sábado, 31 de agosto de 2013

Todos contra el enemigo común


El documental 'El enemigo común' cuenta la intrahistoria de las elecciones en Túnez, origen de la primavera árabe que despertó a la región en 2011
Se presenta en el festival Documenta Madrid

En lugar de relegar las noticias del día a una charla en la barra del bar, Jaime Otero Romaní decidió coger un vuelo a Túnez en busca de las respuestas que no encontró en las riadas de tinta de los periódicos. Era julio de 2011 y la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi ya llevaba tiempo transformada en lo que se conoció como el inicio de la primavera árabe, las revoluciones que despertaron del letargo a la sociedad civil de parte de esta región. "Me interesaba contar historias de personajes", dice el joven productor y director (Toronto, 1983, aunque de padres gallegos y afincado en Madrid). "La parte que no habían narrado los medios, ¿suiénes son esas personas que se han levantado contra un enemigo común?".
En compañía de un director de fotografía y un ayudante de dirección, Otero pasó 10 días rastreando entre la capital tunecina y Sidi Bouzid, la ciudad perdida en el mapa del país donde Bouazizi gritó por sus derechos hasta la muerte, las historias que ha convertido en El enemigo común. El documental sobre las elecciones en Túnezcon el que su productora Lasoga Films se estrena en el festival Documenta Madrid, especializado en el género, que se celebra hasta el domingo.
Con la ayuda del periodista de EL PAÍS, Ignacio Cembrero, el director y sus compañeros se hicieron con una agenda de contactos y un equipo autóctono que acolchara su segundo aterrizaje, en octubre de 2011, en el polvorín tunecino. "Contamos incluso con la ayuda de un famoso actor de telenovela, Aziz Yahia, que hizo las veces de ayudante de dirección en una de las dos unidades de trabajo que formamos". La labor periodística -a la que también contribuiría el corresponsal de la agencia EFE en Túnez- culminaría cuando recibieron el permiso para seguir la campaña del partido islamista moderado Ennahda, relegado al exilio, la persecución y las cárceles durante la dictadura del derrocado Zine el Abidine Ben Ali.
"El grueso del documental se grabó en unas cinco semanas: desde el primer mitin, hasta el día de las elecciones, y luego permanecimos siete días más para recoger las reacciones al supuesto fraude electoral". En este tiempo, Otero y sus compañeros se empotraron con el partido islamista, acompañaron en las campañas de concienciación a los jóvenes activistas independientes, se toparon en más de una ocasión con Ahmed Nejib Chebbi, líder del laico Partido Democrático Progresista (PDP) y hasta les dio tiempo a que le estallara sin previo aviso la polémica por la emisión de la película iraní Persépolis. "Recuerdo que era nuestra segunda visita a Sidi Bouzid y en una mezquita encontramos un gran cartel con una proclama contra la televisión que emitía la película", relata Otero. "Le pregunté a uno de los ayudantes de producción qué significaba y decidimos grabar la historia". El equipo volvería a Túnez en enero de 2012, tres meses después de las elecciones.
Despojado de cualquier tipo de artificio dramático -el filme carece de voz en off y se acompaña de música instrumental-, El enemigo común esconde en sus horas de metraje y postproducción las dificultades para sacar adelante un documental. Además de ser gaseados en manifestaciones y amedrentados por un grupo de jóvenes en Sidi Bouzid -esa ciudad sin ley, literalmente, la comisaria fue incendiada y nunca construyeron otra-, Otero y sus compañeros tuvieron que enfrentarse a la realidad industrial del cine en España. "Seguimos a la espera de una ayuda del ICAA, pero el documental lo financiamos a través de la productora".
Sin ayudas institucionales y con unos cuantos peros de las televisiones españolas, la película encontró el empujón gracias a la distribuidora internacional Taskovski. "Cuando pruebas el documental fuera, te das cuenta del tipo de presupuestos que se manejan y del apoyo institucional con el que cuentan", explica. "Túnez es un país más bien pequeño con una sociedad civil muy fuerte, acostumbrada a pasarlo muy mal y aún así a pelear, hasta cierto punto un paralelismo de nuestro trabajo, es el mensaje que nos llevamos de allí".

