Su documental 'Bref', que da voz a víctimas de la mutilación genital
femenina afincadas en España, ha sido premiado en el Festival de Cine de
Málaga.
ANNA FLOTATS Madrid 07/04/2014 publico.es
En algún
lugar de África, hace algunos años, un grupo de chicas víctimas de la ablación
explicaron a una profesora cómo sus madres y abuelas les habían dicho que estar
circuncidadas era algo bonito que servía para ser fiel. "¡Bref!",
les espetó la maestra antes de contarles que con esa mutilación habían perdido
una fuente de placer. En francés coloquial, bref significa
"basta", "suficiente", "ya está". Esa profesora
interrumpió a sus alumnas para que, por un momento, pensaran sin hacer caso a
sus creencias y conocimientos. Y porque precisamente busca el mismo efecto, Bref
es el título del documental que refleja esta historia y que ganó la Biznaga de
Plata Afirmando los Derechos de la Mujer en el Festival de Cine de
Málaga. Su directora, Christina Pitouli (Ioannina, Grecia, 1986) ha
querido decir "basta", "suficiente", "ya está" a
la vertiente informativa de la mutilación genital femenina. Su película sólo da
voz a mujeres africanas residentes en España que han sido víctimas de la
ablación y a dos hombres, también africanos. A través de sus vivencias,
opiniones y contradicciones, el documental pretende "generar conversaciones
y hacer pensar" sobre una práctica que han sufrido cerca de 140 millones
de niñas y mujeres, según la OMS.
¿Por qué
decidió hacer un documental sobre la mutilación genital femenina?
Me
interesaba mucho el tema como directora y como mujer. La mutilación genital
femenina tiene mucho que ver con España y con Europa porque hay gente que vive
aquí y tiene otro tipo de relación con este tema. Aquí es ilegal, pero en
África es prácticamente obligatoria, si no cambia la mentalidad, de manera que
existe un conflicto entre dos culturas. La idea surgió de una colaboración con
la ONG Médicos del Mundo en Catalunya, que quería hacer un vídeo informativo
sobre los datos y las consecuencias de la mutilación genital femenina. Entonces
pensé que sería más eficaz, en un proceso de sensibilización, hacer algo más
allá de informar. La ONG aceptó mi propuesta de realizar un documental dando la
palabra únicamente a los protagonistas de la historia. Pensé que, de ese modo,
las personas que comparten cultura con los hombres y mujeres que aparecen en la
película, tendrían más interés en escuchar, se generarían conversaciones y
lograríamos que la gente hablara del tema, que es el primer paso y el más
importante para sensibilizar.
¿Por ese
motivo no hay información ni voz en off en la película?
Claro.
Viendo Bref nadie puede informarse exactamente sobre qué es la ablación
y cómo se hace, pero no me interesaba hacer eso. Lo que quería era que después
de ver la película, uno pudiera sacar diez temas de conversación y luego buscar
más, pensar más, reflexionar más. Sensibilizar a la gente de aquí es muy fácil,
no hace falta hacerlo porque ya tenemos una postura crítica sobre el tema. Me
interesaba que pudiera provocar conversaciones entre gente que viene de
culturas subsaharianas, por ejemplo, escuchando a sus compatriotas defendiendo
o criticando la ablación, mencionando la ley o la sexualidad. Creo que una de
las razones más importantes por las que el cambio de mentalidad es tan lento es
que nadie habla de ello. La mutilación genital femenina es un tabú y ese es el
centro del problema, porque si no se habla de un tema no puedes informar ni
sensibilizar de él.
¿Influye
en este oscurantismo el hecho de que se mezcle la mutilación con la religión?
Esta es una
de las muchas razones, pero la ablación no aparece en ningún libro sagrado de
ninguna religión. Aun así, cada tribu o comunidad que lleva a cabo esta
práctica la adapta a su religión y se convierte en algo intocable. Dar el
cambio es responsabilidad de los que representan la religión en cada comunidad,
pero como estas prácticas forman parte de la tradición, la intervención
occidental se interpreta a veces como un ataque. La falta de información y la
inercia también dificultan el cambio. Conocí a muchas mujeres que habían
sobrevivido, pero tampoco sabían lo que habían perdido porque nunca lo
tuvieron. En ese contexto, ven que mutilando a sus hijas van a hacerles la vida
más fácil en África, ni siquiera se plantean no hacerlo.
