domingo, 30 de marzo de 2014

40 anos de Fouce



"Iste é o único remedio que nos queda: FOUCE. Ista revista quere ser a voz de tódolos labregos de Galicia, de tódolos sen voz. Os periódicos que se venden nos quioscos somentes poñen o que ao Goberno i empresas capitalistas lles interesa, leendoos parece como si o campo fora ben i os labregos estiveramos moi contentos. Xa vai sendo hora de que nós teñamos a palabra pra decir as verdades ao pobo". Deste xeito presentábase en novembro de 1973 unha nova publicación, dedicada ás loitas e problemas do mundo rural, e editada pola UPG e as Comisións Labregas, xermolo do Sindicato Labrego Galego.
Entre 1973 e 1977, momento en que as Comisións Labregas (CC.LL.) foron legalizadas, publicáronse 18 números, realizados ao comezo en vietnamitas e distribuídos de man en man en feiras, nos adros das igrexas ou aldea por aldea. Fouce comezaba daquela unha nova etapa, desta volta legal, e poñía o contador a cero, co primeiro dos 300 números impresos até hoxe. Para celebrar os 40 anos da publicación e os 300 números, o Sindicato Labrego Galego levou a cabo un redeseño da publicación, así coma un cambio n súa cabeceira, deixando atrás a imaxe creada polo deseñador Xosé María Torné en 1989.
"O nome de Fouce provén da conxunción de tres elementos que sintetizaban a ideoloxía que mantiñamos os que, na época, eramos responsábeis deste movemento labrego: o nacionalismo, o marxismo e o agrarismo", lembra Ramón Muñiz (hoxe presidente da Irmandade Moncho Valcarce), que foi o encargado de introducir en Galicia os clixés e deseños da cabeceira que foran creados en Suíza por Carlos Díaz Martínez. Estes primeiros 18 números acadan unha gran difusión por todo o país, destaca o propio Carlos Díaz, en boa medida pola práctica ausencia de publicacións que falasen dos problemas que lles afectaban aos labregos. Ademais, a pesar da precariedade de medios e da situación de ilegalizade da publicación e das CC.LL., Fouce acadou unha gran regularidade, editándose de forma bimestral. A partir de 1975 mesmo incorporou multicopistas eléctricas para a súa impresión e mesmo se aproxima a unha edición mensual.
A legalización do Sindicato Labrego Galego achega normalidade ao proceso de edición e distribución de Fouce, que despois de ser dirixida por Ramón Muñiz e Xosé Lois Ledo Andión, é responsabilidade, xa nos oitenta, de Bernardo Fernández Requeixo, Manuel García Mel ou Xoán Carlos Carreira. Son anos difíciles para o sindicato, que mesmo está a piques de desaparecer, até que no seu II Congreso colle novo pulo da man de Emilio López, o que tamén constitúe un revulsivo para o xornal. O mesmo que o III Congreso, no que é elixida secretaria xeral Lidia Senra, e no que se decide unha completa renovación de Fouce, co devandito deseño de Torné. Neses anos de crecemento e consolidación serán Miguel Méndez e Xoán Carlos Garrido os seus responsables, e a revista comeza a imprimirse en rotativa, para garantir unha publicación e distribución máis inmediata. A partir de 2002 será Xosé García o director, unha función que só abandonou por un curto período de tempo, no que foi substituído por Vera-Cruz Montoto.
A partir deste número 300, Fouce establece unha periodicidade fixa de carácter bimestral, cun maior número de páxinas en cada número (24 neste caso) e seis seccións fixas: Adro (opinión e editorial), Agra (sectores produtivos agrogandeiro e forestal), Galiza, Aldea Global (información intenacional), Mulleres e Eira (taboleiro de anuncios).