La Alemania del Este usó a 50.000 enfermos como cobayas


Farmacéuticas occidentales hicieron 600 pruebas ilegales de medicamentos en los años ochenta
Cada ensayo clínico reportaba a la maltrecha economía del país unos 450.000 euros

La Asociación alemana de Empresas Farmacéuticas quiere esclarecer científicamente la dimensión de los experimentos médicos de compañías farmacéuticas occidentales con ciudadanos de la extinta República Democrática Alemana (RDA). Este fin de semana, el semanario Der Spiegel elevó la cifra de posibles víctimas hasta 50.000, en lugar de los pocos miles de casos que se calcularon en investigaciones previas.
Cincuenta clínicas de la RDA colaboraron con multinacionales farmacéuticas como Schreing o Sandoz en unos 600 experimentos a gran escala. En muchos casos, los enfermos no sabían que estaban siendo tratados con medicinas que carecían de licencia en la Alemania capitalista y democrática. A cambio, los consorcios alemanes, estadounidenses o suizos pagaban ingentes sumas a las autoridades orientales y ponían a su disposición material clínico diverso. Cada estudio podía reportar unos 450.000 euros en divisas a la maltrecha economía de la RDA en los años ochenta del siglo pasado.
El jefe del archivo de la policía política de la RDA (Stasi), Roland Jahn, denunció ayer que la industria farmacéutica “se benefició de las condiciones políticas autoritarias en la RDA”. La temida Stasi estaba al tanto de todos estos manejos, porque la obtención de divisas era una de las prioridades del régimen socialista.
Participó en las pruebas la flor y nata de las multinacionales: Bayer, Schering, Pfizer, Sandoz o Roche se aprovecharon de la falta de garantías legales y las necesidades económicas del Este alemán para llevar a cabo pruebas científicas que habrían causado desconfianza en Occidente. Un informe de la Stasi recoge una conversación entre médicos del hospital berlinés Charité, cuyo director científico, Christian Thierfelder, consideraba que la multinacional Schering (hoy parte de Bayer) quería someter a ciudadanos orientales “a pruebas que la prensa occidental tacha de indignas e inhumanas”. Los ensayos incluyeron toda la gama de una gran botica: quimioterapia, productos para el corazón, antidepresivos, etcétera. En otros casos se probaron sustancias cuyos efectos no estaban todavía claros, para averiguar si tenían algún uso farmacéutico.
La empresa Hoechst, hoy parte de la multinacional francesa Sanofi, probó con enfermos orientales un medicamento llamado Trental, al que al menos dos personas no sobrevivieron. Hay pruebas de que otros dos murieron tras ser tratados con Spirapril, de la farmacéutica bávara Sandoz, que interrumpió el estudio. Otros documentos prueban que la empresa Boehringer, hoy parte de la suiza Hoffmann-La Roche, probó en 1989 tratamientos hormonales con EPO en 30 prematuros. Der Spiegel habla también de experimentos con alcohólicos que, inconscientes o presas del delirio, fueron tratados con una medicina de Bayer llamada Nimodipin. Debía fomentar el riego sanguíneo en el cerebro de pacientes incapaces de dar su consentimiento o de entender que estaban siendo sometidos a un ensayo médico.
El director del Instituto de Historia de la Medicina de la Clínica Universitaria Charité, Volker Hess, pidió en declaraciones al Frankfurter Allgemeine Zeitung que se evite “poner estos sucesos en la misma categoría de los experimentos con humanos” de los nazis durante la II Guerra Mundial. Aunque las farmacéuticas no recabaran el consentimiento de los pacientes, Hess considera que “los estudios se llevaron a cabo con arreglo a las normas” clínicas comunes en este tipo de test.

El cura que no se calla


Un libro relata la vida de Enrique de Castro, el 'cura rojo', y su lucha dentro de la iglesia de base por ayudar a los más desfavorecidos
eldiario.es Susana Hidalgo 11/05/2013

