).

El desalojo no es casual ni un hecho aislado. Ris-Orangis era un lugar simbólico, un proyecto de integración que funcionaba con la ayuda de la sociedad civil. Tras la visita de Galván, los niños apartados fueron inscritos en el colegio gracias a la presión del ministerio de Educación. En las últimas semanas, el ministro barcelonés Manuel Valls ha ordenado aumentar la intensidad de las políticas represivas contra los gitanos, y ha habido desalojos forzosos -y algunos incendios dolosos- de campamentos en varios puntos del país, seguidos de un aumento de las expulsiones forzadas. En 2014 los rumanos podrán trabajar legalmente en Francia y al parecer alguien tiene prisa por echarlos antes de que eso suceda.
Como pasa desde hace siglos, la minoría rom y sinti es el chivo expiatorio preferido de los gobernantes, se consideren estos a ellos mismos progresistas y socialistas o no, sobre todo cuando las cosas vienen mal dadas. En este caso, el ministro que más presume de defender los valores de la República ha ordenado, al revés, la violación institucional de los más elementales derechos humanos de los niños, mujeres y hombres gitanos que vinieron hasta Francia -y en algunos casos, nacieron aquí- buscando un trato mejor que el que reciben en sus países.
Este recurrente olvido de los valores republicanos -igualdad, libertad, fraternidad- tampoco es nuevo en la segunda economía de la zona euro, que lleva décadas mostrándose incapaz de encontrar una solución decente a un problema de integración que la Unión Europea financia con fondos nada desdeñables desde hace décadas. Pese a las condenas del Consejo de Europa, Francia prefiere pagar el precio de sufrir ese -pequeño- escarnio público que ponerse a trabajar seriamente en hallar una solución civilizada al "problema".
Quizá por cálculo político, quizá por convicción ideológica, o tal vez por ambas cosas, la fórmula elegida por Valls calca la adoptada por Nicolas Sarkozy en 2010, cuando empezaba su declive final. Pero ahora resulta especialmente llamativa -y dolorosa- porque la decisión lleva el sello del presidente socialista François Hollande, que siempre prometió que su Gobierno no haría explusiones de masa, sino caso por caso, y jamás repetiría la estigmatización de las minorías a la que se entregó sin filtros su antecesor. Claro que, hace unos días, Hollande dijo en televisión que ya no era un presidente socialista sino "el presidente de todos los franceses" (olvidó añadir payos).
Con los sondeos batiendo uno tras otro récords del descontento social, la "solución gitana" siempre resulta provechosa y rentable, sobre todo si la ejecuta la supuesta izquierda. Da una -falsa y patética- imagen de autoridad y seguridad; tiene asegurado de antemano el aplauso de la derecha; calma y colma la vena populista de los exasperados alcaldes, sean estos del signo que sean, y desvía la atención de la realidad que viven los restantes 65 millones de habitantes.
Que la solución resulte indigna de un país avanzado, próspero y democrático, que recuerde mucho al peor fantasma de la segregación racial que precedió al exterminio organizado de los años treinta, y que constituya una vergüenza y una ignominia para Europa entera, todo eso a los gobernantes parece importarles menos. Al fin y al cabo, el más débil, si es extranjero y más aun gitano, no vota ni votará nunca.
Para los que quieran saber más, resulta muy revelador el último informe de Amnistía Internacional Francia, que se puede leer en línea aquí.
Y para los que vivan en París y no tengan estómago para soportar esta barbarie, el sábado a las 14.30 AIF ha convocado una manifestación en la plaza de Bastilla para protestar por el maltrato a la comunidad romaní y decir basta a las expulsiones forzosas. Estarán la actiz Fanny Ardant, el actor Yvan Le Bolloc'h, la  violonista Sarah Nemtanu y la fanfarria balcánica Haidouti Orkestar.
Que suene la música, que se muevan las caderas. Como decía Lorca, lo que importa es el espíritu. Y los políticos incompetentes no podrán jamás con el espíritu.

Ningún comentario:

Publicar un comentario