Una vez
en España, ¿de qué manera se dan cuenta estas mujeres de lo que significa estar
mutiladas?
Hay mujeres
que han cambiado de idea porque han recibido información, pero no son la
mayoría. Normalmente se informan en cursos y actividades organizadas por ONG.
Entonces empiezan un proceso muy largo y muy difícil que consiste en darse
cuenta de que todo lo que han aprendido no es verdad. Hay mujeres que se
cierran y no quieren escuchar nada más porque interpretan esa información como
una ofensa a su orgullo, a su cultura. Muchas llevan más de diez años en España
y apenas hablan español, siguen trabajando en casa, hacen una vida como la que
harían en África. Muchas de esas mujeres ni siquiera han descubierto que no
mueres en el parto si tienes clítoris. El problema es que en África, la
mutilación se presenta como algo bueno, limpio, bonito, que te convierte en una
mujer superior. Aquí, en cambio, lo llamamos mutilación, una palabra negativa.
Por eso cambiar de opinión es un paso muy grande que, por supuesto, se puede
dar, pero tiene que darse de una manera más colectiva. Si es individual, es muy
difícil.
¿Falta
implicación por parte de las instituciones en este sentido?
Sí. Aunque
lo más importante siempre es la manera. Hay que encontrar el modo de acercarnos
y comprender, para lograr que la gente escuche. Al fin y al cabo, son cosas con
las que uno ha crecido, ellas han dejado a sus familias en África, que siguen
pensando lo mismo, y por eso sienten que están traicionando lo que les han
enseñado sus madres. Hay que hacer mucho trabajo en los países de origen, pero
sobre todo hay que formar y dar voz a gente de aquí que ha cambiado de opinión
para que hagan de mediadores en los países de origen. Mi voz tiene menos peso.
La gente necesita escuchar a gente de su propia cultura.
¿Ha
cambiado su percepción a raíz de la película?
Mucho. Desde
el principio hasta el final del rodaje. Cuando empecé tenía una postura
absolutamente negativa sobre la mutilación, que lo sigue siendo por supuesto,
pero tenía una perspectiva de blanco y negro. Pensaba que era una violación de
los derechos humanos, de los derechos de la mujer y que se hace porque la mujer
tiene que ser fiel y no tener necesidad sexual. Pero luego, hablando e
investigando, te das cuenta de que es más complejo y tienes que intentar
entender cosas que no se pueden entender a la primera. A mí me costó mucho
esfuerzo comprender cómo una mujer que adora a sus hijas toma la decisión de
mutilarlas o coserlas. Cambió mi opinión porque me di cuenta de que hay fuerzas
sociales muy potentes que hacen que una mujer acabe creyendo que ha sido ella
la que ha decidido. Empecé a pensar de una manera más compleja y gracias a la
película adquirí un punto de vista más amplio.
Por ejemplo,
una chica que no aparece en el documental me contó que el sexo con una mujer
que está cortada es mucho mejor para el hombre. Son cosas muy delicadas porque
forman parte de la imagen que se han construido para justificar lo que hacen.
El tema es más complejo, no es tan fácil como decir 'es una violación de los
derechos humanos y debes dejar de hacerlo', por eso se necesita mucho más
trabajo. Y creo que se hace muy buen trabajo porque todas esas mujeres que
aparecen en Bref han cambiado de opinión y tienen la valentía de poder
decirlo y tomar decisiones para el futuro de sus hijas.
En el
documental aparece un hombre africano que afirma que prefiere las mujeres que
no están mutiladas. ¿Es el testimonio más rompedor?
No
puedo priorizar, cada uno de ellos tiene su propia fuerza y por eso está en la
película. El de ese hombre, Baba, es muy importante porque vive una pequeña
transformación durante la entrevista. Yo le pregunto "¿Una mujer puede ser
fiel sin estar cortada?" y él se toma mucho tiempo para pensar la
respuesta. Hay mucho silencio. Me gusta porque es como si se lo planteara por
primera vez y al final dice algo que es muy lógico, responde que no. Algunas mujeres
que vieron la película en Londres me dijeron que eso no era nada importante.
Para nosotras, no, claro. Pero para ellas, sí lo es y mucho. Las mujeres
africanas pueden oír a mujeres occidentales decir que hay hombres que prefieren
mujeres no cortadas, pero que lo diga un hombre africano que sabe de lo que
habla es más importante.
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