Nestes 40 anos de historia, Fouce foi e segue a ser testemuña e narrador da transformación do mundo rural galego, das súas loitas, problemas e reivindicacións, dende a cota empresarial da seguridade social á cota láctea, pasando pola recuperación dos montes comunais, os incendios forestais, o despoboamento e a perda de servizos no rural, até as máis contemporáneas cuestións ligadas aos transxénicos, a participación da muller ou a reforma da Política Agraria Común, que encabeza este último número. E, a pesar de teren pasado corenta anos, non lle acae mal o texto que a xeito de presentación publicara no seu primeiro número: "Os periódicos que se venden nos quioscos somentes poñen o que ao Goberno i empresas capitalistas lles interesa, leendoos parece como si o campo fora ben i os labregos estiveramos moi contentos. Xa vai sendo hora de que nós teñamos a palabra pra decir as verdades ao pobo".

Las heridas del ácido


La intención no es matar sino humillar.
Las disputas económicas y el rechazo a las relaciones sentimentales suelen ser las mayores causas de los ataques con ácido en Asia.
Siete de cada diez víctimas son mujeres.

“Ya verás cómo algún día me casaré contigo”. Una vez más, Nahar Nurun no dio mayor importancia a las palabras del chico que la acosaba desde hacía tiempo. Ella tenía 15 años y ninguna intención de agradar a su molesto pretendiente. Así que, como siempre, puso los ojos en blanco, se dio media vuelta, y se marchó. Poco después, una calurosa noche de julio, 11 hombres entraron en su casa tratando de fingir un atraco. Su verdadero objetivo era Nurun. “Entraron en mi habitación y uno de ellos me echó líquido a la cara. Creí que era gasolina y que me querían prender fuego, pero pronto me empezó a quemar la piel y comprendí que era ácido”. Después descubriría que los atacantes eran familiares del joven que la perseguía, y que destrozarle la cara era su forma de enviarle un mensaje: si no quieres ser para mí, no serás para nadie. Desde ese día, su vida nunca ha vuelto a ser la misma.
Sus padres buscaron ayuda fuera del pequeño pueblo en el que vivían, a unos 100 kilómetros de la capital de Bangladesh, y Nurun fue ingresada en un pequeño hospital cercano. “Tres días después, los médicos decidieron que no podían tratarme apropiadamente y decidieron trasladarme a Dacca”, recuerda en el apartamento que ahora alquila en esa ciudad. En la capital tardó ocho meses en recuperarse. Y tuvo mucha suerte, porque la ex directora de la ONG Action Aid –hermana de la española Ayuda en Acción– la conoció allí y le ofreció viajar a Valencia para realizar injertos de piel y mejorar su apariencia. A pesar de ello, cuando sale a la calle los niños todavía la llaman monstruo y la gente cambia de acera.
Por eso, después de regresar a Bangladesh, decidió acabar sus estudios y dedicar su vida a quienes han sufrido una desgracia similar. “El objetivo de un ataque con ácido no es matar, sino abocar a la víctima al suicidio. Por eso, yo trato de explicarles que no deben perder la esperanza, que la vida no se ha acabado, y que hay que luchar para que los culpables paguen por lo que han hecho”. No es fácil, pero tampoco imposible. “Generalmente, y aunque parezca contradictorio, quienes llevan a cabo los ataques pertenecen a la élite de la sociedad. Tienen contactos y dinero suficiente como para sobornar a testigos o, incluso, a la policía y a los jueces”, explica Nurun. En su caso, no obstante, cinco de los atacantes fueron condenados a cadena perpetua y dos más esperan ejecución.
Para que el éxito judicial de Nurun no sea un caso aislado, en 2006 Ayuda en Acción creó una red en la que participan más de 260 supervivientes de este tipo de violencia. El grupo lucha por la correcta implementación de las leyes y, a través de organizaciones locales, ayuda y asesora a las nuevas víctimas. Su trabajo se nota. El número de ataques con ácido disminuye continuamente en Bangladesh: en la primera década del siglo XXI dejaron 3.100 heridos, pero en 2010 comenzó el descenso más acusado con 154; dos años después fueron 98, y el año pasado se registraron 85, el menor número desde que se comenzaron a elaborar las estadísticas. No obstante, todavía menos del 20% de los criminales acaban entre rejas.
