sábado, 27 de abril de 2013

La complejidad de la ciudad no cabe en un master plan


Por: Anatxu Zabalbeascoa | 17 de abril de 2013
 “Nosotros hicimos las ciudades. Ahora las ciudades nos hacen a nosotros”. Así comienza el documental La escala humana, que puede verse en CANAL + (y en YOMVI on line). Su director, el danés Andreas Dalsgaard, ha llevado su cámara por varias ciudades del planeta: de Melbourne, en Australia -que hace 30 años decidió recuperar a los ciudadanos en su centro urbano- a Daca en Bangladesh –cuyo plan maestro está pensado para el 10% de la población que se mueve en coche y prevé erradicar el uso de los 300.000 bici-carros que dan de comer a un millón de personas-.
 ¿Cuánto y cómo tienen que cambiar las ciudades?

El filme describe las megaurbes actuales como los escenarios de ficción de las películas del siglo pasado. Sin embargo, lejos de asustar, concreta una propuesta y explica varios ejemplos de transformación positiva en los que el arquitecto Jan Gehl ha hallado una vía de crecimiento. Las propuestas son radicales, pero algunas casi no cuestan dinero. La principal pasa por que el ser humano ocupe el papel central que ahora ocupa el automóvil en el diseño urbanístico. El caso de Times Square, en Nueva York, es paradigmático: allí no había plaza. El 90% del espacio era para los coches y el 10% para los peatones cuando la proporción de uso era la inversa: el 90% de los ciudadanos llegaba allí andando. La película describe así un urbanismo que, lejos de estar diseñado con tiralíneas, tantea, pregunta, prueba. Así, en Times Square cerraron las calles al tráfico e instalaron sillas de plástico. Se trataba de ver lo que hacía la gente. Y muchos comenzaron a usarlas. Ese uso cambió la calidad de las sillas y el tráfico del lugar.
David Sims, arquitecto de Gehl Architects, opina que la única vía de crecimiento posible para las ciudades es la que atiende a las necesidades de la gente: “la escala humana no cambiará”. Y relata la experiencia de Melbourne, que en dos décadas recuperó gran parte de la población que durante años se había instalado en los suburbios “porque el sueño de la casa con jardín provocaba obesidad y aislamiento”, explica el alcalde de la ciudad. ¿Cómo recuperó a sus habitantes Melbourne? Dando vida a sus allies, los callejones de descarga entre edificios donde se acumulan los cubos de basura. En sombra y con la escala humana, los cafés y los comercios abrieron también a esa fachada trasera consiguiendo calles estrechas, peatonales: las que tenemos en mente para pasear por la ciudad.
Hace décadas que Jan Gehl hace urbanismo mirando a la gente. Desde 1965 se dedica a apuntar sus movimientos. Comenzó en Siena. Se preguntó qué hacía que la gente se quedara allí en la calle, hablando, leyendo, paseando, tomando el sol o un refresco. Y llegó a la conclusión de que la definición de la ciudad se podía alterar cambiando a los coches por personas.
 “No hay que tener miedo al crecimiento. Hay que tenerlo a la falta de planificación”, sostiene. La peatonalización reduce los miedos, los accidentes (en un 63% en Times Square, por ejemplo). Y las ciudades asiáticas, para las que el modelo occidental era el faro de crecimiento, están empezando a cuestionarlo.  En Los Ángeles, 100.000 personas reclaman las calles una vez al año. En Chongqing, la ciudad de mayor crecimiento en China, han dejado las bicicletas porque las distancias no les permiten llegar al trabajo. Pero se han dado cuenta del error. No sólo no todo el mundo puede tener un coche, de tenerlos, la ciudad se paralizaría: sería imposible moverlos. Por no hablar de que sería ecológicamente insostenible.
Frente a las habituales propuestas de nuevas inversiones para lograr ciudades sostenibles, Jan Gehl y su equipo hablan, de nuevo, de recuperar a las personas como centro de las decisiones urbanísticas. Que la adversidad de la destrucción es una oportunidad para la construcción lo demuestran las 106.000 ideas que los habitantes de Christchurch, en Nueva Zelanda, aportaron para la reconstrucción de su ciudad tras el terremoto de 2011. Para ellos eran más importantes sus recuerdos que el estilo de los edificios: “La escuela a la que fui, la plaza en la que jugábamos al futbol, el bar en el que conocí a mi novia”. “Las cosas que queremos cuando somos personas y no empresas se parecen mucho”, sentencia en la película el alcalde de esa ciudad. De eso trata este documental, de hacernos entender que el trabajo de los urbanistas consiste en escuchar. Es una inversión. No cuesta nada ser amable y cuidadoso. Si no ves la vida de niño –en un parque o en la propia calle- ¿cómo vas a cuidar la vida de mayor? 

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