En 2007, la iglesia de San Carlos Borromeo, en el barrio de Entrevías (Madrid) se hizo famosa a escala internacional por el desencuentro que protagonizaron sus sacerdotes (Enrique de Castro, Javier Baeza y Pepe Díaz) con la jerarquía eclesiástica que representaba el Arzobispado de Madrid con Antonio María Rouco Varela a la cabeza. El arzobispado estuvo a punto de cerrar la iglesia porque no le gustaba ni el tono transgresor de las liturgias, ni que los tres sacerdotes no agacharan la cabeza ante la jerarquía ni que la comunión se diese con rosquillas en vez de que con obleas. San Carlos Borromeo siempre ha librado su particular batalla en contra de la Iglesia con mayúsculas y, por otro lado, a favor de los marginados.
Ediciones Lectio, editorial especializada en temas sociales, lanza ahora el libro Así en la tierra. Enrique de Castro y la iglesia de los que no se callan, escrito por el periodista Marçal Sarrats, con epílogo del propio Enrique y prólogo de Luis García Montero. Esta editorial ya publicó un libro bastante polémico en 2011 sobre el pare Manel, otro cura de base de Barcelona, y en el que éste declaraba que había “bendecido” uniones civiles homosexuales. Sus declaraciones a punto estuvieron de costarle la excomunión.
Enrique de Castro tampoco se queda corto en desagradar a la jerarquía eclesiástica. Para él, “la Iglesia Vaticana es antievangélica porque el Vaticano es el mundo de la no fe. La mayoría de obispos cree en su poder pero no tienen fe en el Evangelio, que es lo mismo que tener fe en el ser humano. Para tener fe hay que ser un ser humano desnudo y por eso he dicho más de una vez, refiriéndome a los obispos: Quedaros desnudos, en pelotas, fuera ropajes y salid a la calle. Porque son incompatibles el poder y el dinero, con Dios”.
Como el pare Manel, De Castro no está en contra del uso del preservativo, los matrimonios homosexuales o el derecho al aborto. “En la parroquia siempre hemos recomendado el uso del preservativo. ¿Cómo no vas a hacerlo si hemos estado siempre rodeados de enfermedad y muerte?”, señala el sacerdote. “Los gays son personas iguales que las demás. Y punto. ¿Qué más añadir? ¿Cómo va a ser el cristianismo incompatible con la homosexualidad? No existe ningún código de moral en el Evangelio y mucho menos de moral sexual”, dice acerca de la homosexualidad.
Temas polémicos aparte, si algo refleja el libro escrito por Sarrats es que San Carlos Borromeo no es solamente la figura de Enrique de Castro. En torno al desvencijado edificio de Entrevías se ha creado una microsociedad formada por vecinos, inmigrantes, desahuciados, pobres, y todo aquel “al que han expulsado del resto de sitios”, como explica Carmen Díaz, vecina de Vallecas. Carmen forma parte del grupo Madres Unidas contra la Droga, que reúne a muchas de las mujeres que en los años 70 y 80 perdieron a sus hijos por culpa de la droga. Carmen, de 61 años, llegó hace 30 a la parroquia, “sin casa, muerta de hambre”. Pero con el resto de mujeres descubrió que había mucho que hacer en Entrevías. “Cuando se formó el grupo de madres, muchas no tenían ideas políticas, no estaban acostumbradas a gritar porque estaban reprimidas por el franquismo”, recuerda esta mujer.
A partir de esos años, San Carlos Borromeo y su microsociedad han ido viviendo los grandes cambios que han sufrido los barrios periféricos de las grandes ciudades, como Vallecas, y los problemas derivados de la crisis. “Seguimos ayudando a toxicómanos, pero también a presos, a pobres, a desahuciados, a madres que han perdido la custodia de sus hijos, nos llega lo que no quiere nadie, hacemos lo que podemos”, concluye Carmen.

Quién fue… Eric Liddell, la inspiradora historia del protagonista de ‘Carros de fuego’