Asia Khatun sabe que para los pobres la justicia no es la misma: "Porque los ricos la compran”. Es lo que sucedió en su caso. Los vecinos que se habían encaprichado de su terreno no se tomaron bien la negativa de su marido a vender las propiedades de la familia. Tanto que decidieron tomarla por la fuerza. En 2002, el año que más víctimas hubo por este tipo de ataques, un sicario se presentó en la pequeña casa de adobe con un bote de ácido nítrico. Lo habría vaciado en la cara del marido si no fuera porque Asia se interpuso y fue su espalda la que se abrasó hasta quedar en carne viva. “Algunas gotas me entraron en los ojos y por eso he perdido gran parte de la visión”, comenta. Pero el ataque no fue suficiente para doblegar a la familia, así que los vecinos tuvieron que quemar la casa en la que residía Khatun para conseguir que huyeran y hacerse con el terreno. “Tuvimos que escapar porque la policía no nos protegió”.
Y la Justicia también les dio la espalda. Su caso fue sobreseído por falta de pruebas hasta que el periódico local First Light decidió lanzar una campaña para ayudar a la familia. La presión que ejerció la prensa, sumada a la de la asociación SHARP, que le proporcionó un abogado a Khatun, lograron encarcelar al agresor. “Condenaron al autor material del crimen a siete años de cárcel, pero la familia que lo contrató no ha sido castigada”. No obstante, si bien Khatun desconfía del sistema judicial bengalí, sí que tiene esperanza en que Alá haga justicia. “Para empezar, quien nos lanzó el ácido ya se ha quedado paralítico en la cárcel”, reflexiona.
Menos suerte ha tenido Monoara. De hecho, su vida es una sucesión de dramas en los que siempre sufre ella. Hace una década murió su primer marido, que la dejó con tres hijos y una hija. En 2010 comenzó a ser acosada por un hombre que quería contraer matrimonio con ella a pesar de ser viuda, todo un escollo para las mujeres en Bangladesh. Monoara rechazó la relación, pero un día él abusó sexualmente de ella y el comité vecinal que revisó el caso, y que suele estar liderado por los ancianos del lugar, les obligó a casarse. La familia de él nunca aceptó la relación y trató por todos los medios de romperla. No lo consiguió con la ley en la mano, así que buscó otra vía. Una mañana, cuando Monoara se levantó para el rezo previo al amanecer, el hermano de su marido se le acercó. “Cuando estaba haciendo mis abluciones, me tiró ácido por detrás”, recuerda la mujer.
Las heridas en su espalda todavía le duelen. A pesar de las operaciones que le han practicado, un fuerte escozor la acompaña a diario. Pero mucho peor es el dolor psicológico. “Mientras estaba ingresada en el hospital, mi marido vino para decirme que iba a pedir el divorcio, porque no podía estar casado con una mujer deforme como había quedado yo”. Y se fue. La denuncia que interpuso contra su agresor, además, no prosperó. “Me dijeron que había sobornado a unos policías y al juez, y todos determinaron que, como estaba oscuro, no era posible que pudiese identificar al delincuente con claridad”. Ahora, sus hijas también la han abandonado, “avergonzadas de su madre”, y vive gracias a lo que le envía su descendiente varón.
Aunque muchos consideran que los ataques con ácido son sólo un elemento más de la violencia machista, esa es una simplificación excesiva. Las razones se esconden en el complejo engranaje que mueve a las sociedades del subcontinente indio y de Asia Central –donde se registran la mayoría de los casos–, y tienen muchos matices. Sin duda, las mujeres son las más afectadas, sufren siete de cada diez ataques, pero, según datos de la Fundación de Supervivientes del Ácido, más de un tercio de los ataques están motivados únicamente por cuestiones económicas. Y ese es el porcentaje que más crece. “Se ataca a las mujeres porque son el eslabón más débil de la sociedad, el objetivo más fácil incluso para castigar a los hombres”, explica Shirin Akter, una activista social bengalí que ha trabajado varios años con supervivientes de este tipo de ataques.
No obstante, en el caso de ellas, el segundo motivo que más aducen los criminales que las atacan tiene que ver con el rechazo sentimental o sexual (en torno al 15%), seguido de disputas en el matrimonio (un 12%), y de peleas por la dote (9%). “Lo más preocupante es que el rechazo a mantener relaciones sexuales o a casarse es el principal motivo de agresión en los casos en los que las víctimas son niñas”, apunta Monira Rahman, responsable de la fundación. Quince menores de 12 años fueron atacadas con ácido por esta causa el año pasado.
¿Pero qué lleva a una sociedad a comportarse de forma tan cruel con los más indefensos? “La pobreza y la falta de educación son factores clave”, sentencia el profesor Mohammad Musq, presidente del Comité de la Coalición de la Sociedad Civil de Sirajgang. No todos están de acuerdo: “La posición de la mujer, que es más vulnerable, no tiene voz, vive a merced del hombre, y por ello es presa fácil para la tortura y la opresión, es clave en este asunto. Desde pequeñas se les enseña que a los hombres no hay que llevarles la contraria. Por eso, cuando muchas son agredidas por sus maridos, con ácido o sin él, callan”, discrepa Hosne Ana Joly, directora ejecutiva del Programa para el Desarrollo de la Mujer, en una reunión celebrada por el Comité con motivo de este reportaje. “Y está también la falta de un poder judicial que haga su trabajo, algo que va íntimamente ligado a la corrupción y al clima político que sufre el país”, añade el periodista local Helal Ahmed.
La pregunta de si el Islam influye en los ataques con ácido provoca un agitado debate entre los expertos que ha reunido EL PAÍS. “¡Para nada!”, se enfurece Musq. “No hay una sola línea en el Corán o en la Sharia que permita o incite a esta conducta”. No obstante, confrontado con el hecho de que los ataques se dan sobre todo en países musulmanes, Helal analiza el comportamiento de los fieles que profesan el Islam en Bangladesh: “Es cierto que somos más celosos por naturaleza, y que eso puede desencadenar violencia. La combinación de Islam y pobreza es peligrosa”, reconoce provocando un tumulto entre los participantes del debate.
“El Corán dice lo que la mujer tiene que hacer. Ha de estar apartada y quedarse en casa. Pero la realidad es que ahora está tratando de educarse y de trabajar para ser independiente del hombre”, añade Doulad Sm, un activista social pro derechos civiles. “Eso ha provocado un conflicto con los hombres. Hay más libertad en los medios de comunicación, más apariencia de libertad, porque la sociedad no ha cambiado tanto. Por eso, un hombre cree que ahora es más fácil acostarse con una mujer, pero, si no lo consigue, utilizará la violencia de siempre para lograrlo”.
“Ese es un problema ligado a la falta de educación, que no se puede atribuir a una religión”, insiste Musq. “Iría mucho mejor la sociedad si más jóvenes, que son los principales agresores, se educasen en las madrasas –un 10% estudia actualmente en las escuelas coránicas de Bangladesh– y no con el sistema británico”, afirma. “Muchos agresores ni siquiera son conscientes de que es ilegal rociar a alguien con ácido. Y las víctimas no conocen sus derechos. Pero nada de esto tiene que ver con el Islam”. Para muchos de los reunidos, esta falta de formación, sumada a la pobreza y la ambición por lograr el estilo de vida que promueven los medios de comunicación es la raíz de un problema con muchas ramas. “Por ejemplo, ahora parece que es una moda hacerse rico robando el terreno de otros, y eso provoca muchos ataques”, apunta Helal.
¿Y por qué ácido? La razón es simple: es muy barato y se puede encontrar fácilmente, ya que se utiliza en la industria del textil para dar color a la tela y en baterías de coche. Aunque el Ejecutivo de Bangladesh aprobó la Ley de Control del Ácido para evitar que se pueda adquirir con fines delictivos, este periodista ha podido comprobar que no se aplica. Sólo hacen falta 20 takas (unos 25 céntimos de euro) para comprar un cazo en cualquiera de las miles de pequeñas fábricas que salpican los alrededores de los pueblos. Y con eso es más que suficiente para satisfacer una venganza de crueldad inusitada. Porque en la mayoría de los casos lo que se provoca es un estigma y una humillación que duran toda la vida. Es una marca que muchos asocian erróneamente al adulterio. “Además, el dolor es terrible”, añade Akter. “La mayoría de las víctimas sufren discapacidad y nunca se recuperan del todo. Las mujeres jóvenes, por su parte, viven un rechazo continuo”.