20minutos.es 10 mayo 2013

Casi todos los expertos suelen coincidir en incluir a Carros de fuego entre una de las mejores películas inspiradas en el deporte. Como sabréis, este filme, que se llevó cuatro Oscars, narra las peripecias de dos atletas británicos en el contexto de los Juegos Olímpicos de 1924. Hoy os voy a hablar de uno de ellos: Eric Liddell.
Nos vamos a trasladar a China, a la ciudad de Tianjin, donde el 16 de enero de 1902, el matrimonio de misioneros escoceses formado por el reverendo James Dunlop Liddell y su esposa tuvo a su segundo hijo, al que bautizaron como Eric Henry. Cuando tenía seis años, sus padres le enviaron a él y a su hermano Robert al Eltham College, una escuela en Inglaterra para hijos de misioneros. Sus padres y una hermana menor permanecieron en China, si bien regresaron años después a Escocia.
En Eltham, Eric empezó a destacar como un excelente deportista. Llegó a ser capitán de los equipos de cricket y rugby del colegio, y empezó a hacerse famoso porque se empezó a decir que era el joven más rápido de Escocia.
En 1921, Rob y Eric Liddell ingresaron en la Universidad de Edimburgo para estudiar Ciencias Exactas. Eric ingresó en el equipo de rugby de la institución y llegó a ser internacional por Escocia. De hecho, jugó dos torneos del V Naciones. Al mismo tiempo, empezó su carrera como velocista. De hecho, en 1923 batió los récords británicos de las 100 y las 220 yardas. Al mismo tiempo y por evidente influencia de sus padres, Eric Liddell se convirtió en una especie de predicador de la palabra de Dios allá por donde iba.
Con el paso del tiempo, Eric decidió dedicarse al atletismo en exclusiva y marcó un evento en su mente: los Juegos Olímpicos de París en 1924. Liddell era especialista en los 100 metros, pero cuando se enteró de que la final de la prueba se disputaría un domingo, renunció a disputarla (por motivos religiosos; el domingo es el Día del Señor). Así las cosas, Liddell decidió que competiría en otras dos distancias, los 200 y los 400 metros. Como no era su especialidad, nuestro protagonista entrenó duro para llegar lo mejor preparado posible.
Y llegó el día de la carrera de los 400, en los que Liddell no era ni mucho menos el favorito. Al parecer, un masajista estadounidense le entregó al escocés, poco antes de empezar la carrera, una nota con el texto del libro de Samuel: “Aquel que me honra será honrado por mí”. En efecto, Liddell ganó la carrera, llevándose el oro, y batiendo el récord del mundo, con una marca de 47,6 segundos (más de cuatro segundos que el récord actual, que ostenta Michael Johnson). Además, consiguió el bronce en los 200 metros. Liddell llamó la atención del público y los medios por su forma de correr: con la cabeza hacia atrás y con la boca muy abierta.
En el equipo olímpico británico que estuvo en París ’24 coincidió con otro mítico atleta, el velocista de origen judío Harold Abrahams, que como sabéis, es el otro protagonista de Carros de Fuego y que fue el que ganó el oro en los 100 metros lisos.
Gracias a su victoria, y a su récord (que estuvo vigente cuatro años), Eric Liddell se convirtió en un héroe en toda Gran Bretaña y más en Escocia. Se ganó un apelativo: The Flying Scotsman (el Escocés Volador). En la foto, junto a estas líneas, sus compañeros de la Universidad de Edimburgo lo pasean por el campus a su regreso de París.
Pero tras acabar los Juegos, en vez de dedicarse a saborear las mieles del deporte, Liddell decidió seguir los pasos de sus padres y convertirse en misionero. Volvió a su Tianjin natal, donde se convirtió en profesor en un colegio anglo-chino. Además de valores cristianos, Liddell, que seguía corriendo para su propio deleite, también intentaba inculcar a los niños chinos su pasión por el deporte. En 1934 se casó con la canadiense Florence McKenzie, que como él, era hija de misioneros. Con ella tuvo tres hijos.
Pero las cosas se torcieron. En 1941, el Gobierno Británico recomendó a sus súbditos que abandonaran China: había estallado una cruenta guerra civil. Florence decidió irse a Canadá con sus hijos, pero Eric se quedó en China. En concreto, en una misión en una paupérrima comarca en la que ya trabajaba su hermano Rob como médico. El trabajo era ingente y todo se complicó cuando en 1943, la misión fue desmontada y Liddell ingresó en un campo de prisioneros. Allí se convirtió en un líder, ayudando a los mayores, entreteniendo a los jóvenes y leyendo la Biblia para los demás.
El 21 de febrero de 1945 escribió una carta a su mujer, en la que le decía que estaba cerca de sufrir un ataque de nervios. Precisamente, ese mismo día, Liddell murió repentinamente. Al parecer, sufría un tumor cerebral que empeoró por las malas condiciones del campo de prisioneros. Su muerte fue muy llorada en Reino Unido.
Un héroe
Hace poco, con motivo de los Juegos de Pekín en 2008, el Gobierno chino reveló que Eric Liddell tuvo ocasión de salir del campo de prisioneros, merced a un acuerdo entre los chinos comunistas y el gobierno británico. Pero no ocurrió nunca, ya que Liddell renunció a salir para que en su lugar, pudiera ser liberada una mujer que estaba embarazada.
A pesar de su muerte, la leyenda de Eric Liddell permaneció siempre. La Universidad de Edimburgo tiene una placa en su honor, y la iglesia episcopaliana americana lo considera casi como un santo. En 1980, cuando el escocés Alan Wells ganó el oro en los 100 metros lisos de Moscú 80, sus primeras palabras fueron de recuerdo para Eric Liddell.
Su figura se hizo mundialmente famosa cuando en 1981, la película Carros de Fuego recogió la historia de Liddell y Abrahams y ganó cuatro oscars, uno de ellos el de mejor película. Su personaje, por cierto, fue interpretado por otro escocés y ex alumno de la Universidad de Edimburgo, Ian Charleson, que falleció de sida en 1990.
Sea como fuere, Eric Liddell siempre estará en el cielo de los héroes olímpicos.