Es el caso de Mossamat Rahima. Ahora tiene 24 años y lleva seis casada, pero no fue fácil encontrar un hombre que la aceptase. Porque, cuando tenía cuatro años sufrió un ataque que iba dirigido a su madre, Mamatal Mahal, y que terminó hiriéndola a ella y a sus dos hermanos. La menor tenía entonces sólo año y medio. “Estábamos durmiendo y mi cuñado –con quien tenían una disputa familiar y económica– nos tiró el ácido por la ventana de la habitación”, recuerda Mahal, que perdió un ojo y sufre quemaduras graves en la cabeza y en la espalda, sentada sobre la misma cama en la que fueron atacados.
Los gastos médicos arruinaron a la familia, cuyo estatus ha pasado de “vivir bien” a ser incapaces de pagar la dote necesaria para casar a la pequeña. “Tiene ya 20 años y con sus heridas nadie la aceptará si no ofrecemos al menos 80.000 takas (unos 820 euros) a la familia del marido”, asegura la madre. La calidad humana del hombre ya no importa, y su edad tampoco. A Rahima la cedieron en matrimonio a un amigo de la familia que supera en 21 años su edad. Y gracias. “Tengo que deshacerme de ellas o no tendrán ningún futuro”, explica la madre enterrando sus ojos con las manos. “Y todo por el ácido”.

Decenas de sirvientas fueron asesinadas y encarceladas por querer crear un sindicato gremial


El investigador y jornalero Antonio Jiménez Cubero profundiza en la represión franquista contra las mujeres republicanas de Cazalla de la Sierra (Sevilla) en su nuevo libro ‘Crónica local de la infamia'.
RAFAEL GUERRERO Sevilla 17/03/2014 publico.es
Lavandeiras de Priego de Córdoba nos tempos da II República
Medio centenar de mujeres fueron asesinadas por los golpistas tras la toma del pueblo sevillano de Cazalla, centro neurálgico de la Sierra Norte de Sevilla. La dura represión franquista llevó a la cárcel a otras 102, mientras que el resto hasta las 198 represaliadas documentadas en el libro Crónica local de la infamia desaparecieron, fueron depuradas o se exiliaron. Esto ocurrió a raíz de la toma del pueblo a sangre y fuego por la columna rebelde del comandante Gabriel Tassara Buiza el 12 de agosto de 1936. Antonio Jiménez Cubero es un maestro no ejerciente de profesión jornalero que lleva más de 20 años haciendo acopio de testimonios de las víctimas y de sus descendientes cuyo resultado ha sido la publicación de dos libros en los que detalla con precisión la represión en su pueblo serrano: Con nombres y apellidos (Aconcagua, 2011) y Crónica local de la infamia (autoedición, 2014).
Entre la publicación de ambas investigaciones locales se ha podido incrementar el censo de represaliados en total desde 1.203 hasta 1.843, una cifra que se acerca al 20% de la población, que según el censo vigente en 1936 superaba los 11.200 habitantes. La cifra total de muertos a consecuencia de la represión rebelde ascendió a 357, según el recuento publicado por el investigador sevillano José María García Márquez, autor del voluminoso libro de referencia Las víctimas de la represión militar en la provincia de Sevilla. 1936-1963 (Aconcagua, 2012).
¿Qué pasó en Cazalla de la Sierra para que la represión fuera tan terrible, tan masiva y tan cruel? La envergadura de "la matanza y del expolio franquistas siempre se ha justificado por reacción a una masacre previamente cometida por el Comité de Defensa que resistió cerca de un mes, pero no hubo tal asesinato en masa", señala el prologuista Bartolomé Clavero, catedrático de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla. "Lo único que hubo fue que el día 5 de agosto, tras rechazar un ataque frustrado de la columna golpista Carranza, los milicianos se dirigieron a la cárcel y mataron a 63 presos derechistas", reconoce el autor del libro. Esa matanza condicionaría la represión contra los republicanos que multiplicó casi por seis las víctimas conservadoras.
Y no hubo más asesinatos porque —como se reconoce en un documento militar encontrado por el investigador extremeño Francisco Espinosa— "fusilar en masa a gentes sin más capital que sus brazos, todos asociados a organismos del Frente Popular, habría acarreado desastrosas consecuencias económicas y de producción".
Una vez contextualizado el marco represivo general, descendamos a las represalias que se tomaron contra las mujeres cazalleras, en las que se extiende el segundo libro de Jiménez Cubero, un hombre que durante años ha alternado la recogida de la aceituna y de la documentación en los archivos militares, incluyendo los papeles de Falange en este pueblo que a alguien se le olvidó hacer desaparecer, como ha sucedido en el resto de España.
Como señala la experta granadina en represión contra la mujer, Pura Sánchez, en su obra Individuas de dudosa moral (Crítica, 2009), los represores prefirieron "infligirles castigos ejemplares" antes que aniquilarlas, aunque este fue uno de los pueblos con mayor proporción de asesinadas: 49 en total. Motivos recurrentes fueron "no sólo por ser rojas —un hecho político—, sino por haberse atrevido a ocupar un espacio público y social que no les pertenecía —la política— y por haberse desnaturalizado como mujeres abandonando los preceptos morales cristianos que, según ellos, eran inherentes a su condición".
En efecto, estas motivaciones pesaron mucho sobre las cazalleras republicanas que, en gran medida, fueron perseguidas y castigadas por ser "familia de", pero también por haberse atrevido a crear el Sindicato de Empleadas del Servicio Doméstico, afecto al Sindicato de Oficios Varios de la CNT, en febrero de 1936 tras la victoria del Frente Popular. Esa sindicación culminó un proceso de movilizaciones que este gremio integrado por las llamadas criadas o sirvientas, además de lavanderas, aguadoras o silleras había plasmado en sucesivas huelgas en los años 1932, 1934 y 1936 en pos de unas condiciones de trabajo dignas.
Como ejemplo baste citar algunas de las reivindicaciones que justificaron la sonada huelga de junio del 36 ante la reiterada negativas de los patronos a negociar unas bases contractuales mínimas: jornada de siete horas desde las 09.00 de la mañana, prohibición de que las mozas sirvientas se quedaran a dormir en la casa de los patronos, abono del sueldo íntegro en caso de accidente laboral y el domingo como día de descanso. En cuanto al sueldo, se pedían 40 pesetas mensuales para las cocineras, 35 para las sirvientas del cuerpo de casa, 30 para las niñeras, y 0,75 pesetas por hora para lavanderas y limpiadoras.
El Ayuntamiento medió para propiciar la negociación, pero sólo logro que acudieran dos de los 134 patronos a los que convocó, lo que provocó una huelga de tres semanas con piquetes ante los domicilios incluidos. "Nada volvería a ser lo mismo en las relaciones interclasistas de la sociedad local", precisa Antonio Jiménez añadiendo que "poco antes del golpe militar sucedió un hecho que marcaría la represión posterior: el cierre gubernativo del local de la CNT en Cazalla y la requisa de las fichas de las 99 afiliadas el Sindicato del Servicio Doméstico". Ese listado sirvió para castigar a más del 90% de aquellas mujeres perfectamente identificadas con sus nombres y apellidos.
"Para los fascistas locales había llegado la hora de la venganza y la vergüenza, y para el resto, fue el tiempo de la muerte, el dolor y el silencio" escribe Jiménez Cubero, que asegura que hubo barrios enteros del pueblo duramente represaliados, justamente las zonas más humildes donde vivían las sirvientas. De las 49 mujeres asesinadas por los golpistas en Cazalla, 11 son catalogadas por el investigador jornalero Jiménez Cubero como sirvientas de profesión, mientras que varias decenas más sufrieron cárcel o tuvieron que huir.
Pero, concluida la guerra, algunas regresaron a Cazalla confiadas en la falsa promesa de Franco de que nada debían temer quienes no tuvieran las manos manchadas de sangre. Eso le ocurrió a Carmen Benítez, apodada La Manchá y a sus dos hijas Dolores y Antonia, que habían estado afiliadas al sindicato. Un consejo de guerra las condenó en 1941 a 12 años de cárcel a cada una, "por un batiburrillo de cargos que iba desde el auxilio a la rebelión, a su carácter revolucionario, pasando por la violencia y demás perversidades".
El investigador y autor del libro Crónica local de la infamia, Antonio Jiménez cubero, intenta en vano desde hace tiempo que al menos una placa en la fuente del Chorrillo recuerde a estas mujeres que pagaron tan caro el atrevimiento de luchar por sus derechos.

sábado, 29 de marzo de 2014

Ferrán Gallego: "El fascismo español no fue muy diferente de otros fascismos"


El historiador analiza en su último libro las características fascistas de la Falange y del franquismo entre 1936 y 1950
Jose Oliva / EFE Barcelona 16/03/2014 publico.es

El historiador Ferran Gallego analiza en su último libro, El evangelio fascista, la evolución del fascismo español desde la República hasta 1950, que, según ha explicado el autor, denota que "el caso español no fue muy diferente del de otros fascismos europeos de los años 30". La única peculiaridad que Gallego señala para el régimen que arranca en 1936 es que "conquista el poder a través de una guerra civil, pero en ningún caso se puede negar su naturaleza fascista".
Gallego indica que "decir que no hubo fascismo en el régimen franquista es tanto como negar el antifascismo que combatió en la Guerra Civil española y el espíritu de las Brigadas Internacionales, que vienen a España a luchar contra el fascismo".
Rompe asimismo Gallego la vieja idea de la historiografía de que el fascismo español llegó tarde y mal: "Es verdad que cuando quiere ganarse adeptos, la mayor parte de sus potenciales clientes se han hecho de la CEDA o del carlismo, pero el fascismo como fenómeno de masas es en Europa un fenómeno de los años 30, con la única excepción de Italia".
En El evangelio fascista (Ed. Crítica), Gallego sitúa el embrión de ese fascismo ya en plena República, porque "no deben confundirse el partido y el espacio cultural de fascinación por el fascismo" que ya se encuentra en Calvo Sotelo y el Bloque Nacional, que "se declaraban fascistas pero no militaban en Falange".
Para el historiador barcelonés, Falange, un partido minoritario durante la República, se convierte en el partido hegemónico a partir de 1936 porque "es congruente con el momento de guerra civil, ya que era un partido militarizado, no pedía la vuelta de ningún rey, tiene un discurso populista, cree en la movilización de la masas y su ideario da por superada la democracia parlamentaria". Además, "su doctrina se ajusta a la situación de violencia extrema que hay en España y está dispuesta a aceptar un caudillaje carismático".
A su juicio, el golpe de Estado del 18 de julio propició el surgimiento de un movimiento de masas a favor de fascismo: "No es un mero golpe militar, puesto que se suma un poder civil con 60.000 milicianos falangistas y 30.000 requetés". Falange, añade Gallego, proporciona un ideario al ejército, cuyos oficiales tendrán la obligación de militar en Falange, algo que no sucede en la Alemania nazi.
La Guerra Civil permite a los fascistas además "una unidad del mando", que no se produce en el bando republicano. La diversidad de fuerzas que se integraron en la sublevación de 1936 acabó más adelante facilitando la oportuna desfascistización del régimen, convertido en un estado nacional-católico. "Cuando el fascismo europeo cae, el español aguanta porque se muestra como garante de un catolicismo glorioso y ya en 1944-45 plantea una especie de vía española hacia el estado católico huyendo del totalitarismo alemán".
Opina Gallego que, por esa razón, no es exacto hablar de una antítesis entre católicos y fascistas en el período analizado, ya que "el falangismo es desde su formación un partido profundamente católico", que encuentra en el Imperio de Carlos V el referente simbólico de la defensa de la sociedad católica frente a protestantes y turcos.
El autor de Todos los hombres del Führer y El mito de la Transición cierra su análisis en 1950 porque poco antes se produce el último debate cultural de la España de la posguerra sostenido por Pedro Laín Entralgo y Antonio Tovar, partidarios de "incorporar a la Generación del 98, a Machado y Ortega, a la idea de España", frente a intelectuales como Rafael Calvo Serer que "rechazan hablar de varias Españas legítimas".